El escultor e investigador Roberto Ayala Hornung recibió a un equipo de Nación Media en su taller para hablar sobre su labor artística como escultor, que no puede ser disociada de las investigaciones que realizó con diversos pueblos indígenas a través de proyectos de salvaguarda de los conocimientos ancestrales y técnicas de producción sustentable. Los motivos indígenas y el retorno a la naturaleza como tópicos resultan patentes en su obra, que según afirma busca reivindicar un arte propiamente latinoamericano que vuelva la mirada a sus raíces.

“Este es el mand­yju tradicional de los avá-gua­raní”, dice Roberto mientras abre el portón de su casa en el barrio Villa Bonita de Villa Elisa y nos invita a pasar. Arranca unos capullos y nos los obsequia para hacer nues­tra propia siembra.

Luego de excusarse por la pila de objetos desperdigados en el patio, la sala y su depó­sito, nos explica que posee un total de 2.000 piezas de arte indígena con los que próximamente montará un museo junto con su compa­ñera, Patricia, para exhibir y contar las historias del rico acervo que fue adquiriendo en sus 40 años de investiga­ciones con los pueblos indí­genas en Paraguay, y no del Paraguay, tal como le corrigió en su momento un anciano al aludir a la pertenencia nacio­nal de estas culturas.

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“Pasen, les voy a mostrar unos bolsones ayoreo-to­tobiegosode recién salidos del monte”, señala entusias­mado mientras nos conduce a un pequeño depósito conti­guo a la sala. Seguidamente nos muestra un ejemplar de cestería mbyá-guaraní, que usa el “tacuapí y el tacua­rembo para el diseño y el equilibrio de lo claro a lo más oscuro con el guembepí, que es una raíz aérea, que tam­bién usan para sujetar la parte de las construcciones. Esto es milenario. Nunca vas a escuchar que después de una tormenta una casa de los mbyá haya sido derribada. La mantienen intacta”, ilus­tra sobre la resistencia del material. Aprovechando que nos empieza a hablar de “artesanía”, le consulto sobre la diferencia que a menudo se hace entre esta rama como producción de objetos uti­litarios y la autonomía del “gran arte” cuya finalidad es él mismo.

En este sentido, sostiene que las culturas indígenas “siem­pre desarrollaron los objetos a partir del medioambiente, el espacio físico donde viven. Por ejemplo, los ayoreos y los aché, que son pueblos paleo­líticos. La cestería aché uti­liza el material propio de su entorno, en este caso el pindó, que no encontraron los ayo­reo. ¿Qué encontraron estos? La fibra del caraguatá. Y par­ten desde el punto de la con­fección. Tienen una estética, mezclan los colores, tienen armonía, hay un equilibrio del objeto. Ndojaporeíri hikuái. Tienen un concepto ante una necesidad, es utilitario, pero al mismo tiempo tienen estética. Tienen 50, 60 diseños dife­rentes e incluso van hasta la abstracción. O los mbyá, que tallan en la madera anima­les que ya han desaparecido, que nunca han visto o que han visto de niños y quedaron en la conciencia colectiva. Me parece que esto es arte”.

ETNODESARROLLO

Además de su labor escultó­rica, junto con Patricia enca­bezan la Fundación Madre Tierra, con la que llevan ade­lante proyectos de etnode­sarrollo en las comunidades indígenas con vistas a docu­mentar y salvaguardar los conocimientos ancestrales en diversas técnicas como la apicultura. Asimismo, reali­zaron registros audiovisua­les, fundamentalmente con el pueblo aché, específicamente en la comunidad Ypetimí, del departamento de Caazapá, donde grabaron el documen­tal “Arte ancestral aché”. Este registra el minucioso proceso de elaboración del arco y la flecha, desde la selección de la madera hasta los mínimos detalles como el empleo de plumas para la aerodinámica y el pulido con cera de miel de abeja. Así también, llevan a cabo proyectos de fortale­cimiento de la producción de árboles nativos frutales, maderables y materia prima como la yerba mate.

“El investigador debe llegar a la vivencia, debe ir a la fuente directamente, a compartir, a acercarse, porque una cosa es la bibliografía, que te entu­siasma, pero otra cosa es tener el contacto directo, la posibilidad de comunicarse con ellos y sentirte parte de esa gran cosmogonía cuando te permiten y te abren las puertas. La confianza es fundamental para la comu­nicación y el acceso al cono­cimiento. Lo que nos interesa es esa comunicación, acer­carnos a ellos y a lo que ellos perciben como seres huma­nos”, afirma.

LA DANZA DE LAS FORMAS

Tras mostrarnos diversos ejemplares de su tesoro arte­sanal, nos conduce a su taller, que funciona a cielo abierto bajo la sombra de un árbol de mango a fin de presentarnos las obras en las que está tra­bajando. “La lluvia es final­mente la que nos recupera”, dice mientras limpia el barro de una escultura en proceso de pulido y que yacía al lado de una plantera en el patio. Mientras golpea el martillo y el cincel con un concierto de aves de fondo, nos explica que está trabajando en la are­nisca y que su línea escultó­rica se basa sobre todo la abs­tracción con un predominio de las formas femeninas.

“Esta es una figura masculi­na-femenina y en ella trabajo la unión, con un poder de sín­tesis siempre acercándome a la abstracción”, explica. Res­pecto a las herramientas que utiliza para esculpir la pie­dra y la madera, Roberto se define como tecnócrata, ya que no solo trabaja de manera artesanal, sino que también le gusta recurrir a las máqui­nas para pulir las formas con rapidez y facilidad. “Siem­pre trabajo las formas mas­culinas y femeninas, pero me inclino más a las feme­ninas porque me encantan las curvas, lo que me permite apreciar la figura humana. También trabajo la piedra y la madera aprovechando la forma que me sugiere el objeto. A veces el objeto ya me sugiere algo y a partir de ahí acompaño lo que me sugiere la naturaleza”, añade mientras se rebusca por el patio en busca de alguna de sus figuras “castigadas” que quedaron inacabadas aguar­dando el momento propicio para retomar el trabajo en un juego de luces, sombras y movimiento. “Hay veces en que las figuras me dicen ‘pulime’ y entonces ahí las agarro y trabajo con agua. Escucho qué me dice el mine­ral mientras voy trabajando, a veces más limpia, otras con más textura tratando de que sea un juego entre la persona y el objeto. Los objetos me sugieren las formas que les voy dando”, ilustra sobre el “purgatorio de las figuras” en que se constituyó su patio como antesala de ese toque final muchas veces esquivo para el artista que busca ter­minar alguna creación.

No puedo dejar de mencio­narle lo curiosa que me parece la manera en que “almacena” sus obras en proceso, tirán­dolas en el jardín hasta que, ya sea por iniciativa propia o por interpelación del propio objeto, las retoma para darle la forma final, algo tan dis­tinto al ideal sublime que pre­gonan los manuales de arte canónico.

“Finalmente es de ahí de donde se obtiene, nosotros estamos extrayendo de la naturaleza y le hago partici­par. Lo que pasa es que nues­tra cultura es eurocentrista y a mí me interesa más el ori­gen de lo nuestro, lo para­guayo y hacer ese juego de ida y vuelta desde un punto de vista latinoamericano, demostrar que nosotros tenemos nuestro arraigo, nuestra estética”, concluye.

TRAYECTORIA Y FORMACIÓN

Chavela Vargas dijo alguna vez durante una entrevista cuando le preguntaron sobre su nacionalidad y le insistieron en que nació en Costa Rica, “los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana”. Así también, Roberto Ayala Hornung es un paraguayo que nació el 30 de noviembre de 1959 en la ciudad de Resistencia, pro­vincia del Chaco, Argentina. Escultor de amplia trayectoria nacio­nal e internacional, ha realizado más de 260 exposiciones en el país como en el extranjero. Es licenciado en Artes Visuales y realizó estudios de posgrado en Didáctica Universitaria y es magíster en Ciencias de la Educación Artística. Desde 1991 ejerce la docencia en la cátedra de Escultura y Cerámica Escultórica; tiene a su cargo la Dirección de Investigación y Posgrado en el Instituto Superior de Bellas Artes de Asunción.

Como técnico en antropología trabaja desde el año 1981 en comu­nidades indígenas, donde desarrolla talleres de investigación y asesoramiento técnico en programas productivos. Es técnico en apicultura, piscicultura, meliponicultura y medioambiente. En el campo del arte, ha organizado y ejecutado varios encuentros a escala nacional y dos en el ámbito internacional.

Entre los principales premios y reconocimientos que ha logrado por su producción escultórica cabe mencionar el primer premio Gobernación de Kyonngy I-chon, Corea (1998); Medalla de Oro a la Escultura. Premio Naciones Unidas, década de los pueblos indí­genas. Museo Nacional de Bellas Artes. Asunción, Paraguay (1995); Primer Premio a la Mejor Escultura en Madera - XXII Bosque de los Artistas, Asunción (1991); Primer Premio Internacional de Máscaras - Jockey Club Corrientes. Corrientes, Argentina (1990); Primer Pre­mio Milmate a la escultura ecológica, XXI Bosque de los Artistas. Asunción (1987); Primer Premio a la cerámica Julián de la Herrería XVIII Bosque de los Artistas, Asunción.

Algunas de sus obras públicas son el monolito en piedra Homenaje a los Desaparecidos en la plaza de los Desaparecidos de Asunción; Mural en alto relieve en madera. Orden Salesiana de Montevideo, Uruguay; Escultura en metal-cemento, imagen de Nuestra Señora Aparecida del Lago, San Bernardino, Paraguay; Escultura en piedra, Naumburg, Alemania; Escultura en piedra, Museo Provincial Juan Carlos Castagnino, Mar del Plata, Argentina; Escultura en metal, parque los Colonos, Guadalajara, México; Escultura en granito gris, I-chon, Corea. Además, realizó obras de arte efímero como una escultura en nieve en Canadá.

Como investigador es coautor del documental “Arte ancestral aché” (2018), así como de los libros “Los abuelos sabios del BAAPA”, Etnobotánica Mbyá Guaraní (2016); “La botica de la abuela Pau­lina”, Etnobotánica Mbyá Guaraní (2013); los materiales didácticos “Uso Mbyá Guaraní de algunas especies de flora y fauna” (2014); “Los llamados Mbyá Guaraní” (2014); “Jatei (Tetragonisca angus­tula)” (2014), y “Artesanías Mbyá Guaraní Mba’apo Joaju” (2009).

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