Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas

La violencia de hace días en un estadio de fútbol de Buenos Aires recuerda al autor de esta nota otros hechos ligados a la violencia policial, tanto en las calles como en acontecimientos deportivos. Todo, hasta ahora, sin solución.

El 29 de junio de 1973, Leonardo Henrichsen, camarógrafo argentino, fue asesinado en Santiago de Chile. Aquel día, durante una operación militar terrorista que el ejército de Chile desarrolló en las cercanías del Palacio de La Moneda, en donde se cortan las calles Morandé y Agustinas, el cabo Héctor Hernán Gómez Bustamante levantó lentamente con su brazo derecho una pistola reglamentaria y disparó contra Leonardo que, pese a ser consciente del peligro que corría, no dejó de filmar su propia muerte.

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Tragedia y luto durante El Tanquetazo, como es conocido aquel ensayo macabro con el que Augusto Pinochet Ugarte aportó al mundo indicios de cuál sería la práctica criminal que habría de ejecutar desde el 11 de setiembre de aquel mismo año cuando puso fin al gobierno del presidente Salvador Guillermo Allende Gossens, médico cirujano y socialista.

LA ANTIDEMOCRACIA

Así opera la antidemocracia. Seguramente por ello, en esta noche de viernes, cuando el sábado se aproxima indetenible, refugiado en la vieja mecedora, mis pensamientos repasan viejos sucesos y recientes debates sobre temas que parecen eternos porque una imagen terrible sacudió mis pupilas. El colega Fernando Rivero, camarógrafo de TyC, también grabó a un policía de la provincia de Buenos Aires que, hasta el momento en que escribo estas líneas, no conozco su nombre cuando comenzó a dispararle con una escopeta. Antes, seguramente para apuntar mejor, levantó colocándolo sobre su casco un protector plástico con el que cubre sus ojos. El fogonazo se ve con nitidez. Produce escalofrío a quien observa. Aunque afortunadamente con resultado diferente, Leonardo –muerto en aquellas “calles de Santiago ensangrentada”, como canta desgarrado Pablo Milanés– y Fernando se vinculan a través de la vocación, la pasión y la responsabilidad.

EN DEMOCRACIA

También en democracia operan los antidemocráticos. Unas pocas horas atrás, desde la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires –poco más de 1.313 km al sur de mi querida Asunción– Juliana Regueiro tuiteó: “Vinimos a alentar al Lobo (club Gimnasia y Esgrima La Plata) y se me fue el Gordo... quiero avisar que acaba de fallecer mi papá, César Gustavo Lolo Regueiro”. Era jueves cerca de la medianoche cuando falleció el mediocampista que, en la Liga Amateur platense, por sus habilidades, era leyenda. Encendí la tele. Las imágenes eran aterradoras.

Las inmediaciones del estadio Juan Carmelo Zerillo semejaban a un campo de batalla urbano. Se escuchaban disparos de armas de fuego, sirenas, gritos, puteadas. Se percibía desesperación. Visiones del interior de la cancha, con claridad, mostraban que una nube de gas lacrimógeno (agresivos químicos) lastimaban a jugadores, árbitros, asistentes y al público que estaba allí para “ver el partido”. Caos. Desde la calle, las imágenes que aportaba el canal de deportes TyC alarmaban. Una y otra vez era posible ver al policía antimotines y antidemocrático ya mencionado disparar contra Fernando. No quedan dudas –aunque hasta el cierre de esta historia no se conozca su nombre– de la identidad del policía que dolosamente agredió al periodista para dañarlo y censurar lo que registraba con su cámara. El agresor procuró que no se conociera lo que hacía mal. Intentó ocultar su delito cuando incumplía con sus deberes. Y no trepidó, al hacerlo, que con esa acción podía matar a ese trabajador de prensa o a cualquier otra persona para ocultar lo que hacía y sabía que estaba mal.

EL CAOS Y DESCONTROL

Siento que algo une a ese uniformado de la policía bonaerense con el cabo chileno Bustamante que, en enero del 2008, murió impune de su crimen. Pudo más una “neumonía basal izquierda” que la ley. Algunas acciones –legales o no– en orden a producción de sentido aparecen como prácticas habituales de los y las integrantes de algunos colectivos. Horas más tarde, el fotoperiodista Marcelo Carroll, con muchos años de trabajo, vasta experiencia en las buenas y en las malas, describió el suceso con precisión: “Había criaturas, gente desbordada, barras que querían pegarle a cualquiera... Si te veían con una cámara, te venían a pegar. Tenías que correr. Era un descontrol. Un caos”. Sobre las imágenes de lo injustificable, como siempre, lo de siempre. Sobre la muerte del Lolo Regueiro, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, médico, abogado y militar profesional, informa que se trata de un caso de “muerte súbita” que se produjo cuando abandonó el estadio. También se habla de “paro cardíaco”. Respecto de los ataques contra periodistas que relató Carroll y, en especial, sobre las imágenes que capturó Rivero, sostiene Berni: “Un policía no puede apuntar al cuerpo, así sea con balas de goma y le corresponde un proceso penal”. Luego, volvió sobre la muerte del Lolo Regueiro: “Muerte súbita”, reiteró y añadió que “no fue culpa de nadie”. Un claro avance del Poder Ejecutivo provincial, al que pertenece el alto funcionario, sobre el Poder Judicial, al que presiona con esa manifestación improcedente a la vez que imprudente. ¿Juez y parte? “Sobre el fallecimiento de una persona: un hombre de 57 años [Regueiro], falleció producto de una muerte súbita y paro cardiorrespiratorio no traumático”, dicen las autoridades provinciales en un comunicado oficial pésimamente escrito en el que se precisa después que “se realiza RCP [reanimación cardiopulmonar] en el lugar [inmediaciones del campo para la práctica del fútbol profesional] sin éxito”. Demasiado, por cierto.

PALABRAS Y MÁS PALABRAS

El gobernador Axel Kicillof lamentó lo sucedido. De manual. “Es inadmisible que anoche miles de platenses hayan tenido que vivir lo que vivieron y, más aún, que se produjera el lamentable hecho de que César Regueiro perdiera la vida en el marco del encuentro”. Obviedad que nada repara. “El gobernador instruyó al ministro de Seguridad para que el jefe del operativo sea inmediatamente apartado y para que se pongan todos los elementos a disposición del fiscal que está interviniendo”. ¿Podrían decir o hacer otra cosa? Ni una palabra, ni mucho menos una disculpa, sobre los ataques contra la libertad de expresión y las agresiones contra las y los periodistas, trabajadores y trabajadoras de prensa. “Vamos a respetar el accionar de la justicia para que se determinen las responsabilidades de los hechos ocurridos y seremos estrictos con las sanciones de quienes no hayan cumplido su deber”. Jarabe de pico. “Nos comprometimos a transformar la policía de la provincia de Buenos Aires, a mejorar sus condiciones laborales, su equipamiento y formación para darle un mayor grado de profesionalidad. En ese camino estamos, claro que falta mucho aún, pero no vamos a permitir que se incumplan normas básicas establecidas para el desempeño de las fuerzas de seguridad”. Palabras y más palabras con tufillo de campaña electoral. “Hay una lágrima en el fondo del río, llueve sobre mojado”, como cantan Fito y Joaquín. Con mis pensamientos repaso viejos sucesos.

VIOLENCIA Y FÚTBOL

Tres meses atrás se cumplieron 54 años desde que –el 23 de junio de 1968– en el estadio Monumental un triste domingo en el que se enfrentaron el local, River, con Boca, 71 personas murieron y 113 resultaron heridas en la que se conoce como “tragedia de la puerta 12″. Mi viejo, don Ricardo, junto con mi hermano, Miguel Ángel, estaban entre el público. Hubo gases, tiros, garrotazos. La policía montada cargó contra la gente que solo fue para ver fútbol y alentar a sus equipos cuando abandonaban el lugar. A los aficionados les impidieron el paso. Los aplastamientos se produjeron como consecuencia de una enorme avalancha. Impericia policial que devino en un luctuoso operativo de inseguridad. Dieciséis años más tarde, desde el 3 de agosto de 1983, tuve que dar cobertura y hacer el seguimiento de la muerte de un hincha de Racing, Roberto Basile (25), quien, de saco y corbata, como vestía cuando salió por última vez de su trabajo en el Banco Shaw, fue muerto en La Bombonera, el estadio de Boca, cuando su equipo disputaba contra el local. Desde las tribunas donde se encontraba la parcialidad boquense se disparó una bengala que se le incrustó en el cuello. Trágico. Una vez más la violencia en el fútbol paralizó a la sociedad argentina. El operativo de seguridad policial para prevenir que aquello sucediera no lo evitó. “Tu jeep no arranca más / Ni siquiera un milagro lo haría salir / Del barro no volverá / Adentro queda un cuerpo / La bengala perdida se le posó / Allí donde se dice ‘gol’ / Dejaron todo bajo el vendaval / Y huyendo en el lodo no se supo más / Bajo la lluvia, el chasis se pudrió / Y así también, la criatura de Dios”, le escribió Luis Alberto Spinetta al infortunado Basile. “La bengala perdida” tituló a ese tema que, cada vez que lo escucho, me sabe a homenaje, pero también a triste denuncia para denunciar lo de siempre. La violencia parece ganar espacio en la sociedad global. Aquí, allá y acullá. No son pocas las veces en que pienso que cualquier situación, por más simple y cotidiana que fuere, puede concluir en tragedia. En el 2021, el mundo fue testigo del asesinato de George Floyd (40) en Mineápolis, Minnesota, cuando cuatro policías norteamericanos lo asfixiaron. “Por favor, por favor, no puedo respirar, por favor…”, fueron sus últimas palabras. La violencia no puede ni debe ser parte de una política de seguridad. En Chile, cuando el estallido en el 2019, cientos de personas fueron agredidas por las fuerzas gubernamentales. Trescientos casos fueron denunciados ante la justicia. Sin embargo, más de dos años después solo tres casos avanzan. Las agresiones contra la sociedad civil en general y contra las y los periodistas en particular deben terminar. El Estado democrático de derecho es mucho más que un discurso. Es una forma de vida. La paz, que no es solo la ausencia de la guerra, debe dejar de ser un valor a alcanzar para devenir en cultura.

El policía antidisturbios no identificado que dispara contra el camarógrafo Fernando Rivero, de TyC, que grabó el momento en que su vida corrió peligro.

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