Por Paulo César López, paulo.lopez@nacionmedia.com - Fotos: gentileza

El 26 de julio del 2012 se estrenaba en Londres el documental “Searching for Sugarman” (Buscando a Sugarman), dirigido por el sueco Malik Bendjelloul, que cuenta la historia de Sixto Rodriguez, un misterioso músico norteamericano de ascendencia latina desconocido en su país, pero idolatrado al otro lado del mundo.

Sobre la muerte de Sixto Rodriguez (así, sin tilde) se habían elucubrado las más trágicas y dramáticas versiones: que se había pegado un tiro en pleno escenario, que había muerto de una sobredosis e incluso que se había rociado con gasolina para luego prenderse fuego.

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Hijo de un inmigrante mexicano que llegó a Detroit para trabajar en la industria automovilística, Rodriguez nació el 10 de julio de 1942 en la entonces floreciente ciudad del motor del estado de Michigan.

A pesar del cierto ruido inicial que se había generado en torno a él cuando grabó su primer disco, “Cold Fact” (1970), y luego “Coming from Reality” (1971), en su país de origen era un total desconocido. Los productores le auguraban un gran éxito e importantes disqueras se habían fijado en ese Bob Dylan de “la cloaca”, como se llamaba el tugurio de la zona baja del puerto donde hacía sus presentaciones.

Sin embargo, algo falló y el disco fue un absoluto fracaso de mercado. ¿Sus letras eran muy políticas?, ¿su nombre hispano lo condenó en una época en que el interés por la música latina era casi nulo en los EEUU? Nadie acierta a entender cómo en aquellos turbulentos años setenta su mensaje no fue recogido por el movimiento underground, que se encontraba en plena ebullición.

Tal como lo predijo en la última canción que grabó, “Cause”, dos semanas antes de Navidad fue despedido por el sello discográfico Sussex Records. “Porque perdí mi trabajo / dos semanas antes de Navidad / Y hablé con Jesús en la alcantarilla. / Y el papa dijo que no era asunto suyo”, canta proféticamente.

Un símbolo antiapartheid

A pesar del revés desde el punto de vista comercial en los EEUU, una copia llegó a Sudáfrica, donde se convirtió en una superestrella más celebre que el propio Elvis Presley, a más de un ícono del movimiento antiapartheid, el régimen racista que gobernó el país africano desde 1948 hasta 1952.

Su lírica oscura, hermética y existencial, además de sus alusiones a temas tabú como el sexo y las drogas, encontraron un público receptivo en los jóvenes disconformes con el opresivo ambiente de la época.

Tal fue su éxito que varias de sus canciones fueron censuradas por la South African Broadcasting Corporation, que en su discoteca había catalogado “Cold Fact” con la etiqueta de “Avoid” (evitar) e incluso el material había sido rayado para que ciertos tracks no sean puestos al aire.

Una fortuita circunstancia despertó en uno de sus fanáticos la chispa de la curiosidad, lo cual dio rienda suelta a una trama detectivesca. Una mujer sudafricana que había emigrado a los EEUU vino con la noticia de que allí era imposible conseguir materiales de Rodriguez y que incluso nunca nadie había oído hablar de él.

¿Cómo?, ¿nadie conocía a Rodriguez en su propia tierra? De hecho, al indagar un poco muy pronto cayeron en la cuenta de que ellos mismos contaban con muy poca información sobre él.

Apenas había unos créditos de autoría, la foto de portada del disco –en la que aparecía sentado con las piernas cruzadas con sombrero y gafas de sol–, además de unas pocas referencias geográficas en las letras de las canciones.

Y así se inició la búsqueda. Primero siguiendo la ruta de dónde habían ido las regalías y luego un anuncio puesto en internet, que fue respondido por la hija de Rodriguez, quien confirmó que su padre no estaba muerto y que vivía en Detroit, donde trabajaba en el ámbito de la construcción demoliendo y restaurando edificios.

Tras los primeros contactos telefónicos, lo convencieron de ir a Sudáfrica, donde en marzo de 1998 brindó seis conciertos con entradas agotadas y donde regresó en varias ocasiones para realizar otros treinta recitales. También fue premiado con un disco de platino por las 500.000 copias de “Cold Fact” que había vendido oficialmente en ese país, sin contar los miles de versiones piratas que circulaban.

A pesar del cambio que esto pudo haber generado en Rodriguez, todo el dinero que ganó lo repartió entre amigos y familiares, por lo que siguió con su modesta vida de albañil.

A sus 80 años camina con dificultad ensayando sus pasos a tientas a raíz de que perdió casi toda la visión a consecuencia del avanzado glaucoma que padece.

Pero en todo este mundo de ensueño no podían faltar los aguafiestas de siempre. Bendjelloul fue acusado, entre otras cosas, de omitir detalles importantes para causar mayor impacto con su historia.

De acuerdo a sus detractores, es mentira que Rodriguez haya sido un completo desconocido fuera de Sudáfrica, ya que había gozado de cierta efímera fama e incluso había brindado conciertos en Australia.

A esto podría retrucarse que, tal como lo señala el mismo título del documental, este se centra en narrar la historia de la búsqueda de un ser enigmático.

El desenlace

Dos años después de ganar el Óscar con su primer y único documental, Bendjelloul acabó con su vida en el 2014, a los 36 años, arrojándose a las vías de un tren. Sobre la razón de su suicidio también se tejieron las más diversas hipótesis.

Una de ellas, para mí la más improbable, es que por su supuesta simpatía con la causa palestina no aguantó el remordimiento de haber ganado el preciado galardón en lugar de “Five broken cameras”, que también compitió ese año, un documental sobre las protestas contra la ocupación israelí en Cisjordania dirigido por el palestino Emad Burnat y el israelí Guy Davidi.

No obstante, considero que ni todo el (poco) altruismo que resta en este mundo bastaría para explicar que alguien pueda experimentar semejante dolor a causa de su propio éxito.

Brillante combinación de entrevistas, materiales de archivo y animaciones, “Searching for Sugarman” es una película que transmite la sensación de que nunca podrá volver a crearse algo semejante. Probablemente su director pensó lo mismo y ante esa angustiosa certeza decidió realizar ese viaje sin retorno.


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