POR ESTEBAN AGUIRRE, @PANZOLOMEO

“Creo en los cafés, en el diálogo, creo en la dignidad de la persona, en la libertad. Siento nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida” - Algo que alguna vez leí.

La familia es un concepto sencillamente complicado. Uno nace perteneciendo a un grupo para eventualmente llegar al deslumbramiento de que había sido era un individuo. Puro y duro, un trovador de su propia existencia sin entendimiento de que la melodía de la vida

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está compuesta de las mismas notas. Y que do re mi fasooooostenido patada al forro de los huevos (si me disculpan el francés) de sentimiento ladrón de tiempo es venir a enterarse de eso ya adentrado en los 40...s, al menos hablo desde mi teclado, si quieren su propia opinión, cómprense una máquina de escribir.

Esa extraña idea de pertenecer dentro de una búsqueda que viene a ser la familia. Un lugar en donde nacemos de una división de dos personas del cual irónicamente ya venimos condicionados a eventualmente multiplicarnos. Lo extraño del asunto es que si no sumas más seres humanos al mundo dentro de tu propio proceso de multiplicarte, el guion social (la secuela de la Biblia) decide eliminarte del casting. Si no creas “familias paraguayas” (reiterativa muletilla de recientes discursos políticos) la sociedad como la –bien– conocemos te borra de la idea de simplemente ser mientras te preguntas “¿¡Quién soy!?”.

He vivido una adolescencia de tocar el timbre para hacer sillón con mi novia o tal vez el ocasional ring raje, un adolecer de teléfonos a discos evolucionados a faxes, evolucionando a “¡Cortá! ¡Estoy en internet” propinado por la sordera de una especie de sonido de sexo entre burro y gorila en versión digital regurgitando en el tubo del teléfono (lo

llamábamos tubo jóvenes de apodo millenial, “gugleenlo”), a un simultáneo beeper posicionado en el pasa cinto elevando la pregunta de “¿Quiénes somos para tener estos aparatos?”, ¿“Doctores”!?, “¿Batman”!?”, eventualmente llegando a la paulatina exposición

al teléfono celular, primero en un auto, luego en un maletín, luego en una especie de ladrillo gris gigante que Jordan utilizaba para jugar golf hasta una equitativa disminución de tamaño a Maradona elevando un celularcito de nombre “V” al inevitable acabose del mueble enciclopédico de la Enciclopedia Británica, el nacimiento de Encarta en CD Rom, el internet emergiendo de la línea baja (así la llamábamos) al cable hasta convertirse en una señal del aire llamado wifi. Y, casi tomando aire para seguir, celebramos la llegada del gran esperma mental del señor Jobs, el Iphone maridado con la inconcebible creación del héroe y padre

de la World Wide Web o “interné” como me gusta llamarla del ingenio del Sr. Tim Berner Lee.

Una maratónica celebración de un artilugio novedoso tras otro descarrilado en la eventual de-evolución de la comunicación con la llegada de Facebook (me rehúso a llamarla META)

(una red social tayrona muy ajena a la practicidad de liberar música de Napster en el pasado y socializar vehículos y habitaciones como Uber y Airbnb en el futuro), yendo de mal en peor comprando y convirtiéndose en la máscara más grande de todas las redes sociales; el whatsapp.

Empecé hablando de la familia y me desvié tal vez ilustrando en demasía la herramienta que me alejó de la mía. En tiempos de acceso pulgar a la familia, la comunicación análoga está en vías de extinción, o como mejor lo describía mi querida tía Gloria “Internet acercó a los de lejos y alejó a los de cerca”. La familia aquella duda que se desdibuja entre memes y gifs, notas de voz y no de vos, y el eventual mensaje de grupo en días festivos. “¿Dónde nos encontramos a cenar?” o “¡¿Se hace algo por el cumpleaños del abuelo?!”.

A veces pienso que esta realidad ya no es solo virtual, sino virtualmente una realidad, y si esta es finalmente la verdad de dicha realidad, yo simplemente quiero que me mientan.

“Al ser humano se le están cerrando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los sordos. No vemos lo que no tiene la iluminación de la pantalla, ni oímos lo que no llega a nosotros cargado de decibeles, ni olemos perfumes. Ya ni las flores los tiene”.

- Ernesto Sabato

Etiquetas: #Googleá#sentir

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