El viaje de este domingo estaba pensado al sur de Asunción a partir de un recorrido por las anchas avenidas de Barrio Obrero, pero de pronto una noticia, una ausencia, se hizo presencia y yo como soldado de mis sentimientos decidí dar la vuelta y migrar hacia otros recuerdos. Y es que ha partido la gran actriz Myriam Sienra.

Por Toni Roberto

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El viaje de este domingo estaba pensado al sur de Asunción a partir de un recorrido por las anchas aveni­das de Barrio Obrero, pero de pronto una noticia, una ausen­cia, se hizo presencia y yo como soldado de mis sentimientos decidí dar la vuelta y migrar hacia otros recuerdos. Y es que ha partido la gran actriz Myriam Sienra.

Hoy quiero rendirle este tributo a partir de una “entrevista auto­movilística” que le hice hace unos cuantos años recorriendo la ciudad. Era una fría tarde de julio cuando paso a buscarle de su “setentosa” casa de la calle Soldado Desconocido casi España, la charla empezó ya al subirse al auto, confieso que sabiendo su “Estilo Diva” me puse mi mejor saco y una cor­bata a tono, un viaje al pasado de Cuadernos de Barrio, una “entrevista viajante”, que trans­cribo en diálogo:

Las Troyanas.

–Contame un poco tu infancia.

–Estudié en el colegio Las Tere­sas en la primaria donde estuve de pupila o mejor ‘pupilísima’, porque mis padres andaban mucho por la estancia, después hice la secundaria en Buenos Aires en el colegio de La Santa Unión de los Sagrados Cora­zones de Jesús y María, así que ya te hacés idea de cómo era el colegio, de guantes y sombrero, ahí patinábamos, montábamos a caballo, el colegio quedaba en Flores en las afueras de Buenos Aires. Ahí también hice cursos de piano, teníamos una sala de teatro, creo que en Asunción no hay una sala de teatro como la que teníamos ahí, era un cole­gio muy lindo, muy divertido. Una de las primeras paragua­yas que se fue a ese colegio fue Graciela Estigarribia, la hija del mariscal, era un colegio de monjas francesas e inglesas, o sea que las misas se reza­ban en francés e inglés, así de ‘paquetas’ éramos, un colegio que me dio una buena forma­ción, yo no me quejo, estoy contenta con lo que aprendí.

–¿Después volviste a Asun­ción?

–Volví a Asunción, y como en el colegio Santa Unión ya empecé a hacer clases de tea­tro, pero todo a nivel de alum­nas del colegio, del pupilaje, quise seguir estudiando teatro. Ahí la conocí a Elsa Wiezell de Espínola y empecé los cursos de declamación con ella y ense­guida en el primer año ya me dijo: ‘Vas a hacer una presen­tación de poesías paraguayas, vas a empezar a seleccionar poesías’, y es ahí que le conocí a una cantidad de poetas para­guayos, a Carlitos Villagra Marsal, a Bilbao a Appleyard, a los grandes de la época de los años 60 y comienzos de los 70, eran personas encantadoras, también a las hermanas Nelly y Edith Jiménez, era una época tan linda, hacíamos hasta pelí­culas, esas locuras hacíamos. Ahí le conocí a Manolo Prieto y, por supuesto, a Jenaro, que fue mi amigo, mi hermano.

“El hijo de la novia”.

–¿Hablamos de Jenaro Pindú?

–Sí, de Jenaro Pindú, todos los días cerraba su oficina y ya venía a casa, cuando íbamos a salir yo me bajaba las escale­ras y me decía: ‘No, no, no, no y no, ese vestido no, andá cam­biate’ y yo tonta le hacía caso, hacíamos las vacaciones jun­tos, nos íbamos al mar juntos, cuando él falleció mis hijos lo lloraron, Valeria y Francesco no terminaron de lamentar. Cómo lo querían.

Frecuenté mucho el mundo de los artistas, había un bar de un italiano, El Tano, frente a una plaza, ahí nos juntábamos casi todas las noches, era una vida hermosísima de bohemia, no había maldad, era una histo­ria de compartir las creacio­nes de ese momento, fue muy linda esa época.

Hay que recordar que en ese edificio emblemático, el Inde­pendencia, diseñado por el arquitecto Rivas allá por 1959, estaba el bar El Tano, a la dere­cha, la entrada al edificio en el medio y a la izquierda el viejo local de Aerolíneas Argenti­nas en cuya vidriera estaba un enorme Jumbo a escala que era la diversión de los niños de aquella época.

Era un lugar de la bohemia El Tano, ahí íbamos todas las noches, una época de reunión de escritores, pintores, poetas, las conversaciones no termi­naban, nos quedábamos hasta tardísimo, las inspiraciones que salían ahí, era una época muy enriquecedora.

“ Muerte de un viajante”.

No había redes sociales, era muy humano, vos te encontra­bas cara a cara, solo había telé­fonos de Antelco para pautar una hora de encuentro, tanto en El Tano como en el San Mar­cos, en el Capri o en el Nick sobre la calle Azara, donde siempre almorzaba Appleyard.

Con el grupo hacíamos lec­tura de poemas en la antigua Radio Cáritas cuando que­daba sobre Herrera. Qué de cosas se hacían en esa época. Todo eso se perdió, creo que justamente por las redes, todo es mecánico ahora, era una época de compartir en esa época, por ejemplo: nos sentábamos en el talud del frente de mi casa y habla­mos horas, Jenaro, Manolo Prieto, Alberto Miltos y tan­tos otros amigos.

–¿Te mudaste a esa casa que te diseñó Pindú en Manorá allá a finales de los años 70?

–Sí, en esa época, cuando yo me mudé en esa zona eso era monte cerrado, había dos o tres casas y el Colegio Americano, uno de mis pocos vecinos era Raúl Fretes, que compró la casa que ahora es de Seifart, que ahora también ya falleció.

–Tenemos que hablar de alguien importante en tu vida, Franco Gallarini.

–¿Vos sabes cómo lo conocí a mi marido? Haciendo teatro en la calle en Areguá. Resulta que yo llego de estudiar teatro en Italia, porque estudié en la Sil­vio D’Amico, estuve los cuatro años de estudio allá. Él como ingeniero vino para trabajar en Itaipú por parte de la empresa italiana Electroconsult y como le gustaba todo lo que sea arte, decidió irse a Areguá a ver la obra, así empezó nuestro amor.

–¿Fuiste la primera para­guaya que estudió teatro como carrera?

–Tal vez fui la primera. En esa época mis padres se santigua­ban cuando les decía que quería seguir teatro como carrera, no querían saber nada, pero al final aceptaron y fui a Italia. Cuando vuelvo ya actriz, me encuen­tro con Edda de los Ríos, quien también estudió teatro, pero en España y me dice: ‘Vamos pues hacer un grupo de teatro’ y yo le acepto, y comenzamos a ensayar para hacer algo en Are­guá en la calle frente a la casa de los Bibolini, ahí empezamos a hacer teatro con don Héc­tor de los Ríos, la iluminación hacía Schaerer que colocaba las luces en la casa de enfrente, también estaba Raquel Chaves, así empecé a hacer teatro a mi vuelta al Paraguay.

La conversación sigue, la noche se apodera de la tarde en las calles de Asunción, pero hay muchos más recuerdos que contar, muchas anécdo­tas, como cuando a Hermann Guggiari se le ocurre hacer una fiesta en su casa sobre la ave­nida España en las alturas de un añejo árbol donde instaló una terraza. Cuenta Myriam: “La subida no fue difícil, pero como la charla seguía entre vinos y cervezas, todo se com­plicó al bajarnos del árbol y algunos ya no podían, enton­ces se tuvo que llamar a los bomberos para el rescate de los invitados a la alta terraza”. Como estas hay otras tantas historias que compartir con esta gran actriz y mujer soli­daria nacida en Concepción en 1939, que realizó inconta­bles interpretaciones en tea­tro como “El hijo de la novia” o “Muerte de un viajante” y en cine “Miss Ameriguá” o “7 Cajas” y que nos dejó en estos finales del 2020 en plena pan­demia, pero también vivirá en estos recuerdos que pudi­mos rescatar en estos “Cua­dernos de barrio”.

Myriam Sienra, en muestra de Jenaro Pindú, Galería Miró, Asunción 1970.

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