• Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

Las biografías de no pocas famosas y famosos suelen tener puntos oscuros o misterios. Carlos Gardel, cuya voz, en 2003, fue incorporada al Programa Memoria del Mundo de la UNESCO para preservarla y que de aquel artista incomparable se pueda saber para siempre, es uno de ellos. Son incontables los misterios que entornan aquellos años bohemios de los más grandes creadores tangueros cuando el siglo XX despuntaba. Gardel es en sí mismo un enigma. Según el Registro Civil de Toulouse, en el Suroeste francés, nació allí el 11 de diciembre de 1890. Su madre, Berta Gardes quien declaró ante las autoridades francesas que el padre de aquel bebé era Paul Laserre. Aquella historia asegura que, cuando Carlitos tenía 2 años y se llamaba Charles Romuald Gardes, viajó con su madre a Sudamérica.

En Uruguay, se afirma que Don Carlos nació en la Estancia Santa Blanca, el 11 de diciembre de 1897. Su padre, el coronel Carlos Félix Escayola Medina. Su madre, María Lelia Oliva, de 13 años, cuñada de Escayola. La historia uruguaya sostiene que, para no deshonrar a la niña madre, le entregan el bebé en crianza a Berta Gardes. En la Argentina, se niega la nacionalidad uruguaya. Se lo reivindica como francés, se lo apoda “El Zorzal Criollo” y se venera la que fuera su casa entre el 9 de junio de 1926 y el año 1933, en la calle Jean Jaures 735, donde vivió con Doña Berta. Desde allí partió en gira artística. Nunca regresó con vida. Murió en Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935, cuando el avión en el que viajaba con sus músicos, piloteado por Ernesto Samper –abuelo de quien, con el mismo nombre, fuera entre 1994 y 1998, Presidente colombiano- cuando se aprestaba a decolar.

Separan a Toulouse de Buenos Aires, 10.588 Km. A la misma ciudad francesa, de Tacuarembó, 10.199 Km. Entre la capital argentina y la Estancia Santa Blanca, hay 562 Km. Desde 2012, los Laserre y los Gardes, en Francia al igual que los Escayola, en Uruguay, procuran conocer el ADN de Gardel para saber, si el propósito de la búsqueda fuera sólo histórico, su nacionalidad. Hasta entonces, su biografía estará incompleta. En esa superficie de 2.112.177 Km2 se encierra ese misterio incomprensible.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Westhills, es un pequeño distrito de Los Ángeles, California, en el Oeste de los Estados Unidos. La separan de Nueva York, unos 4.000 Km hacia el Este y, cerca de 9.225 Km hacia el Sudeste, de mi querida Asunción. Una mañana de octubre, en 1986, la muerte sorprendió allí, a los 74 años, a Bette Middletown, que además fue Kelly Landau, nacida en 1912. Nadie reclamó sus restos que, como lo indica la ley en ese estado norteamericano, 24 años más tarde, en 2010, fueron incinerados. Dos mujeres verdaderas en una sola mujer. Nunca había escuchado de ella o de ellas, que eran una.

Alguna medianoche avanzada, muchos años atrás, tal vez cuando apenas se iniciaban los años ’70, en la Cantina Pierino, en Lavalle 3.499 desde 1909 -un verdadero templo gastronómico de la noche porteña- Don Enrique Cadícamo, en la cabecera de una mesa que integraba también el querido amigo Pierino Capalbo, dueño del bodegón, mencionó a “una paraguayita que lo enloqueció a Carlitos (Gardel) en Nueva York”. No le di mucha bola. Mi curiosidad apuntaba, aquella madrugada, a saber cómo hizo para escribir, en tres horas, a pedido de Gardel, el tango “Anclao en París”, cuando en verdad aquel enorme poeta, por entonces, estaba en un café de la Rambla de Barcelona. Guillermo Barbieri, guitarrista, abuelo de la histriónica e hipermediática Carmen, envolvió con música aquellos versos que Don Carlos grabó luego, nostálgico, en un estudio parisino, el 28 de mayo de 1931.

Algunos años más tarde, quizá en 1985, cuando trabajaba en el noticiero de Canal 11, Pavón 2440, en el segundo subsuelo, Eduardo Bergara Leumann, un creativo magistral que me honraba con su amistad, durante un descanso en su histórico envío tanguero “La Botica del Ángel”, se acercó a donde nos encontrábamos con el querido amigo y colega periodista Horacio Embón. Charlamos unos pocos minutos. “¡Vamos que venimos”, dijo en tono de joda. En la tele todo es velocidad. Pero, antes de volver al trabajo, nos dejó, como al pasar, un comentario simpático: “Ustedes, periodistas, busquen a la amiga paraguaya de Gardel en Nueva York”.

Gardel, entre 1930 y 1933, aproximadamente, se instaló en París, Francia. Maurice Chavallier, Rodolfo Valentino, Charles Chaplin, Edith Piaff eran algunos de sus compañeros y compañeras de juergas nocturnas. Sin embargo, en Niza, se relacionó intensamente con Sadie Baron Walkelfield, a la que también se la conocía como “Madame Chesterfield”. La dama movía las madrugadas en la Riviera Francesa. De aquella relación y la cercanía con Chaplin, comentan no pocos de sus biógrafos, alcanzó las llaves que le abrieron las puertas de la empresa cinematográfica Paramount. Nueva York fue su próximo destino.

El investigador Juan Carlos Fernández apunta que entre 1932 y el año de su trágica muerte, Don Carlos protagonizó 8 películas. Entre ellas, “El Tango en Broadway”, en 1934. En aquel filme, Gardel canta con éxito “Rubias de New York”, un fox trot que poco tiene que ver con el tango. “Mary, Peggy, Betty, Julie rubias de New York/Cabecitas adoradas que mienten amor/Dan envidia a las estrellas/Yo no sé vivir sin ellas…” Una foto icónica de aquel suceso circula aún por las redes. Superó los tiempos.

Rudolph Alvarez, era un detective jubilado de la policía de Westhills. Estaba de guardia, en 1986, cuando falleció la más que septuagenaria Betty, que también fue Kelly. Una tarde sabatina, en un canal de la tele yankee especializado en cine clásico, vio “El Tango en Broadway”. Alerta y vigilante, al “botón” (como se menciona a los policías en el argot rioplatense), le pareció que la fisonomía de aquella rubia de New York, en el extremo derecho de la imagen donde aparecen a los lados de Gardel las célebres rubias, tenía algunas coincidencias con el cadáver de la viejecita que encontró en su lecho en aquella casa años atrás.

Coincidentes investigadores tangueros aseguran que Rudolph intentó sin éxito tomar contacto con los familiares de la fallecida Middletown, que también es Landau y suponía que residían en Nueva York. No había ninguno vivo ni muerto. Sin embargo, una empleada del Departamento de Salud neoyorquino, Mariel Hatton, a quien también consultó, le informó que Betty, donó sangre para los soldados norteamericanos que peleaban la Guerra Mundial II en el frente europeo en 1943 y que, desde entonces, en esa oficina pública se guardó una muestra. Fue la llave que –ADN mediante- permitió establecer que era también Kelly Landau. En el blog El Corunio, donde también se consigna la historia del detective Rudolph Alvarez, se sostiene que de aquella búsqueda emergió “un dato aún más revelador: ‘La señora Landau (también Middeltown) era en realidad morocha y nacida en Asunción del Paraguay en 1912 con el nombre de Carmen Lanari’”. Nuevo misterio que se suma a los otros tantos misterios en torno de Carlos Gardel y sus allegados.

Bette, Kelly, Carmen. Una sola mujer para tres mujeres verdaderas, ícono de los inicios del cine sonoro norteamericano que, como integrante del grupo “Las rubias de New York”, en el ’43 viajó al frente de combate para alegrar a las tropas aliadas, que con sus compañeras fueron furor en Alemania, Portugal, Grecia, Italia, España y en el propio Lido de París, entre otros países es un enorme enigma… ¿Era paraguaya? La respuesta, si la hubiere, seguramente está en Asunción.

Los amigos de Pierino
Eduardo Bergara Leumann en su Botica para el tango.
La Rubia de New York paraguaya como la imagina “El Chago”, Santiago Julio Novoa.
La casa natal de Gardel en Tacuarembó, Uruguay.
"El Tango en Broadway". Carlos Gardel con Las rubias de New York.
Cantina de Pierino
Con el querido amigo Pierino Capalbo.
La casa de Gardel en Toulouse, Francia.
Carlos Gardel con Sadie Baron Wakelfield en la Riviera

Dejanos tu comentario