Por Aldo Benítez, aldo.benitez@gruponacion.com.py - Fotos: Nadia Monges

Un retrato del sitio en donde todavía se puede encontrar comida popular y barata en el microcentro asunceno, que guarda entre sus platos, historias que se convirtieron en leyendas urbanas.

María Elena Rojas prepara con sus manos la masa de lo que será un ñoqui de papas. Son las 10:45 del 27 de junio. El cielo nublado y el día gris dan la bienvenida a un invierno que amenaza con ser realmente crudo este año. “Cuando hace frío, lo que generalmente se pide más son los caldos” dice María Elena, mientras sigue con su tarea. Sin embargo, hoy es jueves, día de pastas, por lo que el ñoqui amerita.

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Cada día, desde hace 28 años, doña María Elena Rojas se levanta antes de las 5 de la mañana para ir a trabajar al Mercado Municipal Nº 1, conocido como el Mercadito, en donde tiene su local de venta de comidas, o mejor dicho, su comedor. Delantal blanco puesto. Gorro para cocinera color naranja en la cabeza. Doña María Elena corta los pedazos de la masa que luego se harán ñoquis mientras revisa todo lo que se tiene que hacer en la mañana en su local.

Hoy en su comedor le toca ofrecer algo de pastas, pero el menú por lo general es amplio y abarca, desde caldos de pescados, asados, ensaladas hasta llegar al infaltable “puretón”, un bocado tan popular como el propio “Mercadito” quizás, uno de los símbolos de este lugar.

Doña María Elena tiene motivos de orgullo para decir que trabaja en el Mercadito. Dos de sus hijas son flamantes profesionales. “Una se recibió de doctora y la otra es ingeniera. Ambas se graduaron en la UNA, porque obviamente, jamás iba a tener dinero para poder pagarles una universidad privada” dice la mujer. Cuenta, sin embargo, que hoy se trabaja casi para “empatar”, ya que antes, el negocio estaba mejor y se podía aspirar a que los hijos puedan estudiar.

“Acá antes había muchas despensas, venta de ropas, championes, de todo un poco se vendía, hasta electrodomésticos, muchos años atrás, ahora yo soy uno de los pocos que resiste aquí” dice a su vez en un guaraní amable don Carlos Delvalle, que tiene 78 años, de los cuales 55 hace que trabaja aquí.

Oriundo de Ybycuí, departamento de Paraguarí, don Carlos Delvalle llegó a Asunción siendo joven y trabajó en diferentes áreas hasta que, a los 23 años, empezó con el negocio en el Mercadito. Sentado dentro de su despensa, con la balanza antigua a su derecha, las bolsas de harina y el vino en cartón sobre la mesa, portando esa boina a cuadros, con el pullover azul con tiras negras puesto y moviendo cada tanto los anteojos grandes sobre su nariz ancha, don Carlos Delvalle parece estar, en este instante, en aquella época.

“Ahora el problema es que se siente mucho la crisis. Hay poca gente que viene. Ojalá que esto repunte porque realmente está difícil la cosa” agrega don Carlos. Cuenta que él solo se hace cargo del negocio, que abre cerca de las 7:30 y cierra alrededor de las 18:00. Gracias a este local pudo darle una vida digna a sus cuatro hijos, quienes a su vez ya le hicieron abuelo ocho veces, recuerda, mientras una leve sonrisa le dibuja el rostro.

El Mercadito arrancó como un local de ventas de todo tipo de objetos en agosto de 1940. Para que puedan caber los vendedores y comerciantes, se construyó un tinglado enorme, ubicado entre Independencia Nacional y Fulgencio Yegros, a la altura de Manduvirá, en lo que hoy es el centro mismo de Asunción. Allí quedó enclavado lo que con el tiempo se convirtió en toda una institución gastronómica popular del país.

Cuentan locatarios antiguos que conocen de su historia, que en las primeras décadas, el Mercadito efectivamente funcionaba como un mercado tal como los otros de Asunción, como el Nº 4, por ejemplo. Es decir, un mercado como el que conocemos todos, de ventas masivas de diversos productos.

Con el paso de los años y la llegada de shoppings, nuevos centros comerciales y principalmente con el crecimiento de nuevas zonas comerciales como Villa Morra y otras – mismo el Mercado 4 - alejadas del centro asunceno, el mercado Municipal Nº 1 perdió fuerza como punto de venta, pero empezó a encontrar su propio camino en el sector gastronómico. Fue así que el Mercadito pasó a ganarse lugar en la gastronomía asuncena, pero con características muy propias como ser el referente de la comida tradicional, popular y a bajo costo de Asunción.

Si bien los comercios y vendedores de otros productos se mantienen, incluso, hay prestadores de servicios como técnicos para arreglos de celulares, carnicería, casas comerciales, lo que le da vida a este lugar hoy son los comedores. En total, son 35 puestos que venden comida. Y lo que hace atractivo al lugar es el precio que se maneja, ya que los platos, dependiendo de lo que se pide, puede variar desde G. 10.000 a G. 20.000. Todo se sirve, eso sí, con abundante mandioca.

Actualmente, el costo del canon o alquiler para cada comedor es de G. 50 mil por día. Mismo monto para los negocios que venden otras mercaderías en el lugar. Según calculan los locatarios, unas 1.500 personas por día ingresan al Mercadito. La mayoría, buscando un plato para saciar el hambre.

Otro mercado de Asunción que finalmente quedó como un puesto de comida también es el Mercado Nº 3, sobre Jejuí y Montevideo, en donde dos columnas de mesas y sillas reciben a diario a trabajadores de la zona. En el lugar también se pueden degustar platos populares y a buenos precios.

Cerca de las 11:00 los comedores empiezan a ubicar todo lo necesario en las mesas. En potes especiales, se pone en cada mesa varias cucharas, tenedores y cuchillos. Está también la servilleta de papel, los escarbadientes están listos y los vasos. Las mesas y las sillas de madera, pintadas en diversos colores le dan un toque distintivo. El menú es variado. Muchas cocineras de los locales ya saben lo que quieren sus clientes. Son años sirviendo la comida en este lugar que a muchos ya le conocen el gusto. O el antojo.

“Creo que no solamente es el precio lo que atrae a la gente sino que nosotros servimos comida del día siempre. Nunca se recalienta, todo lo que se hace se sirve en el día, entonces eso también sabe la clientela” expone María Elena, justificando que la fidelidad de la gente va más allá de lo que se tiene en el bolsillo.

Y en verdad, la aseveración de doña María Elena parece tener sustento cuando se ve a la gente que llega para servirse un buen plato de comida. Desde aquel trabajador jornalero de a pie, hasta el señorial hombre de traje y corbata que tiene problemas en encontrar un lugar para estacionar su camioneta para poder llegar a hora. Como el amor, en la letra de “Ocho cuarenta” del cantante argentino Rodrigo (+), el Mercadito parece estar por encima de toda diferencia social. Además, el lugar supo crear casi leyendas urbanas alrededor de su nombre, y principalmente, de su comida.

Una de ellas habla de las bondades que tiene el “puretón” como un alimento que sirve para combatir la resaca, aquel pesado estado anímico y corporal que se tiene después de una fuerte ronda de tragos. Coloquialmente se lo conoce como “yerón” a este plato, que consiste en una tortilla grande, cubierta por uno o dos huevos fritos y con trozos o picado de carne encima. La mandioca, que se sirve en raciones más que generosas, ya forma parte del acompañamiento y su precio varía entre G. 8.000 a G.10.000.

Pero quien puede hablar sobre el “puretón”, el Mercadito y el trabajo de acá es la señora Asela Bobadilla, a quien nadie conoce por nombre y apellido sino por su apodo, que ya es toda una marca registrada en este lugar; Tía Chela. Doña Asela, o mejor, tía Chela, trabaja en las cocinas del Mercadito desde hace 43 años. Lo que se dice, toda una vida.

“Antes, hace muchos años, la gente venía temprano a comer o desayunar, entonces nosotros acá con el comedor empezamos a ver algo que sea barato pero abundante, entonces a la tortilla le agregamos huevo con el picadito de carne, entonces a los muchachos les gustaba y nos decían “esto está purete”. Después venían a pedir “tía, preparanos pues ese purete y así fue quedando el nombre de puretón” dice tía Chela.

Un local pegado al Mercado Municipal, denominado “Las delicias del Mercadito” atiende las 24 horas. Allí, aquello de ir para el “yerón” correspondiente, es una realidad cada fin de semana. Aquí no se venden bebidas alcohólicas, para evitar justamente cualquier problemas que pueda surgir. Además, un dato llamativo con Las delicias, es que casi todo el personal está compuesto por mujeres que van rotando en horario para poder cumplir con el arduo trabajo de completar las 24 horas de atención al público, de lunes a lunes.

En el comedor de Tía Chela trabajan al menos 4 a 5 personas con ella. Para tía Chela, que gracias a su trabajo supo criar dos hijos que ya le dieron seis nietos, además del precio, el punto que marca la diferencia del Mercadito con el resto de otros locales es que se sirve comida de la casa y del día. La mujer cuenta que venden, en promedio, entre 40 a 50 platos por día, pero que este número es bajo en comparación a otros años. “Antes teníamos más gente, desde la mañana hasta pasado el mediodía, no paraba la clientela” expone.

El temor de los dueños de comedores ahora pasa por el proyecto de supuesta modernización que había anunciado la Municipalidad de Asunción para el “Mercadito”. “Dijeron que nos iban a cambiar, que esto iban a modernizar, que supuestamente, iban a convertirlo en un shopping. No hubo una comunicación definida de lo que realmente iba a pasar con nosotros” dice tía Chela. Al parecer, el proyecto no avanzó.

Más de 4 décadas de trabajo, sin embargo, trae sus consecuencias. Por ahora, tía Chela queda los sábados y domingos a descansar, aunque hay comedores que siguen trabajando. “Esperemos que esto mejore porque la verdad que está difícil la cuestión, siempre hay clientes, es cierto, pero hay menos en comparación a otros años” expone tía Chela.

El Mercadito, como todo negocio gastronómico, alberga su propio mundo comercial, o submundo, en este caso. Lejos de los préstamos bancarios o financieros a los que otra gente puede acceder, los trabajadores de los comedores en este lugar tienen en los usureros del día a día la fórmula para poder salvar la jornada, la semana, o el mes.

La lógica de la necesidad no resiste mucho análisis: El usurero trae el dinero que se necesita en el momento y da la plata sin ningún otro trámite. Después, los intereses posteriores, traerán otras maldiciones probablemente, pero lo urgente se salva.

Son las 12:00 y el área central del Mercadito se va poblando de gente. Llega el albañil, con su buzo manchado de pintura, se quita el kepis con polvo y se sienta para ser atendido. Llega el empleado bancario que pone sobre la mesa sus dos celulares y habla con su compañero de trabajo, mientras acomoda la corbata. Está, en la otra esquina, la señora que deja su bolso sobre la mesa y se dispone a disfrutar de su sopa humeante.

Así es el día a día en el Mercadito, quizás el último lugar de resistencia de la comida popular en Asunción.


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