Luego del desorden y derroche de recursos llevados a cabo por la administración del entonces presidente Mario Abdo Benítez en complicidad de un embajador extranjero que se dedicó a perseguir a un paraguayo en particular debilitando a las instituciones, acarreando a su vez la pérdida de la sostenibilidad fiscal y hasta de su estabilidad monetaria en el país, en este momento y corregidos aquellos desvaríos, estamos en una nueva fase de cambios alentadores en nuestra República que dan cuenta del surgimiento de una plataforma estable y predecible para la inversión nacional como extranjera.
El crecimiento del producto implica una mayor cantidad de bienes y servicios dispuestos por el sector privado y se debe a que se tiene el compromiso serio de un gobierno decidido a atraer inversiones en atención a las medidas propiciadas desde el Poder Ejecutivo encabezado por el presidente Santiago Peña con el apoyo de la bancada oficialista en el Congreso.
Como país estamos pasando por una etapa que pocas veces se da en la historia de las naciones; esto es, estamos convirtiéndonos en una plataforma de oportunidades y de crecimiento y la prueba de ello es el “investment grade” o grado de inversión conseguido el año pasado, un avance nunca antes logrado en Paraguay.
Al respecto, y a modo de repasar el concepto, el grado de inversión no solo beneficia a los bonos emitidos por el Gobierno, sino también favorece a las empresas privadas por cuanto que los portafolios de valores en el mercado internacional hacen uso de esa información para realizar sus cálculos de riesgos y futuras ganancias en sus respectivos estudios de inversiones.
Todo esto hace que cada vez sean más conocidas herramientas jurídicas sumamente atractivas para la inversión extranjera como el régimen de maquila, las zonas francas y la ley 60/90 de incentivos fiscales, todos los cuales son un incentivo para las operaciones de capitales y de logística que redundan en beneficio de las empresas como del mismo fisco.
Estamos ante un presente cambiante, no exento de inconvenientes como de hecho sucede con las economías que por su misma dinámica crece deshaciéndose de los obstáculos que se tienen. En este primer cuatrimestre se observan sectores como la construcción, la agroganadería y los servicios con crecimientos superiores, situación que si se traslada a los hechos dan como resultado que la pobreza hace quince años atrás alcanzaba a 1 de cada 2 paraguayos y en el presente la relación es de 1 de cada 5.
Lo anterior no es para subestimar. La realidad es que en Paraguay, y mal que les pese a los agoreros del pasado que todo lo ven con el prisma del pesimismo, la pobreza se redujo en un 60 por ciento, siendo el país con menores índices de pobreza en la región.
Esto significa que habiéndose reducido la pobreza hay más gente que empieza a contar con recursos propios que le permiten disponer de un puesto de trabajo con el que antes no contaban.
Dicho de otro modo, en nuestro país contamos con mano de obra que ciertamente debe ir siendo cada vez más calificada. No obstante, y a tenor de los datos, 20 años atrás no se llegaba ni al 15 por ciento de los productos de exportación con valor agregado y, en este año 2025 se cuenta con más del 50 por ciento.
Esto significa crecimiento, producción y productividad, cuyos incrementos no se hacen de la noche a la mañana. Si se analizan los datos de organismos internacionales como el grado de inversión obtenido el año pasado desde la calificadora Moody’s, entonces quiere decir que el Paraguay del presente se ha convertido en una plataforma estable y predecible para las inversiones en un mundo cada vez más competitivo.