El director de cine Kambuzia Partovi, guionista de la única película iraní que ganó un León de Oro en Venecia, murió el 24 de noviembre pasado por coronavirus, anunció el organismo cinematográfico del país. Partovi, uno de los “cineastas más influyentes del cine infantil iraní”, murió en el hospital Dey de Teherán a los 64 años, dijo la fundación Farabi en un mensaje de condolencias en su web.
Nacido en Rasht, en el norte de Irán, Partovi comenzó su carrera como director en la década de 1980 con “Mahi” (“El pez”) y rápidamente se convirtió en una figura importante del cine infantil iraní, pero no se limitó a este género. Como guionista, trabajó con varios cineastas iraníes de renombre como Abbas Kiarostami, Jafar Panahi y Majid Majidi.
Ganó cuatro premios al mejor guión en el festival Fajr de Teherán, el mayor número de premios entre sus pares. También coescribió el guión de la película épica de 2015 “Muhammad”, la más cara de la historia del cine iraní.
Esta película biográfica, que retrata la infancia del profeta musulmán, fue criticada como un “acto hostil” y una “distorsión del islam” por el máximo clérigo de Arabia Saudita, rival regional de Irán. En el año 2000, Partovi coescribió “El círculo”, que aborda las dificultades que enfrentan las mujeres iraníes. Fue la primera y hasta ahora única película iraní en ganar el León de Oro en el festival de cine de Venecia.
La película posterior de Partovi, “Cafe Transit”, que cuenta la historia de una viuda que decide dirigir el restaurante de la parada de camiones de su difunto esposo, fue seleccionada para representar a Irán en los Oscar en 2007.
En 2013, Panahi y Partovi ganaron el Oso de Plata al mejor guión en el festival de Berlín por “Parde” (“Cortina cerrada”), realizada en secreto desafiando la prohibición de las autoridades de Teherán.
El director iraní Nader Saeivar intenta con "The Witness" rendir homenaje al movimiento femenino y a sus formas no violentas de protesta. Foto: Gentileza
“The Witness” de Nader Saeivar es una película que, como un espejo roto, refleja múltiples facetas de la sociedad iraní, haciendo uso de referencias sutiles pero poderosas para crear una narrativa que desafía las normas establecidas y la cárcel en Irán. Comparar los elementos simbólicos de la película con la realidad iraní y con el cine occidental nos permite desentrañar las capas de significado que Saeivar ha tejido cuidadosamente.
La película contiene imágenes que podrían pasar desapercibidas: helicópteros militares sobrevolando la ciudad de Teherán. En un primer vistazo, podría parecer una simple escena de fondo, pero en el contexto iraní, se convierte en un símbolo de la constante vigilancia y represión que pesa sobre los ciudadanos. Esta sutil presencia militar recuerda a la omnipresencia del control estatal, una realidad que se refleja en la vida diaria de los personajes. Comparando este simbolismo con la libertad que a menudo damos por sentada en Occidente, la diferencia es abismal. En la cinta cada elemento del entorno resuena con significados profundos, como el águila que vuela sobre las montañas, simbolizando una libertad que la protagonista anhela, pero que la sociedad opresiva le niega.
El uso de la pintura de Goya “Los fusilamientos del 3 de mayo” en la cocina de la protagonista es otra referencia cargada de significado. Goya pintó este cuadro como una protesta contra la tiranía de Napoleón, y Saeivar lo utiliza para establecer un paralelismo entre la lucha del pueblo español y la resistencia de la protagonista iraní contra un gobierno opresor. Esta comparación subraya la universalidad de la lucha por la libertad y los derechos humanos, ya sea en la España del siglo XIX o en el Irán contemporáneo. Aquí, la película conecta con la tradición del cine comprometido que denuncia la opresión, un tema que, aunque común en el cine iraní, sigue siendo sorprendente dada la censura y las represalias que muchos cineastas enfrentan en Irán.
Uno de los aspectos más impactantes de “The Witness” es cómo aborda la ley islámica, en particular el artículo 630, que permite, según el film, a un esposo matar a su esposa adúltera. Aunque la película no deja claro si este artículo es real o inventado, el hecho de que se atreva a mencionarlo es un acto de valentía. En Occidente, tal representación sería vista como una crítica directa y audaz, pero en el contexto iraní, es un desafío a las normas y una muestra de la habilidad de Saeivar para burlar la censura con ingenio. Este acto de subversión se hace aún más notable cuando recordamos que otros cineastas iraníes han sido encarcelados o han tenido que exiliarse por tratar temas similares, entre ellos un director adorado en este medio Mohammad Rasoulof.
La actuación de Maryam Boubani en su personaje de Tarlan es sencillamente extraordinaria. Su evolución a lo largo de la película refleja la presión asfixiante de una sociedad que exige obediencia y conformidad. Desde la relación tensa con su hijo ingrato (y por qué no decirlo, medio tonto) hasta la carga de vivir bajo leyes injustas, Boubani captura la desesperación y la fortaleza de su personaje con una precisión emocional que es difícil de igualar. Comparando su interpretación con el cine occidental, uno podría pensar en actrices como Meryl Streep o Cate Blanchett, cuyas actuaciones también trascienden la pantalla para resonar profundamente con el espectador. Sin embargo, lo que Boubani logra es aún más impresionante dado el contexto restrictivo en el que trabaja.
El humor, aunque sutil, también tiene su lugar en la película, especialmente a través del hijo de la protagonista, un personaje que, en su propia torpeza, añade una capa de humanidad y realidad a la historia. Este contraste entre la dureza del entorno y los escasos momentos de humor recuerda a los toques de realismo mágico en el cine de directores como Fellini o Almodóvar, donde lo absurdo se entrelaza con lo cotidiano para subrayar la tragedia de la vida. No perderse EL momento de realismo mágico con la maravillosa escena final, una verdadera joya con un potente mensaje.
Un aspecto sorprendente es la participación del propio director, Nader Saeivar, en el papel de un farmacéutico, un detalle que añade una capa adicional de meta-narrativa al filme. Esta decisión, aunque pequeña, subraya el control y la visión personal que Saeivar tiene sobre su obra, un enfoque que también se ha visto en el trabajo de directores como Alfred Hitchcock, quienes aparecían brevemente en sus películas, pero siempre con un propósito. Este director aún tiene que mucho que dar aún, si le dejan, ya que, con su tercera película como director, una cada dos años, nos tiene ya esperando al 2026 para la siguiente.
Finalmente, la danza juega un papel crucial en la película, simbolizando la resistencia y la esperanza de un futuro mejor. La escena culminante, en la que la hija baila frente a su padre, es una declaración poderosa de desafío contra las normas opresivas. Este acto, tan simple y hermoso, tiene un peso enorme, mostrando que, a pesar de las restricciones, la cultura y el arte pueden ser herramientas poderosas de resistencia. Comparada con el cine occidental, esta escena podría evocar la rebelión silenciosa de los personajes en películas como Billy Elliot bailando delante de su padre, donde la danza también se convierte en un acto de liberación.
“The Witness” es, sin duda, una obra maestra, otra más del cine iraní contemporáneo, que, a través de sus referencias y simbolismos, ofrece una crítica profunda de la sociedad en la que se inscribe.
* David Sánchez es un periodista franco español afincado en Toulouse, centrado especialmente en cine iberoamericano, miembro de la crítica internacional Fipresci. Sitio: https://www.tegustamuchoelcine.com.