El síndrome de la “heladera vacía” que algunos opositores intenta­ron instalar en contra del balance anual del presidente Santiago Peña es una muestra de un discurso car­gado de sesgo. La crítica, que en varios casos carecía de sustento, no solo empali­deció por quienes lo ponderaban, sino que se redujo drásticamente a una triste ope­reta, gris y sin relevancia, ante la contun­dencia los números exhibidos. Entrando en el plano estrictamente técnico, las cifras dadas ante el Congreso por el jefe de Estado el pasado 1 de julio señalan que su gestión es positiva ya que el consumo aumentó, lo cual responde –fundamentalmente– a la exis­tencia de dinero circulante.

No hay mucho en qué rebuscarse para entender lo que los economistas, analis­tas de entes rectores y hasta los mismos protagonistas de los distintos sectores que intervienen en la dinámica comercial con­firman en relación al crecimiento del 8 % en el consumo, al cierre del primer semestre de 2025. Esta situación es producto de que hubo mayor flujo de dinero y eso es real, es palpable, a pesar de los pronósticos, de los discursos distorsionados de muchos oposi­tores que siguen fracasando en su intento de desprestigiar los esfuerzos de este gobierno y de todo el sector productivo que sostiene este crecimiento.

La intención de continuar martillando con­tra los administradores estatales de turno con un discurso tan frágil y tan carente de fundamentos consolida aún más las iniciati­vas y los logros que tiene este gobierno que –aún con los paulatinos aciertos– no se siente satisfecho. Sin embargo, no deja de ser hos­til la manipulación que ensayan algunos medios sobre la realidad de la ciudadanía.

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La proyección del crecimiento del 4,5 % que realizan los entes económicos oficia­les para este periodo no se resume a meros anuncios, sino va hilándose a la dinámica de la realidad de la gente. Testimonios de protagonistas del comercio dan fe del cre­cimiento en el sector y manifiestan su enorme optimismo.

Es así que mientras los perpetuos descon­tentos critican, desde el rubro supermer­cadista, por ejemplo, refieren el cierre del semestre con un crecimiento de entre el 7 % y el 8 %. Directivos del sector destacaron que esto es el reflejo y el impacto positivo de una mayor actividad comercial impulsada por las principales festividades y una res­puesta sólida del consumidor paraguayo, producto de su capacidad económica.

Sin embargo, la capacidad económica requiere de otros aspectos que impulsen el hábito de consumo. Y aquí la confianza juega un papel fundamental que, dicho por los expertos, significa cierta tranquilidad, estabilidad que motive a los consumidores.

Esa mejora en la percepción obviamente generó mayor movimiento, situación que no hubiera sido posible sin los esfuerzos del Gobierno en estrategias de estabilidad en el tipo de cambo, un dólar más estable princi­palmente, baja en los combustibles, mejora en la tasa de empleo, iniciativas como los feriados móviles que incentivaron el nego­cio turístico, entre otros casos.

Los indicadores citados repuntaron la con­fianza del consumidor con relación a los meses duros del primer trimestre y esto sin duda fue clave en la dinámica del comercio.

Pero además de la confianza, la expecta­tiva en un mercado con más estímulos dio lugar a estrategias y promociones en busca de afianzar el vínculo con el consumidor. El escenario generó buenas expectativas para los comercios, que vienen promoviendo alianzas entre entidades bancarias y super­mercados con el objetivo de conservar la demanda, aspectos que muestran adelan­tos y proyectan optimismo.

Esta solidez económica y el crecimiento en la demanda al cierre del primer semes­tre tiene que seguir siendo el hilo de este gobierno. La contundencia de estos logros será más visible si se mantienen las proyec­ciones de mejora y en este contexto se debe­rán enfocar en perfeccionar estrategias que son justas y necesarias.

No hay tiempo que perder en rencillas ni explicaciones, los datos y realidades no darán lugar a relatos sin fundamento.

La misión es grande y los resultados que espera la ciudadanía no pueden poster­garse más por mucho tiempo. La calidad de vida depende de las condiciones del mer­cado que, a la vez, necesita de una Estado presente con acciones acordes a cada coyuntura.

El camino debe continuar hacia la solidez económica y el bienestar en el mercado, esto significa esfuerzos constantes en la mejora de los aspectos que incidan en ellos.

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