Finalmente, las voces que solo reproducían una exagerada disconformidad, plagadas de críticas salvajes y descalificaciones sin sustento real, referente al programa Hambre Cero en las Escuelas, se fueron apagando paulatinamente ante la imposibilidad de respaldarlas mediante un asidero firme y veraz que les permita continuar con su campaña de desprestigio a tan noble y loable misión.

Se evidenció, por tanto, que más allá de las imperfecciones que conlleva todo proceso humano, fue la mala fe el ariete permanente con que buscaron destrozar cualquier iniciativa plausible de este gobierno liderado por el presidente Santiago Peña.

Lamentablemente, en esta maquinación de algunos medios de comunicación y la oposición, también se prestaron algunos docentes y padres de familia.

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No estamos ignorando el derecho a la libre expresión, derecho de rango constitucional, ni los cuestionamientos en cuanto a ciertos errores apuntados durante la aplicación del programa.

Lo que sí estamos subrayando es que se magnificaron algunos aislados detalles a corregir, como si todo el programa de alimentación escolar fuera un rotundo fracaso.

Sin embargo, los hechos concretos atestiguan que se trata de una estrategia pública correctamente concebida y ejecutada. Y que, obviamente, irá mejorando con el correr del tiempo.

Fracaso habría sido no empezar siquiera este proyecto, que tendrá repercusiones positivas a corto o mediano plazo, y que hoy son aún difíciles de estimar y precisar.

Y como estas acciones del Gobierno podrían tener un impacto favorable dentro de la sociedad y, además, están asociadas directamente con las preferencias electorales a futuro, entonces, se echa mano a la manipulación deliberada de la realidad, con la única intención de dañar la gestión presidencial, en un acto abiertamente mezquino y miserable.

La educación es uno de los componentes esenciales de la cultura, como la religión, las costumbres y tradiciones, los valores y principios, las artes, la literatura, la música y, en general, nuestro usual modo de vida.

Es, sin discusión alguna, la herramienta más poderosa que tenemos para alcanzar la plena madurez ciudadana y democrática, hasta hoy penosamente esquiva.

Y es esquiva porque, desde la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner, que duró casi 35 años en el poder, no hemos sido capaces de construir puentes de consenso entre un gobierno y otro.

Nos cuesta, insistimos, abrir espacios compartidos, donde los colores partidarios estén sometidos a los grandes intereses de la nación y a su gente.

Como sí pudieron hacerlo aquellos diputados y senadores de inicios del siglo XX, que antepusieron a la patria por encima de las ambiciones sectoriales. Y lo hicieron porque eran hombres de gran inteligencia y sobrada integridad ética, que no se detuvieron en las minucias egoístas que podrían entorpecer o torpedear la buena marcha del Estado.

Después vinieron, durante la hegemonía del Partido Liberal, las asonadas, revoluciones entre bandos diferentes de un mismo partido y golpes cuarteleros que sumieron al país en un cuadro económico y social deplorable. El retorno de los colorados al gobierno, a partir del 3 junio de 1948, tampoco representó la estabilidad que el Paraguay precisaba con urgencia.

Posteriormente, la llegada de la dictadura, el 4 de mayo de 1954, sembró muestro país de terror, luto y muerte, además del exilio de las mentes más ilustradas de todos los partidos políticos y tendencias ideológicas. Y muchos de los que se quedaron pusieron su inteligencia al servicio del déspota.

Explicar estos antecedentes era necesario para comprender la situación en la cual nos encontramos. Sobre todo, para entender por qué nos cuesta tanto tener políticas de Estado en áreas vitales para nuestro crecimiento económico inclusivo y un sostenido desarrollo social en condiciones de equidad.

No se puede detener el avance de la mejora de la salud, la educación, la infraestructura y la ocupación laboral en nuestro país por el simple cambio de una administración por otra. Estas áreas de políticas públicas, consecuentemente, son las que deben tener continuidad ininterrumpida en el tiempo.

Y Hambre Cero en las Escuelas debe ser un imperativo ineludible. Hasta antes de su aplicación veíamos a muchos niños y niñas que cabeceaban en las aulas por falta de una ración de comida diaria, siendo esta una de las razones principales del desgranamiento escolar, es decir, abandono y repitencia.

La educación en el Paraguay solo podrá avanzar hacia el desarrollo integral en la medida en que vayan egresando de los colegios jóvenes con capacidad intelectual rindiendo al máximo, con valores fuertemente arraigados en su espíritu, con ideales y valores democráticos dispuestos a defenderlos y con fundamentos críticos para enjuiciar a los procesos y actores políticos.

De eso, pues, se trata la educación de calidad y excelencia. No es solo adquirir el conocimiento para el alarde y el éxito personales, sino asumir la decisión de ser protagonistas en una sociedad donde el mérito, la honestidad y la competitividad tendrán que ser redescubiertas para lograr la meta que todos los paraguayos y paraguayas soñamos: volver a ser una patria grande y próspera.

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