La oposición paraguaya sueña con un nuevo “marzo paraguayo”, aunque desde su vertiente cívica; sin embargo, conociendo la cata­dura de algunos de sus integrantes, no sería desacertado pensar que, incluso, no des­cartan la posibilidad de alcanzar el poder por la vía de la tragedia. Porque, como ya lo han demostrado en el ejercicio del gobierno (central o regionales), solo se preocupan por sus conveniencias, las propias y las de su entorno familiar o de amistad, obviando las urgentes necesidades de nuestro pue­blo. Esta última y luctuosa experiencia la vivimos en 1999, originada a partir del ase­sinato del entonces vicepresidente de la República, Luis María Argaña. El magnici­dio coincidió con la presencia anual de los campesinos en la capital del país. Un hecho que no previeron o calcularon mal quienes organizaron tan miserable atentado.

Los reclamos de quienes hace décadas vie­nen luchando por una reforma agraria integral dejaron a un segundo plano sus demandas para sumarse a cientos de per­sonas que se congregaron en las plazas ubi­cadas frente al Congreso de la Nación para exigir justicia y la renuncia del mandata­rio Raúl Cubas Grau. Pero las movilizacio­nes se habían iniciado antes, con el indulto del jefe de Estado al general Lino César Oviedo, quien estaba en prisión por un fallido golpe de Estado de abril de 1996. Su liberación se produce cuatro días después de que Cubas asuma el cargo el 15 de agosto de 1998. Con un probable juicio político en puertas, Argaña sería su reemplazante. Y ahí ocurre la provocada desgracia. Ese mismo día, el Tribunal Superior de Justicia Electoral, sin respetar el dolor de los fami­liares y seguidores de quien pasó a la histo­ria como “el último caudillo republicano”, convoca a elecciones para cubrir el cargo vacante de vicepresidente de la República. Una actitud que aumentó la indignación popular. Con los días, los manifestantes convertidos en miles decidieron permane­cer en sus puestos de combate ciudadano, hasta que francotiradores empezaron a disparar en contra de la multitud dejando su saldo de mártires. Y eso fue el final. El último proyecto autoritario, respaldado incondicionalmente por el director de un medio de comunicación que hoy pretende dictar enseñanzas sobre democracia, había expirado con la renuncia del jefe de Estado el 28 de marzo de 1999.

Siete años después, el 26 marzo de 2006, con una convocatoria prácticamente sin precedentes en tiempos normales, par­tidos políticos y organizaciones sociales expresan su protesta en contra del presi­dente Nicanor Duarte, acusándolo de vio­lar la Constitución Nacional en su artículo 237, al asumir la titularidad de la Junta de Gobierno del Partido Colorado por unos minutos, antes de dejar el cargo a José Alberto Alderete, quien, al mismo tiempo, había presentado renuncia a su cargo de ministro de Obras Públicas y Comunicacio­nes. Y apareció un protagonista inesperado que le robó el escenario a los potenciales candidatos al Poder Ejecutivo: monseñor Fernando Lugo, obispo de San Pedro. Hasta el segundo partido de mayor arraigo en el Paraguay, el Liberal Radical Auténtico (PLRA), tuvo que dejar de lado sus preten­siones para acompañar a quien se presen­taba como el único que podía terminar con la larga hegemonía del partido fundado por el general Bernardino Caballero. Y así fue. Lugo se convierte en inquilino del Pala­cio de López, el 15 de agosto de 2008, tras derrotar en las elecciones generales a la actual senadora Blanca Ovelar, colorada.

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También en marzo tuvo lugar la fallida enmienda constitucional que permitía la reelección presidencial, procedimiento avalado por renombrados juristas de nues­tro país, y que terminó en la muerte de un joven activista del PLRA. Durante esos epi­sodios pudo verse a los senadores de enton­ces, Mario Abdo Benítez y Arnaldo Wiens, celebrando con vítores la quema del edificio del Congreso. Y en este nuevo marzo, pre­tendieron replicar lo acontecido en 2006 durante los tres días de movilizaciones que se desarrollaron en este orden: organiza­ciones autodenominadas ciudadanas, pero con una clara inclinación sectaria; los par­tidos políticos el segundo día y, por último, las agrupaciones campesinas. En la lista de oradores, ante la ausencia de alguien como Fernando Lugo, se turnaron los eventuales candidatos para el 2028. Pero las expec­tativas fueron superadas por la realidad.

En cuanto a volumen de la concurren­cia y, sobre todo, a la pálida recepción de parte del público. Así que solo les quedó el recurso de la “unidad”, pero sin un candi­dato potable. Por otro lado, lejos de aquel doloroso marzo de 1999, las fuerzas de seguridad, ya lo dijimos ayer, demostraron su absoluto compromiso con la democracia, garantizando la libre movilización ciuda­dana. Y un hecho puntual: los campesinos no se prestaron –ni con su presencia ni en los discursos– a las ambiciones de aquellos que solo buscan el poder sin importar los medios. Ni siquiera permanecen los resi­duos de las proclamas panfletarias carga­das de odios y resentimientos. En síntesis, un verdadero fracaso, a pesar de sus medios aliados que trataron a toda costa de dibujar un escenario que solo ellos vieron.

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