Dejémonos de hipocresías. La libertad de prensa en nuestro país –y, también, en muchos otros– se restringe a la libertad de sus propietarios de decir lo que ellos permiten que se diga. Consecuentemente, la libertad de expresión está habilitada únicamente para los dueños de estos medios de comunicación. Estamos hablando de los medios tradicionales que actualmente se erigen en imperios corporati­vos (imperios en cuanto a estructura, pero no así, obviamente, en lo que concierne a credibilidad). Esos imperios comprenden, además, bancos, cade­nas de supermercados, inmobiliarias, constructo­ras, empresas importadoras y otros rubros diver­sos, por lo que convirtieron al periodismo en una coraza para defender sus intereses y golpear a sus enemigos con el propósito de destruirlos política y comercialmente. En síntesis, su afán es exclusiva­mente el lucro y no el servicio al público por medio de la verdad y la ética. Naturalmente, no pueden promover las virtudes de las cuales carecen.

Hilemos más fino: lo que hacen es proclamar valo­res que, en la práctica, traicionan cotidianamente. Ellos pueden criticar libremente, pero son intole­rantes a cualquier crítica a su trabajo, deshonesto, por cierto, al grado de la miserabilidad más des­preciable. Lo que ahora se llama pomposamente como posverdad no es otra cosa que la manipula­ción deliberada de la realidad, sintetizada en una sola palabra, procurando influencia en la opinión pública con una carga de emoción y creencias, sin considerar la objetividad de los hechos. Nos referi­mos a la objetividad en cuanto a ciencia medible y cuantificable, o irrefutable por los mecanismos de la lógica y la razón, desalojando cualquier duda. Esa objetividad, en el periodismo, no pasa de la catego­ría de mito, pues no es la verdad su fin último, sino la imposición de opiniones (subjetivas) y criterios fun­dados en intereses. Y en ese tren, las cadenas mediá­ticas de Natalia Zuccolillo, por un lado, y Antonio J. Vierci, por el otro, desde su inicio se hicieron poli­zontes en los vagones de la mendacidad, la infamia procaz y la manipulación intencionada. Quienes se declaran “libres” son esclavos de los caprichos de sus patrones y quienes se confiesan “indepen­dientes” están encadenados a sus propias utilida­des y probabilidades de aumentar el margen de sus ganancias, sin que la ilicitud sea un obstáculo.

El diario Abc Color, por ejemplo, antes de conver­tirse en una corporación mediática, atacaba impla­cablemente a constructoras de la competencia o a importadoras de vehículos, cuando otras empre­sas ganaban determinada licitación, persiguiendo su anulación para favorecer a su fundador y pro­pietario o a un pariente político cercano. Esa es una situación irrebatible. ¿O, acaso, algunos de los empleados –varones o mujeres– de estos medios tuvieron una actitud crítica –no decimos de con­dena siquiera– sobre los negociados –sospechados y reales– en los cuales estuvieron y están involucra­dos los titulares de estas sociedades empresariales? ¿Acaso, aunque sea por decoro personal, se anima­ron a denunciar los más graves hechos de corrup­ción de la era democrática, perpetrados durante el gobierno de Mario Abdo Benítez? La consigna siempre sigue igual: para los enemigos, el garrote vil; para los cómplices de latrocinio, el más absoluto y complaciente silencio.

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La participación del presidente Santiago Peña en la 80.ª Asamblea General de la Sociedad Interameri­cana de Prensa (SIP), que tuvo lugar en la provin­cia argentina de Córdoba, fue cuestionada acerba­mente por los medios del clan Zuccolillo y la secta del grupo Vierci. Esta sociedad representa a propie­tarios, editores y directores de diarios, periódicos y agencias informativas. Hecha la suficiente aclara­ción, prosigamos. El mensaje del mandatario para­guayo estuvo a la altura de nuestra cotidianeidad en el manejo de la información. Y, en parte, tiene razón cuando argumenta que “hoy día parecería ser que todo medio de prensa responde a una visión especial de las cosas. O de izquierda o de derecha. O conservador o progresista. Es decir, el medio no responde más a la información, a la realidad, sino al sesgo del grupo que es propietario del medio”. Deci­mos, en parte –en una gran parte– nuestra coinci­dencia, porque estos medios locales nacieron así, no es de hoy nomás. Y la ideología solo es tangencial: no se trata ni de izquierda ni de derecha, sino de beneficios sin costos, de ganancias sin trasparencia. Y la crisis estalla ante cualquier investigación que pudiera destapar las eventuales podredumbres que guardan bajo el pretexto de la “prensa libre e inde­pendiente”.

Cuando se hurga en las transacciones del banco Atlas, es un “garrote” contra Abc Color. Cuando que, en el fondo, esta corporación quiere seguir manejando discrecionalmente los fondos del Instituto de Previsión Social (IPS), apoderarse con exclusividad de terrenos en la Costanera de Asun­ción, así como se apropió de una plaza convirtién­dola en “patio de comidas”, cobrando cánones que debieron ser percibidos por la Municipalidad de la capital. Lo mismo pasa con el contrabando, acapa­rado por quienes dictan cátedra de moral desde sus periódicos, radios y televisión.

El diario Abc se desnuda a sí mismo en un catastró­fico titular: “Peña afirma defensa a la libertad de prensa, pero cuestiona voces críticas”. Los medios pueden agraviar, injuriar, calumniar y difamar sin que por ello deban recibir cuestionamiento alguno. ¡Pero qué simpáticos! Con esta actitud lo único que evidencian es su bastardeo a la libertad de expre­sión. No son impolutos, aunque jueguen a dioses. Son manejados por humanos y, por ende, sujetos a iguales condiciones que los demás. El periodismo no es un arma para la impunidad. Ni para obtener discrecionalidad que favorezca a las otras empresas que administran sus propietarios. ¡Basta de tanta prostitución de los nobles ideales con que nació esta degradada profesión!

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