El cardenal de la Iglesia para­guaya, Adalberto Martínez, que está en Roma, en la misa que pre­sidió en la Basílica de San Gio­vanni a Porta Latina reclamó la responsa­bilidad de los que tienen las decisiones en la administración pública de nuestro país, ante lo que consideró la débil instituciona­lidad democrática. Señaló que falta el sen­tido del bien común, la ética política en los que dirigen nuestro país.

Luego de enumerar los pecados pidió que el Altísimo derrame sus bendiciones para la conversión, la transformación de las con­ciencias y que vivan los valores cristianos de la verdad, la honestidad, solidaridad, fraternidad y justicia.

Las palabras del más alto representante católico en nuestro país tienen gran impor­tancia para la nación paraguaya cuya mayoría es de esa confesión cristiana. Y merecen una reflexión, con las precisiones que requieren sus apreciaciones de orden político.

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Como toda sociedad humana, la nues­tra es altamente perfectible y requiere un esfuerzo constante para ir mejorando. Haciendo un análisis sereno de la realidad se pueden ver qué aspectos son más críticos y merecen mayor atención.

La primera puntualización que merece la homilía del cardenal es que nuestro país no está viviendo una débil institucionali­dad. Sabemos que cuando habla de ella se refiere a lo ocurrido en la Cámara de Sena­dores, donde la mayoría de los legisladores expulsó a una senadora mediante el voto mayoritario. Lo mismo que ocurrió con otros senadores que fueron echados en su momento por los votos de sus pares. Con la diferencia de que en esta ocasión algunos órganos de prensa insistieron en el tema para demonizar lo decidido por la mayo­ría, cosa que nunca habían hecho cuando los otros senadores fueron alejados en su momento.

Mucha gente desprevenida, y mal infor­mada, creyó el discurso falaz de algu­nos medios, sin realizar un razonamiento lógico, sino aceptando como única verdad la interpretación interesada de un sec­tor. Que la mayoría de los senadores haya decidido la expulsión de la exlegisladora es una determinación legal, en el sentido de que se ajustó a las normas que rigen ese cuerpo legislativo. No fue echada por la fuerza ni intervino la policía para alejarla de su curul, en cuyo caso sí se podría haber hablado del peligro a la institucionalidad. Que haya sido injusta, apresurada o acer­tada la determinación es otro tema, que no hace a la legalidad del hecho.

Por ello no es adecuado hablar de débil ins­titucionalidad por este acontecimiento, porque la institución funcionó según sus normas, aunque no guste a muchos. No corresponde dejarse llevar por interpreta­ciones equivocadas.

Con respecto a que falta el sentido del bien común, la ética política en los que gobiernan son afirmaciones injustas, pues entre los responsables actuales del país prima el propósito de hacer el bien a todos, para lo que están trabajando para que haya más inversiones, más trabajo, más viviendas y mejores condiciones de vida. Sin hacer diferencias ni faltar a las leyes, a la moral, ni a la justicia. Habrá casos aislados de hechos que lamen­tar, pero no es la regla, sino la excepción. Sería como decir que la Iglesia está llena de abusadores sexuales, porque existen algunos casos aislados de abusos, pero que no son lo habitual.

En honor a la verdad, no se puede decir que todo es perfecto y que no hay casos que corregir en la administración actual. Pero lo anormal no es la regla, sino la excepción que se debe rectificar.

Las afirmaciones que no responden a la realidad no se deben aceptar como verda­deras. No representan la verdad, sino la interpretación interesada de algunos que no buscan la certeza ni la autenticidad de los hechos, sino imponer su interés polí­tico. Por eso más que nunca es apropiado señalar que solo la verdad nos hará libres, recurriendo a la famosa frase bíblica. Y que solo de ese modo se podrá conseguir lo que pidió el prelado, de que se viva con los valo­res cristianos.

Si no se acepta la realidad de los hechos sino solo las falacias de ciertas afirmacio­nes, es muy difícil que se pueda vivir en honestidad y menos ejercer la solidaridad, con la fraternidad y la justicia. Porque uno de los principales hechos deshonestos es justamente faltar a la verdad.

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