El razonamiento más simple nos indica que para encarar con posibilidades de éxito un problema se requiere capacidad de definirlo correctamente. Obviamente, previa identificación. Es una operación intelectual imprescindible para, luego, enfocarse en las respuestas que demandan esa determinada dificultad. Sin esa cualidad de abstracción para analizar en su esencia el nudo que atora cualquier proyecto, las soluciones sugeridas y/o aplicadas, de acuerdo con el caso en cuestión, no serán sino tumbos a ciegas en la oscuridad.

La traducción más rápida para esta imposibilidad de armar con acierto ese rompecabezas es la improvisación. Nuestra sociedad, aunque sin alcanzar todavía un estado ideal o pleno, ha conseguido avanzar hacia una valoración crítica más exigente en cuanto a las propuestas y la formación de quienes aspiran a ocupar los cargos que se ejercen por el mecanismo de la voluntad soberana del pueblo. Con mayor atención hacia quienes se candidatan para la Presidencia de la República. Más allá del cegado fanatismo hacia símbolos y entidades políticas, en los últimos años puede observarse la emergencia de una fracción ciudadana más consciente y con mayor visibilidad de discernimiento. Una fracción que puede ser determinante en el momento de ejercer su derecho y obligación al voto.

Lo de derecho no amerita explicaciones. Y, en cuanto a la obligación, nunca será redundante insistir en que nadie debería rehuir su compromiso y responsabilidad de decidir por el futuro que aspira para el país y sus hijos.En las dos últimas semanas, el candidato por la Concertación Nacional opositora, Efraín Alegre, ha demostrado que carece de las más elementales nociones para gobernar. Aunque reiteradamente ha menospreciado el resultado de las encuestas realizadas, en su mayoría, por empresas independientes y con largos años de permanencia en el rubro, su reacción es un indicador contrario de lo que realmente piensa el respecto. Con manotazos de ahogado en su propia incompetencia, con el propósito de la distracción pirotécnica, lanzó al hilo tres planteamientos que no resistieron el rigor de los análisis serios y criteriosos.

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Tuvo un demoledor efecto opuesto. Personas especializadas del sector energético, del área de la universidad y del ámbito de la educación escolar básica y media se encargaron de rebatir, punto por punto y con sólidos argumentos, sus irracionales propuestas, productos de la desesperación, a raíz de una campaña que antes de empezar ya había tocado techo. Su candidata a la Vicepresidencia de la República, Soledad Núñez (autoproclamada “independiente”), tuvo una gran contribución para este desaguisado del cual tratan de escaparse volviendo al recurso original del agravio, la diatriba y la descalificación del adversario. Porque, justamente, pretendiendo demostrar que tienen propuestas –más allá del discurso agraviante– han cometido estas torpezas descalificadoras para quienes desean administrar el Estado sin tener el conocimiento de cómo funciona.

El problema a definir se llama políticas públicas con rango de Estado. El legado del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, quien estará entregando el poder el próximo 15 de agosto, es la mediocridad, la imprevisión y el manejo deshonesto de los recursos del Tesoro. Su lógica operativa se redujo a la política gubernamental, con una visión reduccionista de las obras de infraestructura, que tendrá que ser necesariamente reordenada y reestructurada por el mandatario que será electo el 30 de abril, para que adquiera la consistencia de trascender a otros gobiernos por encima de su orientación ideológica o razón partidaria. Para que ello ocurra será fundamental –como lo explican algunos expertos– “la satisfacción social y la aprobación ciudadana” de las políticas a ser ejecutadas. El alto y contundente rechazo que tiene el actual mandatario es señal inequívoca de que se aplazó en todos los frentes. Y no se trata solo de una cuestión mediática, como quieren instalar sus asesores, ignorando que la gente evalúa el impacto directo de una mala gestión en su vida y que no se sustenta en lo que se publica, sino en lo que se vive y se siente.

Examinando las manifestaciones públicas sobre asuntos que están relacionados con la construcción de un Estado democrático, plural, eficiente, promotor y custodio de la justicia social, hemos encontrado que solo dos de los candidatos están en condiciones de plantear políticas sociales, culturales y económicas de largo alcance, con preferencial enfoque en la pobreza y la educación, condiciones vitales para un desarrollo sostenido y con dignidad para todos. Esos dos candidatos son Santiago Peña, de la Asociación Nacional Republicana (ANR), y Euclides Acevedo, de La Nueva República. El otro aspirante, por tercera vez consecutiva, Efraín Alegre, presidente del Partido Liberal Radical Auténtico y mimetizado bajo una Concertación Nacional opositora, hizo todo el esfuerzo posible para corroborar que no es apto para tan elevadas funciones.

El Paraguay clama por estadistas, expertos en cuestiones del Estado, para que las políticas públicas puedan tener la aprobación ciudadana después de ser implementadas. Y, sobre todo, que su continuidad no dependa del capricho de futuros gobernantes, sino de su eficacia y eficiencia, haciendo imposible que puedan ser desechadas por factores ideológicos y cromáticos. Nuestro país ya no soportará otro quinquenio de fracaso, como el que hoy estamos padeciendo.

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