La política, definitivamente, dejó de ser una actividad exclusiva de los políticos. Al menos, eso se observa en torno a estas elecciones internas simultáneas que se realizarán el 18 de diciembre de este año y las generales del 30 de abril del 2023.

Muchos factores incidieron para que la sociedad se involucre en un porcentaje altamente superior en relación con otras campañas anteriores. Quizá, el primer gran elemento sea la diversificación de partidos, movimientos, candidaturas y, en algunos casos, proyectos, mirando preferentemente al Palacio de López y al Congreso de la Nación. Los encarnizados enfrentamientos, pero menos visualizados, también se dan en los diferentes departamentos del país, donde están en juego las gobernaciones, diputaciones distritales y juntas departamentales.

Y, ahora, con el voto preferencial, hasta quienes aspiran a ocupar una banca en la Cámara de Senadores tienen que desarrollar una campaña regional intensa y extensa.La pretendida intención de polarizar –en lo general– la contienda electoral entre colorados y no colorados (para no decir anticolorados), mediante la conformación de una Concertación Nacional, ha fracasado. La variedad de la oferta electoral, hablando en términos de mercado, dentro de la oposición ha contribuido a que aumente la participación de la ciudadanía. Y lo hace decididamente, defendiendo posiciones y convicciones, confiando cada parte en que la victoria es posible.

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Ya no se trata simplemente de derrotar a un sector partidario, sino de procurar imponer nuevas propuestas, más allá de algunos repetidos rostros que invocan y convocan a la alternancia. A esa tan manida palabra, deteriorada por su constante y errónea utilización como único recurso proselitista, se antepuso el concepto del cambio. Ya no se trata de sustituir a un jugador por otro, sino de transformar a todo el equipo. Con alguien que explique con claridad la diferencia entre ambas situaciones, el espíritu de la gente pareciera motivado a tomar partido.

El segundo elemento apreciable es que dentro de la Asociación Nacional Republicana los antagonismos han llegado a extremos solo comparables con las elecciones de diciembre de 1992, cuando el doctor Luis María Argaña enfrentó a toda la estructura partidaria, militar y empresarial. Y, aunque ganó, le arrebataron su legítima victoria. Pero, quizá, los tiempos que estamos viviendo son aún peores, principalmente, por la abierta, grosera y agresiva participación directa del propio presidente de la República, Mario Abdo Benítez, y su séquito de resentidos sociales, encabezado por el director de Yacyretá, Nicanor Duarte Frutos, en las internas partidarias. Ya no cuidan ni siquiera las formas. Utilizan hasta las tarimas de los actos protocolares para tratar de denigrar a sus adversarios, ufanarse de sus fabulados logros y potenciar a su nuevo precandidato a la Presidencia de la República, de nefastos antecedentes al frente del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones.

En nombre de la política han pisoteado todos los códigos, valores y principios de una competencia leal y justa. Nunca la inescrupulosidad e inmoralidad han caído tan bajo en todo el período de la transición democrática. Todos los recursos del Estado han sido puestos –sin reserva alguna– a favor del candidato oficialista, Arnoldo Wiens. Sumados a los discursos de odio, discriminación e hipocresía maniqueísta, tratando de presentarse con la supuesta aureola inmaculada de la honestidad y decencia, cuando que los electores ya han sentenciado que se trata del Gobierno más corrupto, inútil, indecoroso e impúdico de los últimos setenta años. Un gobierno que, en plena crisis sanitaria, ha robado de las arcas públicas representa, sin duda alguna, la cara más abyecta y execrable de la política en función del Estado. Estas actitudes han provocado una inusual movilización de colorados que públicamente expresan su condena y su desprecio a estas prácticas.

El tercer insumo tiene que ver con la democratización de los canales de la información. Que, lamentablemente, también incrementó el modelo de la manipulación y desinformación. Dentro de los llamados medios tradicionales, las cadenas lideradas por los grupos Zuccolillo-Vierci han desarrollado un esquema fundado en las mentiras, las distorsiones y la sectarización de los hechos. Sin embargo, los usuarios de los diarios, radios y televisión aprendieron a distinguir y separar la realidad de la basura. Y el resultado comprobable es que la ciudadanía ha asumido una dirección contraria a la que pretendieron marcar estas corporaciones con sus veleidades de imponer candidaturas y a trazar el itinerario de las grandes decisiones políticas y del Estado.

De toda esta maraña de obscenas inmoralidades, tanto en el manejo del Estado como de la comunicación, emerge una lección ejemplar que alienta la esperanza de construir una sociedad más comprometida con el propósito de alcanzar un destino superior para nuestro pueblo. La ciudadanía ya no se deja engañar ni manipular por el Gobierno ni por sus medios aliados. Ya no será, por ende, una minoría con ínfulas aristocráticas la que decidirá el futuro de la nación, sino una mayoría que piensa en el bienestar y el porvenir de sus hijos, sumidos hoy en día en la pobreza y la miseria, agravadas por los hijos del privilegio y el latrocinio, herederos de la dictadura estronista, todavía empotrada en el poder actual de la República. Afortunadamente, la política ya no es solo de los políticos. Y el pueblo ya está asumiendo a conciencia sus compromisos y responsabilidades cívicas.

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