Las elecciones van subiendo de tempe­ratura, las agresiones se sienten en los medios, en las redes y en las refriegas cotidianas. Un presidente, olvidando su inves­tidura, desafía a una pelea callejera a un con­gresista. Es indispensable comprender que existe un país que está esperando otra cosa de la clase política: propuestas.

Opositores y colorados deben esmerarse en plantear una guerra de ideas, una que contraste los mejores planes y proyectos para consolidar un plan de gestión que saque a la República de la postración a la que fue sometida por el mal gobierno en curso.

En este camino, los medios de comunicación también tienen su responsabilidad, ya que al lucrarse con la pelea estéril y el canibalismo no se logra otra cosa que la desinformación. La razón es simple: al privar a los ciudadanos de la materia prima de las propuestas elec­torales, los votantes llegarán a los comicios internos y generales sin suficiente informa­ción, lo cual conspira contra la calidad de las elecciones.

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Es cierto que exhortar al diálogo y debate de propuestas puede ser un inconveniente para sectores cuyo único argumento es la violencia. Eso se ve claramente en la coti­dianeidad de la ejecución electoral y por las propias consignas excluyentes como la mal recordada campaña “Colorados nunca más”, que solo sirvió, por cierto, para unir a los miembros de este sector político.

Sería relevante que las autoridades se pongan a la altura de este desafío. Por el momento tenemos el bochornoso espectá­culo de un presidente cuestionado por su mala gestión, que ha abandonado sus fun­ciones para meterse de lleno en la campaña política y al hacerlo, doble irresponsabilidad, arrastra a una caterva de hurreros, entre ellos ministros y funcionarios que tendrían que estar generando acciones a favor de los ciudadanos desde sus puestos públicos, como el sueldo que cobran y la Constitución a la que tendrían que obedecer les obliga.

Mario Abdo Benítez ya no será recordado como un buen presidente, pero tiene ahora la oportunidad de concluir un mandato con algún clima de estabilidad en los tiempos difíciles de la pospandemia. Pero lo que se ha visto en este tiempo es cómo el mandatario ha sido utilizado como actor secundario de un anillo corrupto de opositores y adheren­tes que le han impedido ver su misión presi­dencial para ponerlo como antagonista de su propio partido y los intereses de este ante las elecciones generales.

Esto hace que hoy, paradójicamente, el mayor riesgo para las aspiraciones presi­denciales de la ANR no sean los oposito­res, precisamente, sino la suicida actitud de una gestión presidencial, volcada al prose­litismo mientras el pueblo reclama paz, pan y trabajo.

Aguardamos que en el camino que falta hacia las elecciones generales del 2023 los candidatos atinen a compartir sus ideas polí­ticas, a debatirlas y a generar una concurren­cia de los mejores pensamientos en torno al laboratorio de planes para forjar ese país tan aguardado y tan postergado al mismo tiempo.

Desde todas las graderías, una sola hin­chada, la población nacional, pretende que la gestión de gobierno que habrá de inaugu­rarse en agosto del 2023 sea sustalcialmente mejor que la vigente y ayude a los ciudadanos a encontrar una línea de base para el buen vivir.

En los últimos días, un precandidato pre­sidencial, Santiago Peña, dijo que el 16 de agosto del 2023, de resultar presidente, lla­maría a todas las fuerzas políticas a concer­tar un proyecto de gestión. Nada más loa­ble. El diálogo político debe instalarse como única herramienta potable para enfrentar los desafíos del futuro.

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