La crisis rotunda que sufre la institucionalidad del país a consecuencia de los manejos poco claros en las compras covid del año pasado, que, definiti­vamente sumieron en un gran des­creimiento al Gobierno, provocó una fuerte inestabilidad política, que amenazó incluso con el juicio al Pre­sidente y el Vicepresidente.

Ante ello, el partido de gobierno deci­dió unirse para expresar que peor aún que los errores cometidos podría ser inaugurar un proceso de ines­tabilidad que podría darse con una interrupción constitucional. Dicho de otra manera, la ANR sostuvo al gobierno de Abdo Benítez en el poder pese a las críticas de propios referen­tes del partido y la no participación de Honor Colorado en la repartija del poder.

Sin embargo, fruto de su inmadurez o la ausencia de criterio, Abdo Benítez no cesa de ser el político que jugaba a especular con un sector u otro, pellizcando un rato a la oposición y otro rato a un entorno meramente zalamero que le ha hecho cometer los peores errores de su vida, perdiendo el tiempo en no asumir lo que real­mente podría darle estabilidad: la cohesión de su propio partido.

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Esto se está viendo en vísperas de las elecciones para autoridades del Con­greso, en las que se aprecia de nuevo el síndrome de fragmentación parti­daria que probablemente le dio buen rédito a Abdo durante su última pre­sidencia del Congreso a los efectos de pelear a oponentes internos, pero que fue lamentablemente perjudi­cial para su gestión gubernativa. Esto se tradujo, casi groseramente, en la preferencia por un partido oposi­tor, el PDP, para puestos clave en su gobierno, marginando a sus coparti­darios.

Esta tendencia del liderazgo de Abdo se tradujo el año pasado en la con­solidación de un consorcio de poder con el Frente Guasu para copar la directiva del Senado, lo cual, una vez más, impidió que sus correligiona­rios pudieran ejercer tal representa­ción. Sabido es que Salomón, el actual presidente, responde más al Frente Guasu que a la Junta de Gobierno.

Cualquier gobierno del mundo puede incluir a personas de cualquier sec­tor político en su esquema de gestión, esa es una práctica democrática. Lo que no es ético es llegar al poder de la mano de un partido y desalojarlo de la oportunidad de liderar sectores clave. Es, finalmente, un desafío a la gober­nabilidad en un momento en que el país navega en la indignación y donde las figuras emblemáticas de la actual gestión, como Juan Ernesto Villama­yor, son abiertamente repudiadas.

Abdo debe unir a su partido y evitar con ello que se resquebraje aún más la base de su gestión.

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