Los hechos acontecidos en Fran­cia en los últimos días consti­tuyen un nuevo episodio de una misma interminable serie sobre el terrorismo en el mundo.

Estos hechos suponen –una vez más– la necesidad de que la humanidad encuen­tre una cura para la violencia por cues­tiones étnicas, nacionalistas, religiosas o de la etiqueta que fuera por el mismo camino urgente y sin demoras como la búsqueda de una vacuna contra una enfermedad mortal.

No es saludable convivir con formas de terrorismo eternizándose en el análisis de las razones de la existencia del odio, tratando de encontrar justificaciones como el contexto de un mundo injusto, etc.: el terrorismo no tiene justificación porque no puede ser analizado desde ningún patrón racional. Ante ello, la mejor estrategia es asumir que necesita­mos un mundo en paz en el que el terro­rismo no forme parte y ese es un asunto militar.

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La identificación de la criminalidad del terrorismo con las razones del odio reli­gioso no hace sino dar una supuesta moral de venganza a lo que no tiene razón alguna de existir. El terrorismo en una rama que se sostiene de un árbol que merece ser derribado definitivamente porque va a contramano de los avances y el caminar de la humanidad, que ha definido un mundo en paz como el mejor contexto para desarrollar la civilización y sus altruistas metas.

Las mismas razones se pueden usar en el caso del EPP en el Paraguay. No existe nada que justifique su existencia. No tiene otra razón que el odio o la muerte.

No representan la venganza de nada con­tra nada; son simplemente todo aquello que significa odiar a los seres humanos, secuestrarlos, matarlos y representar con ello un ritual de terror. Construir con base en ello un mito de razones de rebelión de determinados sectores pos­tergados contra otros dominantes, etc., es una trampa cazabobos que –como también es el caso del terrorismo inter­nacional– constantemente explota en las manos de los que quieren encontrar alguna razón que justifique a este per­nicioso grupo criminal que opera en el norte.

El terrorismo de adentro o de afuera es un cáncer con el que convive la humani­dad sin encontrar, ella, hasta hoy, mane­ras de extirparlo. Sin embargo, deben enfocarse esfuerzos para lograrlo antes de que se termine entendiendo que “con­vivir” con el terrorismo y el terrorista es parte del funcionamiento del mundo. La normalización en este caso no tiene otro nombre que la paralización ante el terror.

Que los hechos de Francia sirvan para la reflexión al respecto de una salida que desactive permanentemente el EPP (la más genuina representación del terro­rismo en el Paraguay) y ponga a sus com­ponentes ante una Justicia férrea.

Los muertos y secuestrados, sus familia­res sufrientes y el pueblo paraguayo de pie en contra del odio dan fe de la impor­tancia de este proceso.

Pero, al mismo tiempo, cortar con las acciones terroristas en el Norte consti­tuirán una forma de evitar que se inserte en los jóvenes de tal zona una cultura de justificación del terror como fórmula de sobrevivencia atendiendo que hoy ya son irrefutables los datos sobre el uso de jóvenes, incluso de comunidades nativas, para servir a las misiones criminales del EPP a cambio de una paga. La prosperi­dad del negocio del terror que vive de la extorsión está en potencial peligro de ir creciendo sin control.

Este es un proceso sobre el cual debería debatirse con mucha mayor profundidad, ya que el factor reclutamiento no solo supone un permanente fortalecimiento del grupo terrorista, sino la posibilidad de su expansión territorial.

Queda en manos de las autoridades reflexionar sobre las fórmulas, pero la puesta de toda forma de criminalidad en manos de la Justicia es una obligación ineludible e impostergable.

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