Hace 62 años, en la chaqueña localidad de Puerto Pinasco, a más de 400 kilómetros de Asunción, surgía la Cru­zada Mundial de la Amistad con el pen­samiento de constituir alguna vez el Día Mundial de la Amistad. Como no podía ser menos, en una cena de amigos, el Dr. Ramón Artemio Bracho concibió la idea del Día de la Amistad y la puso en marcha, primero en nuestro país, con la intención de extenderla y constituir un día la cele­bración de ese sentimiento tan noble en todo el mundo.

En el 2011, la Organización de las Nacio­nes Unidas (ONU) estableció oficialmente el Día Internacional de la Amistad que se celebra cada 30 de julio, la misma fecha en que se recodaba ya en nuestro país desde varias décadas. El propósito de la ONU era que la amistad entre los pueblos, los países, las culturas y las personas pudiera inspirar iniciativas de paz, además de ser una oportunidad para tender puentes entre las diversas comunidades del orbe.

Y desde entonces ese humilde árbol que se plantó en una remota localidad de nuestro país se extendió por todo el planeta con un mensaje de unión entre las personas en un mundo siempre agitado, lleno de con­flictos armados, con naciones y grupos que se enfrentan persiguiendo la destruc­ción del enemigo.

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Desde que el mundo es mundo existe la amistad, esa relación de afecto y simpatía que se produce entre dos personas que no tienen vínculos familiares. Y desde enton­ces los amigos son personas que sin lazos de sangre están emparentadas por una relación cercana tanto o más fuerte que la que se tiene con los propios hermanos. Son individuos que están ligados por una relación de cercanía material y espiritual.

Si bien la amistad es una realidad indis­cutible, en el fondo es solo un concepto, una idea, que engloba sentimientos y con­ductas de las personas. Los que existen de manera visible y concreta son los ami­gos, las personas que ponen en práctica y viven en amistad. Por eso es inconcebible hablar de la amistad sin tener en cuenta a los amigos, los protagonistas vivos de esa sensación.

El guaraní, con la acertada percepción que tiene de las cosas, da una definición muy expresiva cuando describe al amigo como un compañero del alma, angirû. Este término está compuesto por la con­junción de dos palabras: ãnga (alma) e irû (compañero), por lo que etimológi­camente angirû significa compañero del alma. Es que para la cultura guaraní, el amigo no es una simple persona cercana en el afecto, sino mucho más. Es un com­pañero del alma, con todo lo que implica en cuanto a cercanía y acompañamiento en la vida.

El amigo es aquella persona infaltable en la existencia de un individuo, que está cerca de él en sus momentos difíciles, que cuando todos se han ido permanece erguida para ayudar. Es el ser que no pone precio a sus servicios ni pide recompensa por sus acciones. El que es capaz de seña­lar un error o reprender por un equívoco para que su amigo corrija su conducta y enmiende su acción.

La amistad es una vivencia reconocida en las diferentes sociedades de todas las culturas y de cualquier época de la huma­nidad. Por eso el amigo, que es la encar­nación de la amistad, resulta un impres­cindible actor en la convivencia humana, sin el cual no se puede concebir expe­riencia alguna. Los amigos son los únicos parientes que uno ha elegido más allá del círculo familiar y por encima de cualquier vínculo legal.

En el Día de la Amistad, que se recuerda hoy en todo el mundo gracias a la inspira­ción de un ilustre ciudadano paraguayo, además de celebrar el acontecimiento, hay que ponerse a reflexionar. En estos difíciles momentos que vivimos por los efectos de la pandemia tenemos que redoblar el esfuerzo para defendernos del enemigo que nos ace­cha. Por ello tenemos que cuidar nuestra salud colectiva e individual con todos los medios posibles. Insistiendo que hay que protegerse cumpliendo los protocolos exi­gidos por las autoridades sanitarias.

Hay que demostrar que, a pesar de la pan­demia, el noble sentimiento de la amistad está de moda y seguir con los amigos por los caminos de la vida como compañeros del alma.

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