La conocida sentencia periodística –que se instaló en la conciencia colectiva como una certeza irrefutable– de que un escándalo cubre otro escándalo esta vez no funcionó. Al contrario, se agravó porque los protagonistas fueron los mismos. En pocas horas, dos errores muy visibles se acumularon en el Ministerio de Educación y Ciencias. Uno tenía que ver con las numerosas faltas gramaticales en los cuadernillos y guías docentes para la enseñanza de las matemáticas. Un programa emblema que según las autoridades de la institución dio excelentes resultados en el departamento de Cordillera. Y el otro, con una desmedida exaltación de la persona del ministro Eduardo Petta en el prólogo de un libro conmemorativo, práctica que pensábamos desterrada desde la caída de la dictadura.
Hay otro antecedente polémico, previo a estos dos hechos. Fue la contratación del presidente del Partido Democrático Progresista (PDP), Rafael Filizzola, para liderar el área legal del proceso de transformación educativa. Aunque la selección, por la vía del concurso, estuvo a cargo de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), gran parte de la sociedad reaccionó desfavorablemente a esta designación por los casos pendientes que tiene con la justicia el ex ministro del Interior durante el gobierno de Fernando Lugo. Sin discutir siquiera la formación académica del mencionado abogado, las críticas se fundaron en una cuestión ética.
En todos estos casos, el ministro Eduardo Petta tuvo una presencia fugaz, casi tangencial, cuando que el momento le exigía demostrar liderazgo para enfrentar con inteligencia y responsabilidad estas complicadas situaciones.
En el tema de la designación de Rafael Filizzola envió al frente al viceministro de Culto, Fernando Griffith, para tratar de zafarse de los cuestionamientos.
En lo concerniente a los errores (porque son 85 en total según la Defensoría del Pueblo), tampoco el ministro Petta tuvo el liderazgo político (no partidario) que las circunstancias ameritaban. Volvió a desaparecer a la hora de dar explicaciones y dejó la situación a cargo del viceministro de Educación, Robert Cano.
Y como si todo esto fuera poco, en el prólogo de la edición especial del libro de lectura “Semillita”, al conmemorarse los 50 años de su utilización, vía resolución del entonces Ministerio de Educación y Culto, se inserta un párrafo de muy mal gusto que desnuda, por un lado, la vigencia de los adulones en las instituciones del Estado y, por el otro, la falta de templanza de un funcionario público para rechazar tamaño despropósito.
Dice textualmente: “El material así concebido es aprobado hace 50 años por resolución ministerial Nº 35 del 6 de febrero de 1970 curiosamente en el día exacto de la historia en que nace el actual ministro de Educación Eduardo Petta San Martín” (sic). Lo más lamentable es que este prólogo está firmado por el propio ministro.
Si los errores acumulados en los textos distribuidos evidencian la ausencia de un sistema de control en el Ministerio de Educación y Ciencias –lo que nos lleva a concluir que existe mucha irresponsabilidad–, la mención al ministro Petta en el prólogo citado, firmado por él mismo, es una absoluta falta de seriedad.
“Semillita” apareció durante la administración del doctor Raúl Peña. Si bien desempeñó el cargo de ministro durante el gobierno de Alfredo Stroessner, y tiene muchos detractores, fue un hombre respetado por el propio dictador. De un régimen totalitario nadie sale indemne, pero el entonces ministro de Educación consiguió avances significativos en el área, especialmente en la consolidación de los colegios técnicos en el país.
No puede, bajo ningún argumento, el actual ministro de Educación evadir su responsabilidad en estos temas cuestionados por toda la sociedad. No puede responder una falta tan grave con una sugerencia de mal gusto: que descubrir los errores será tarea de los alumnos.
A los escándalos en los textos, el ministro Petta añadió el suyo propio: sus descabelladas propuestas.
No es aceptable que se siga jugando con la educación de los niños y jóvenes de este país. Y, peor, que todo quede impune.