Cuentan los anales de la historia, que muchas veces se parece más a la narrativa de lo que les gustaría a los historiadores, que los romanos, en plena expansión de su imperio, anexándose la península Ibérica, chocaron con la resistencia de un pueblo que no dejó su huella en los libros ni rastros en la historia, salvo por la resistencia que presentaron a las legiones imperiales, en un lugar de cuyo nombre sí quiso acordarse Cervantes, dejando una obra teatral magnífica, “El sitio de Numancia”. Efectivamente, los romanos sitiaron Numancia y sus sucesivos embates fueron infructuosos debido al valor y la capacidad guerrera del jefe de los numantinos, Viriato, que pasaría a la historia por la extraordinaria resistencia que armó para volver su tierra infranqueable a las tropas al mando de otro histórico personaje, “Escipión el Africano”, cuya impotencia y desesperación le llevaron a una operación indigna de un militar de su trayectoria: encontrar un traidor y sobornarlo para que les abriera el paso; Viriato fue traicionado y asesinado, el responsable fue ante el jefe romano para reclamar el pago prometido por la traición criminal. Escipión aprovechó para lanzar una de esas frases que pasan para la historia y consagran a sus autores: “Roma no paga traidores”. Así que el traidor, además de denigrado para la historia, pasó como la contraparte de la vergonzosa victoria como un imbécil, por lo cual su nombre no ha pasado a la historia.
Valga esta lección de la historia para evaluar nuestra política camandulera en la que cada día es más grosera y públicamente vergonzante la compra de voluntades políticas de los contreras, sin vergüenza para la traición, sin grandeza, para dar la ejemplar lección del general romano, de organizar la traición, pero sin pagar por ella.
Aquí se paga y a precios de cargos donde se administran desde suculentas fortunas, hasta grandes, medianas o pequeñas prebendas.
Es decir, la traición se cotiza en el mercado público, a la luz del día y con absoluta inmoralidad pública y sin la más mínima vergüenza, y los traidores pasan de un bando a otro a cambio de jugosas prebendas, generalmente a costa del Estado, es decir, a costa del pueblo paraguayo, sin que haya sanción alguna, ni moral ni política, ni siquiera la mínima vergüenza decorosa de Escipión que tuvo vergüenza de la degradante victoria y por lo menos dejó una exclamación disculpándose, como una enseñanza para la historia. Escipión no pagó traidores; aquí se compran y se venden al por mayor.
Aquí, la política se parece cada vez más a un mercado futbolero de pases y serruchos para contrapases, con la gran diferencia, a favor del fútbol, de que las operaciones de compraventa se hacen legalmente, pagadas por los clubes, ya que en el fútbol los traspasos se hacen por méritos de los futbolistas, en contraste a la política, en la que cada vez aparecen más adquisiciones de baratijas y retazos.
Es decir, el mercado de corruptos es el reino de la mediocridad y del despilfarro de los bienes de la nación, ofertados y adquiridos de acuerdo a su mayor vileza, a su más escandaloso descaro, a su más rastrera genuflexión. Y encima con una platea de corifeos que se deleita y enumera las compraventas como si fueran acciones de gran política o de reivindicación por anteriores vilezas. En fin, las contrataciones “para ganar el partido” no se hacen ya por la meritocracia ni las cualidades, sino por el valor de sustraerle al contrincante en sí, de comprar traidores, contra más corrupta y descaradamente, mejor, a la vista del público y hasta con aplausos y vítores.
Es decir, no hay valoración por las cualidades del comprado, sino el valor en sí de la compra, por un puñado de votos y, en muchos casos, ni siquiera una cifra importante o de trascendencia.
Lamentablemente, esta práctica se ha venido afianzando durante la transición, menoscabando y denigrando en muchos casos la política democrática en sí misma, ya que los comprados en este corrupto mercado de pases no tienen la menor intención de ganar “una batalla”, sino de firmar el contrato del cargo a cambio de la genuflexión. Desde luego, tampoco piensan en la administración y gestión a favor del nuevo líder ni en la eficiencia de su gestión.
Es decir que, al contrario que Roma, aquí sí se compran y se pagan traidores a muy buen precio.