Algarrobo, mistol, tunas varias, ají del monte, entre otros productos, agregan valor en un proyecto que involucra a indígenas del Chaco lejano. Harina, café y mermelada ya se comercializan en Asunción. Aquí el testimonio de quienes hacen posible esta necesaria integración de la alimentación primigenia a los tiempos modernos. Una oportunidad de visibilizar, aprender y apreciar sabores propios no tan acostumbrados.

“Algarrobo sí hubo, pero poco nomás”, se lamenta Hilda Cándida, de la comunidad guaraní ñandéva de Ñu Guasu, una de las lideresas de la ecorregión Médanos del Chaco, involucradas en un proyecto para aprovechar lo que el monte les da en esa zona difícil del país, casi en el límite con Bolivia, a unos 800 kilómetros de Asunción.

Caminando, recolectando como ancestralmente lo hiciera su pueblo, esta comunidad tiene ahora la oportunidad de elaborar harina de algarroba. “Hicimos 30 kilos nomás este año, la sequía nos afectó mucho”, comenta. “Demasiado lejos salimos a buscar para recoger las vainas de algarrobo, a veces hasta 25 kilómetros a la redonda, se hace difícil”, cuenta la mujer. También recogen ají del monte, una diversidad de tunas y el fruto del mistol, del que se hace café y buenas mermeladas. Apoyadas por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que les ayudó con un molino eléctrico y la construcción de una casa galpón para almacenar y conservar sus productos, son parte de un programa para vincular esas tareas con las mesas paraguayas.

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Adeline Friesen Wiens, a través de su firma Tucos Factory, procesa lo que recogen las mujeres guaraní ñandéva y ya consiguió hacer llegar sus productos a supermercados de la capital. “Estamos muy contentas con este proyecto en el que en este momento se trabaja para hacer horticultura y mejorar la conectividad de ellos porque son pueblos muy alejados.

Imaginate que están a unos 300 kilómetros de mi casa en Filadelfia”, comenta Adeline. “Allí cerca no hay otras poblaciones para que tengan acceso a un mercado formal, tampoco hay telefonía para que tengan conectividad y puedan avisar cuándo tienen productos listos para llevar al mercado. En general ellas trabajan un poco en artesanía, pero venden poco, los hombres trabajan en estancias o cosas así, pero todavía el acopio de frutos tiene un impacto pequeño”, añade.

Friesen Wiens cuenta que “por un lado compramos las frutas silvestres, las vainas de algarrobo, frutas de cactus, frutos de mistol y el ají del monte, pero no solo es comprarles los productos, sino ir junto a ellos y enseñarles recetas para su autoconsumo, que puedan producir algo más elaborado, que es lo que se busca en el proyecto”, comentó.

Primer taller

Por ello, en la semana se realizó el primer taller de intercambio del que participaron Adeline y la chef Rosa López, especializada en alimentos tradicionales que estudia en Francia y es gran promotora de los ingredientes chaqueños. Del mismo participaron unas 30 mujeres guaraní ñandéva de las comunidades Ñu Guasu, Pycasu y Siracua, dándose un rico cruce de saberes.

Al respecto cuenta Rosa: “Las mujeres, hombres y niños de la comunidad nos recibieron con mucha energía, muy abiertos al intercambio y, por sobre todo, con ganas de hacer cosas juntos. Toda la experiencia fue participativa, de colaboración y de cooperación entre cada equipo de trabajo. Como tallerista yo me dejé guiar también por sus conocimientos, dándoles el protagonismo que se merecen porque ellos fueron, siguen y seguirán siendo los protectores del monte. Hay que entender que todos necesitamos de todos”.

Agrega que “dar estos primeros pasos abre la posibilidad de entender mejor y de reinterpretar nuestra cultura gastronómica tanto a nivel local como internacional”. Rosa mostró ante su curioso auditorio cómo hacer un tradicional mbeju con un toque de algarrobo y también trufas con chocolate y algarrobo en un rico intercambio con las cocineras indígenas.

En la actividad apoyada por el Consejo de Líderes Ñandéva de la Reserva de la Biósfera del Chaco Paraguayo hubo también espacio para que las mujeres de la comunidad hicieran un recorrido guiado por el monte para reconocer las especies que caracterizan la rica biodiversidad local.

Cuenta entonces Isabelino Bogado, representante del Consejo: “Están trabajando bien y esta capacitación fue muy importante. Nosotros siempre usamos estos frutos, lo que pasa es que ahora no llovió, fue grande la seca y no tuvimos mucho para recolectar”. Sigue comentando que “aquí aprendimos que el algarrobo tiene muchos minerales, por ejemplo, así que nosotros pedimos al Estado que nos ayude a aprovechar todo esto, porque estos proyectos terminan pronto y después a las comunidades les cuesta continuar”.

Para Adeline, es importante que se crezca en una conservación y procesamiento adecuados, desde el punto de vista de la salubridad, higiene, limpieza, con almacenamiento seguro y envasado de los productos. “En esta ocasión les enseñamos a hacer una jalea que se llama arrope y con el mistol les enseñamos a hacer café a través de un torrado simple y con un mortero para hacer polvo. El mistol es un sustituto de café que tiene muchas propiedades antioxidantes”, dice señalando que en el futuro tendrá más consumidores. La lideresa ñandéva Hilda Cándida cuenta que su comunidad, de unas 130 personas, necesita ampliar sus capacidades de almacenamiento para poder acceder a una nueva escala en el procesamiento de los productos locales. “Falta ampliación de casas, porque la que tenemos para conservar los frutos es chiquita y no alcanza.

Además, es importante que no gotee, que tenga buenos techos y que la construcción sea sólida para que los animales silvestres no quieran entrar”, concluye.

Ayuda en la comercialización

Cuenta Adeline Friesen Wiens que Tucos Factory es “una empresa pequeña” que le permite “comprarle a las comunidades y hacer más visibles los productos para que puedan crecer las actividades en torno a las frutos del monte chaqueño”, resume. “Trabajamos con mujeres indígenas urbanas de Filadelfia, que son las que elaboran las mermeladas, por ejemplo. También hacemos harinas de algarroba y procesamos el ají del monte. Si tenemos suerte este año estaremos elaborando entre 10.000 a 12.000 frascos de mermeladas”, contó. “Por el momento, la mayor venta es en Filadelfia, donde vendemos en pequeños locales desde 2020 y recién hace seis meses estamos en supermercados como Casa Rica o Los Jardines. Nos falta trabajar más en el marketing para que puedan conocer trabajos y productos que estamos elaborando y hacer saber que cada producto que vendemos mejora la calidad de vida de estas mujeres que integran un grupo con mucha vulnerabilidad”, apunta.

Árboles, sueños

Sombra de Árbol es una organización en permanente contacto con las comunidades a través de un trabajo de campo de años. Su referente, Verena Friesen, explica que este proyecto para ayudar a las guaraní ñandéva abre la puerta a nuevos desafío para estas comunidades. “Era difícil hacerles entender que en el Chaco las distancias son largas, los recursos escasos y trabajamos con las mujeres más aisladas en la zona de Pilcomayo y en Médanos, por lo que no se podía hacer una asociación como pretendían, así que sugerimos conformar una red y por suerte se dio”, indicó.

Según señala, “pudimos vincularla con Tucos Factory, una empresa de una mujer como Adeline que enfatiza lo exótico y lo saludable: ‘El monte es rico’, nos dice siempre”, agrega. Cuenta que las mujeres ancestralmente hacían harina de algarroba en el mortero y que recibieron con agrado el molino eléctrico que se les proveyó. A partir de allí se dieron algunas prácticas positivas como el mayor cuidado de sus algarrobales, “que tienen la particularidad de dar muy buenos frutos, es una especie que rinde mucho más que el que tenemos acá en Neuland”, comentó. “Da más cantidad de harina, el sabor es bueno y se podría forestar”, anticipó acotando que se están haciendo estudios botánicos sobre la especie.

También que muchos otros frutos del bosque se analizan por su contenido en minerales y vitaminas, y que están trabajando en varios. “El mistol abunda y fructifica durante cinco meses en la zona del río Pilcomayo; todas las cactáceas, a las que llamamos tunas en general, tienen buen color, un rojo lila muy atractivo para mermeladas y jugos. En fin, el desafío es trabajar, tenemos una pitaya silvestre que se podría vender fresco si se tiene un transporte, ahí vamos”, finaliza.

El proyecto

El proyecto “Mujeres chaqueñas productoras en red integrando a jóvenes para la defensa del territorio y sus recursos naturales” se inició a finales de 2020 con un primer proyecto, también apoyado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Los promotores definen que el objetivo es “fortalecer los medios de vida de las mujeres mediante el acondicionamiento de su infraestructura económica y tecnológica, el fortalecimiento de sus capacidades, las alianzas colaborativas, el trabajo en redes y la integración de jóvenes con herramientas digitales, desde una perspectiva de manejo racional del territorio, adaptación al cambio climático y equidad de género”.

La iniciativa es ejecutada por la Asociación Sombra de Árbol juntamente con el Grupo Monte Arte y la organización Taypey Kyrey, de la comunidad indígena Ñu Guasu del pueblo Guaraní Ñandéva, Mariscal Estigarribia, en el departamento de Boquerón. Se lleva adelante con apoyo del Programa de Pequeñas Donaciones/ PNUD Paraguay, del Fondo para el Medio Ambiente Mundial, que cuenta con un Comité Directivo Nacional conformado por el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible, el Instituto Forestal Nacional, la Red Pojoaju, la Redespi y la Federación por la Autodeterminación de los Pueblos Indígenas.

Etiquetas: #nativos#Chaco

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