En la era digital, la verdad ya no es lo que ocurrió, sino lo que parece haber ocurrido. La guerra entre Israel y Hamás, más que un conflicto territorial o ideológico, se ha convertido en un caso paradigmático de cómo las narrativas moldean la percepción global, inclinan la balanza moral y redefinen alianzas en el orden mundial.

Desde el brutal ataque del 7 de octubre perpetrado por el grupo terrorista islámico, Hamás, que dejó más de 1.200 personas muertas y cerca de 250 secuestradas, en una masacre sin precedentes, hasta la ofensiva militar de Israel en Gaza, las redes sociales y ciertos medios de comunicación han impuesto una lógica binaria y emocional: víctima contra verdugo. Pero esa narrativa, convenientemente despojada de contexto, omite décadas de ataques mortales, cohetes, túneles, escudos humanos y el uso sistemático de la población civil como herramienta de propaganda por parte de Hamás.

El fenómeno no es nuevo, pero sí más potente. Hoy, una imagen, un tuit o un video sacado de contexto pueden volverse virales y moldear la opinión pública internacional con una rapidez que supera cualquier comunicado oficial o análisis experto. Así, organizaciones terroristas como Hamás han entendido que no necesitan ganar una guerra en el terreno si pueden ganar la narrativa global.

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Lo paradójico —y preocupante— es que en esta guerra mediática muchos gobiernos, ONG y universidades han tomado partido no solo por la causa palestina (algo legítimo), sino por el relato manipulado de Hamás, que se victimiza mientras promueve activamente el exterminio del otro. El antisemitismo, disfrazado de antisionismo, ha encontrado una nueva plataforma en la indignación digital.

Los algoritmos amplifican el contenido más emocional, no el más veraz. Las redes premian la furia, no la justicia. En ese ecosistema, el Estado de Israel aparece como el opresor todopoderoso, mientras que Hamás, a pesar de su historial terrorista, aparece como un grupo de “resistencia”. Se invierte la carga moral y se reescribe la historia en tiempo real. Un grupo terrorista que “resiste” asesinando a civiles, sin importar que sean niños y violando a mujeres de todas las edades y lo peor de todo, documentando sus atrocidades con lo mejor de la tecnología actual.

Es fundamental decirlo claramente: defender a Israel no es negar el sufrimiento del pueblo palestino, sino rechazar que un grupo terrorista sea su vocero legítimo. La paz solo será posible cuando se expongan las mentiras, se rompan los relatos prefabricados y se devuelva al conflicto su complejidad histórica, política y moral.

La narrativa no es un frente más de batalla. Hoy, es el campo de batalla. Quien controle el relato, controlará la legitimidad internacional. Y en esa disputa, la verdad necesita más defensores que nunca.

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