- por Marcelo Pedroza
- Psicólogo y Magíster en Educación.
- mpedroza20@hotmail.com
En el desarrollo del racionalismo spinoziano es fundamental la inteligencia para poder explicar la esencia de algo. Pensar, generar una idea, representarla como tal, es desafiante y lograrlo permite el acceso a la comprensión. Es el pensamiento una actividad de la mente, sentenció Baruch Spinoza (1632-1677), filósofo holandés, considerado uno de los grandes racionalistas del siglo XVII.
Si Heráclito lo hubiera leído es probable que asintiera la visión de la filosofía spinoziana, esa que desde la metafísica expone que la mente es la idea del cuerpo, y que dada la complejidad del individuo y la diversidad de estados, a los que experimenta por los cambios que vive, las ideas muestran ese vínculo entre el cuerpo y el alma, destacando la unidad orgánica del ser humano. Entonces, en la hipótesis de la imaginada lectura del histórico filósofo griego de Éfeso, quizá su convencimiento sobre el acento del constante movimiento de la vida se profundizara y, al mismo tiempo, reforzara la concepción del nacido en Ámsterdam, valorando su mirada particular sobre el asunto.
Se podría decir que la capacidad de resiliencia distingue a la humanidad. Esa condición es natural, declarando su origen desde siempre y proclamando que, donde hubo vida la fortaleza para asumir las transformaciones se manifestó. Por consiguiente, una idea inmiscuida en el obrar para crecer activa el alma y repercute en el cuerpo, conforme a la dualidad pregonada por Spinoza. Como así también, ante el devenir incierto, un pensamiento sostenido en la aceptación de las dificultades y orientado a la acción para derribarlas como tales y comprenderlas como aprendizajes fulgurantes, genera el despertar de la entereza del ser.
Joan Solé, en su magistral obra acerca de Spinoza, escribe: “Existe, además, un segundo orden de ideas: las ideas de las ideas, que ya no surgen directamente de las percepciones del cuerpo o sensibles. El alma humana percibe no solo las afecciones del cuerpo, sino también las ideas de esas afecciones. Las ideas de primer orden, percepciones que son representaciones de cosas, son a su vez cosas que pueden ser pensadas y representadas en las ideas de segundo orden, que son la idea que la mente tiene de sí misma”. De esta forma, yace la conciencia de sí mismo, creando un nexo directo con la libertad, esa que para el eterno Baruch consiste en la autodeterminación, o capacidad de determinarse interiormente.
En el acto de pensar vive la idea. Es el alma en sí misma, esa es la idea para Spinoza. En su teoría de la mente se fundamenta su teoría del conocimiento. La noción requiere del pensamiento, y desde su concepción surge la posibilidad de construir la significación de la diversidad de atributos que identifican al objeto en cuestión.
La suma de todas las ideas de la mente forma una mente singular, esa unión conectora, al decir de Solé, permite que Spinoza pueda hablar de la mente como idea del cuerpo. Esto habilita al concepto de coherencia y este permite el contacto directo entre el pensar, el sentir y el actuar. Eso libera, no enferma. Por otra parte, estimula las sensaciones armónicas, acentúa el interés por el respeto de lo auténtico, contagia sus efectos entusiastas por donde socializa, y aprende a convivir ante las circunstancias que suceden. Es relevante comprender que en toda acción hay una idea y una lección.