El gran “Cuco” de hoy se llama inteligencia artificial, que tiene atemorizado al mundo por sus supuestos ilimitados poderes, que amenazan hasta con dejar sin trabajo a los humanos, incluso a artistas, actores, creativos y a nosotros los periodistas y escritores. A pesar de tanta fama, creo que a la IA no se ocurriría escribir ciertas historias, aunque se juntaran todas las computadoras del planeta.

Escribir por ejemplo este cuento, que en realidad no es un cuento sino una experiencia real que titularemos “El hospital para los sanos”. Sí, este no es un nosocomio muy diferente a otros, sino uno en el que los administradores y médicos ganan dinero a costa de los asegurados mientras estos solo reciben palos en la rueda.

La historia comienza cuando Juan (sí, de Juan Pueblo) entra por el portón principal del hospital en un Bolt a las 5:30 de la mañana. Se fija con rabia el amplio y vacío estacionamiento techado destinado a los médicos y administradores y mucho más allá, bajo el mangal, el lugar para que estacionen los enfermos. Queda lejos. Juan no puede caminar tanto, así que debe pagar para que lo traigan.

Sonríe resignado y piensa en la injusticia de pagarles el sueldo a esos que deberían trabajar para él, pero que sin embargo gracias a él viven como reyes. Pero es solo un segundo, puesto que comienza a caminar lentamente para llegar a la puerta en la que debe “agendarse”. Allí atiende una peliteñida a la que le encanta hacer sufrir a los pacientes, se alimenta de las súplicas que provocan sus negativas.

Como si no existiera un teléfono para facilitar el proceso, tras anotar su nombre entre los presentes, cada paciente debe caminar más de 150 metros de ida para realizar la “confirmación” en una ventanilla… y hacer otros 150 metros de regreso a esperar la llegada del médico. A Juan le da la impresión de que la peliteñida vestida de blanco sonríe entre dientes cuando avisa a los que esperan que el doctor está de reposo, así que no habrá consulta. Juan deberá esperar un mes y tirar a la basura los resultados de los análisis que trajo para la consulta.

Al mes siguiente se repite la misma rutina, pero el facultativo está de vacaciones y el reemplazo le advierte que “esta vez” le dará los medicamentos correspondientes, pero que la próxima deberá “empadronarse” o no tendrá sus medicinas.

Es una victoria. Ahora debe pagar para recorrer los 300 a 400 metros hasta el “nuevo edificio”, donde se encuentra la farmacia para retirar lo que indica su receta. Al final llega a casa con la sensación de haber conquistado el mundo solo por haber conseguido sus medicinas sin las cuales no podría vivir.

Nuevos análisis, y un mes más tarde vuelve con la esperanza de consultar con su médico “de confianza”: pero está en un congreso y el doctor que lo recibe lo recrimina por no estar empadronado y advierte que es la “última vez” que podrá darle sus medicinas si no se anota como es debido (para tres meses). Solo le dará los inyectables, pero tendrá que volver en dos días por los orales, cuando esté menos ocupado. Resignado, rumia por el trato. No puede hacer otra cosa. Si lo “marcan” será peor, no tendrá más remedios, así que vuelve a los dos días con la misma sonrisa de idiota.

Son las 5:30. Lo agendan, camina los 300 metros, lo confirman y regresa jadeando. Todo marcha sobre ruedas. Es empadronado y le dan la receta con las 4 drogas que necesita. Paga el Bolt para llegar a la farmacia… pero allí le comunican que no tienen un medicamento en el formato que pone la receta y que debe volver junto al médico para que se la cambie. Jadeante, mira con incredulidad.

Recorre de nuevo la distancia para explicarle al médico lo sucedido, pero hay “1.000 gentes”. La peliteñida disfruta con su problema y le comunica al doctor el caso. Ella regresa y le dice que debe volver a la farmacia para que anulen el empadronamiento para poder cargar una nueva orden.

Recorre otra vez los 800 metros hasta la farmacia y pide en la ventanilla de control interno que anulen la receta para poder cargar el pedido correcto. Ya no tiene fuerzas para volver, así que ruega que avisen a la peliteñida cuando esté la anulación para que el galeno cargue de nuevo los medicamentos. Tras largos minutos de espera llega la confirmación de la anulación y la nueva receta… pero solo será válida por esta vez porque “no se puede empadronar dos veces el mismo día”.

El desafío está hecho, a ver si la IA puede inventar una historia como esta. Por mi parte, estoy absolutamente seguro de que no podrá ya que la IA no se enferma y no tiene posibilidad de recorrer los pasillos de este hospital que existe y que no está en rincón más recóndito de la selva africana. Es el hospital de los sanos y de los avivados.

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