Ariel Ruiz Díaz, director de Comunicación del Congreso ION

La ceguera ha cargado con un peso desmedido en la historia, relegando a quienes la padecen a un margen social plagado de dificultades y discriminación. En muchas sociedades primitivas, la vida de un individuo ciego era considerada una carga, conduciendo en ocasiones al infanticidio o al abandono. Esta crueldad no solo se originaba en las duras condiciones de vida, sino también en creencias religiosas que los marcaban como seres malditos o poseídos.

Civilizaciones más avanzadas como la griega y la romana no fueron la excepción. El infanticidio de niños con ceguera y otras discapacidades estaba legalmente permitido. En Esparta, la práctica de arrojar a los recién nacidos con defectos desde el monte Taigeto era una terrible realidad. La religión también reforzaba la marginación, asociando la ceguera a espíritus malignos o al castigo divino.

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Un punto de inflexión llegó con el cristianismo. La compasión mostrada por Jesús hacia las personas ciegas y la condena de la Iglesia al infanticidio marcaron un cambio gradual. A pesar de esto, la miseria y la mendicidad continuaron siendo el destino de muchos ciegos durante siglos.

La verdadera transformación llegó a finales del siglo XVIII y principios del XIX gracias a la labor de dos franceses: Valentin Haüy y Louis Braille. Haüy sentó las bases para la educación de las personas ciegas, mientras que Braille ideó el sistema de lectura y escritura táctil que lleva su nombre. Este invento revolucionó su vida, permitiéndoles acceder a la educación y, por consiguiente, a la cultura.

A pesar de la resistencia inicial, el sistema Braille se adoptó oficialmente en 1854 y se convirtió en el estándar universal en 1878. Este avance no solo representó la posibilidad de leer, sino que también transformó su posición en la sociedad, demostrando su capacidad intelectual y su potencial para contribuir al mundo.

La historia de la ceguera es un relato de resiliencia y evolución constante. Desde su deshumanización hasta el reconocimiento de su capacidad de aprendizaje, su recorrido refleja una lucha incansable por la dignidad y la inclusión. Un viaje que, sin duda, aún continúa.

Fuentes: NORDEN MARTÍN, F. (1998): “El cine del aislamiento: El discapacitado en la historia del cine”, Escuela libre Editorial/Fundación ONCE, Madrid, 643 páginas.

REYERO, C. (2005): “La belleza imperfecta: discapacitados en la vigilia del arte moderno”, Ediciones Siruela, Barcelona, 152 páginas.

BORNSTEIN, D. (2005): “Cómo cambiar el mundo”, Editorial Debate, Barcelona, 448 páginas.


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