“Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla…” (Génesis 1.28). “Pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Proverbios 20.6b).

Dios tuvo un diseño para el varón, y tal vez como nunca antes en la historia, la identidad del hombre está siendo violentamente atacada. Sus roles, sus características, su identidad, su propósito, su sexualidad, todo está siendo destruido. Siempre lo hubo en mayor o menor medida, pero hoy no solo lo sigue habiendo, sino que cuenta con respaldos filosóficos, ideológicos y culturales que atacan la base misma de la masculinidad.

Para la verdad bíblica, uno de los daños que el pecado ha ocasionado en el ser humano es alterar la identidad del hombre varón y, en consecuencia, como una fila de dados de dominó, se vieron afectadas las mujeres y también los niños.

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Una sociedad machista es una sociedad sin hombres de verdad. La hombría bíblica dista mucho del machismo que impera en todas las culturas del mundo, sin excepción. El que haya machismo en el mundo entero refleja la universalidad del pecado, el egoísmo y la rebeldía. Cuando un hombre decide buscar la imagen de Cristo en su vida, se vuelve una persona amorosa, servidora, proveedora, esforzada, valiente, sensible y un marido romántico, delicado y atento.

Desde la declaración de Dios de hacer al hombre a imagen y semejanza de Él (Gn 1.27) fue su intención dar al varón su carácter como un ser admirable, deseable, excelente, equilibrado, sobrio, sano, completo, santo, etcétera. El pecado afectó nuestra esencia e identidad y nos volvió temerosos, desequilibrados, inmorales, enfermos, iracundos, dubitativos, competidores, envidiosos, moralmente caídos y acomplejados.

Pero son los atributos divinos, no la cultura ni la educación, los que nos sirven de parámetro para tener una hombría genuina. Pensar, hablar y actuar como Dios es la expresión genuina de un verdadero hombre.

Cada vez que un hombre decide alejarse de ese parámetro, causa que se vaya reduciendo su verdadera hombría. Cualquier pensamiento, palabra o acción que sean contrarios a esa imagen divina distorsionan grotescamente la verdadera hombría.

La máxima expresión de hombría se da cuando un hombre decide vivir bajo el diseño de Dios en su vida. Pensando, hablando y haciendo conforme al modelo bíblico.

Entre otras cosas, Dios es: misericordioso, veraz, fiel, recto, puro, santo, confiable, leal, honesto, bondadoso, amoroso y equilibrado. Es por eso que la única manera para alcanzar la verdadera hombría es imitar a Cristo. Pablo dijo en 1 Corintios 11.1: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. Él imitaba el carácter de Cristo y alentaba a los cristianos a hacerlo también. No tenía la intención que la gente lo tome a él como parámetro, sino que tomen su ejemplo, el de imitar a Cristo, como una meta de vida cristiana.

Entonces, vemos que Dios diseñó al hombre en Génesis 1.28. Dios lo creó para: “ser bendecido”, “fructificar”, “multiplicar”, “llenar la tierra” y “señorear”. Todas estas palabras deben definir a un hombre según el diseño de Dios. Puede que las circunstancias te estén desanimando y digas: “no es tan necesario que sea todo así”, pero sí es necesario que sea todo así, y es una meta alcanzable.

Empezamos con el arrepentimiento y luego con la oración, pidiendo humildemente a Dios que nos capacite. Pablo escribió a los filipenses enseñándoles una verdad espiritual a la cual debían aferrarse: “Dios pone el querer como el hacer, de acuerdo a su buena voluntad” (Fil. 2.13).

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