• Por Juan Carlos dos Santos
  • Columnista

El malogrado presidente iraní, Ebrahim Raisi, fue noticia durante gran parte del domingo, mientras los equipos de rescate buscaban la aeronave en la que viajaba junto a otras autoridades del Gobierno, entre ellos el canciller Hossein Amirabdollahian.

Conocido como el “carnicero de Teherán” por su primerísima participación en la masacre de 1988 como integrante de los “comités de la muerte”, Raisi fue responsable de la ejecución de miles de prisioneros políticos cuyo número es poco precisado, variando entre quienes reconocen cerca de 4.000 ejecutados mientras que otros lo elevan a más de 30.000 asesinados.

Raisi tenía una interpretación muy radical del islam como base del Estado y su aplicación legal. También era quien estaba siendo preparado por el líder supremo de la revolución islámica, Alí Jamenei, para que lo suceda a su muerte, tal como él mismo lo hizo tras la muerte del ayatollah Ruhollah Jomeini.

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Empleado público desde el año 1980 cuando contaba con 20 años, tuvo una carrera meteórica siendo nominado fiscal de Teherán desde 1989 a 1994. Fue en ese entonces que le endilgaron el mote maldito y que lo diferenciaría para siempre de otros referentes políticos y religiosos del gobierno teocrático iraní.

Ebrahim Raisi también tuvo una “destacada” actuación en las protestas de 2009 en contra del Gobierno, que fueron violentamente reprimidas. Desde su puesto clave en el sistema judicial iraní, sus decisiones causaron muertes y apresamientos a centenares de manifestantes, la mayoría de ellos jóvenes que reclamaban un fraude electoral que llevó a Mahmud Ahmadinejad a la presidencia de Irán.

En setiembre de 2022, Raisi nuevamente estuvo en el foco de unas protestas, ahora ya como presidente, tras ordenar el uso de la fuerza contra los manifestantes alineados en el grupo Mujer, Vida, Libertad, que reclamaban la muerte violenta de Mahsa Amini, una joven kurda golpeada por la “policía de la moral”, por negarse a utilizar correctamente el velo islámico.

Fue un gran impulsor del programa nuclear iraní y bajo su gobierno se produjo el histórico ataque con misiles balísticos y drones a Israel. Su muerte solo abre la interrogante de quién sería el sucesor de Alí Jamenei, el líder supremo y quien, al fin y al cabo, es el que toma las decisiones más importantes, sin importar lo que diga el presidente, que usualmente no va a osar a contradecirlo.

Sin embargo, su trágica muerte en un accidente aéreo deja una sensación de vacío de poder que bien puede ser aprovechado por quienes ya no toleran al régimen teocrático dictatorial, sumado a una profunda crisis económica en un país inmensamente rico, pero que empeña sus recursos financiando al terrorismo islámico internacional. Las muestras de pesar de los grupos terroristas islámicos Hamás y Hezbollah lo demuestran.

Las redes sociales hirvieron con la noticia de la desaparición del helicóptero que transportaba a Raisi y apenas se confirmaba la muerte de todos los tripulantes, el humor negro no se hizo esperar: “Los helicópteros iraníes matan a más personas que sus misiles balísticos”. El final del “carnicero de Teherán” al parecer también fue muy celebrado en Mashhad, su pueblo natal.

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