Cuando uno se observa a sí mismo se abren las posibilidades de crecer. Esa mirada interior necesita el amparo de convicciones que fortalezcan dicha iniciativa. Observarse es atreverse a conocerse. Considerarse susceptible de constantes observaciones es loable, es desafiante y por sobre todo es asombroso; es que la decisión de abordar lo propio implica un coraje singular, porque de alguna manera los descubrimientos pueden esbozar falencias que están ocultas o que han sido alguna vez retraídas, como también pueden florecer condiciones superlativas que estaban atentas al despegue existencial.

El mundo subjetivo es un universo. Hay tanto por recorrer que es factible desear tener el tiempo de dos o tres vidas más para poder vivir todo lo que se sueña. Al interiorizarse la finitud temporal se ensancha el margen de apreciación de los segundos que hoy se viven. Y esa conciencia comprensiva de las limitaciones naturales se transforma paradójicamente en la inyección de vitalidad para animarse a descubrir la gama de esencias en donde se cobijan las inigualables virtudes que caracterizan a la personalidad poseedora de las mismas.

El autoconocimiento es la base de todos los saberes. Hay detalles exclusivos en cada vida. El destaque de los instantes vividos es primordial para poder apreciar el presente que se siente. Se aprende a ver con los ojos de la experiencia y se vislumbra naturalmente lo valioso de lo que simplemente se presenta. Para ello es indispensable ahondar en lo elemental, disfrutar de aquello que hace bien, estimular la capacidad de comprensión y sembrar tolerancia en cada momento.

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Hay lecciones inolvidables. El alcance del aprendizaje es proporcional a las ideas que pregonan su magnitud. En la memoria del aprender hay espacio para el pensar amplio, constructivo, diverso y generoso. Al observar el planeta personal se producen hallazgos permanentes, que incentivan la generación de nuevas visiones, que alimentan la producción de pensamientos, que animan a seguir evolucionando.

Lo expuesto acerca del plano individual permite extenderse al orden social. En los vínculos se manifiesta el legado de la educación, se refleja lo vivido, lo observado, lo ideado, lo anhelado y lo proyectado. Es la sociedad una cuna de enseñanzas, en ella cada uno aporta lo que piensa y cree, lo que dice y hace, siendo partícipe del andamiaje en conjunto.

La conciencia comunitaria requiere de la voluntad ciudadana. La pluralidad de criterios entusiasma a las mentes dispuestas a colaborar, focalizadas en el desarrollo de acciones que favorezcan el bienestar de sus vidas y de los distintos contextos de los que forman parte.

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