La fe empieza como un grano de mostaza, pero debe ir creciendo hasta ser una fe profunda, que eche raíces profundas. Ese tipo de fe que sostenemos en los momentos más difíciles de nuestras vidas, cuando no tenemos nada de que que agarrarnos para sustentar esa fe más que las promesas de Dios.

Es un tipo de fe que se sostiene cuando todo está en contra de ella: las circunstancias, la soledad, la total falta de evidencia para seguir creyendo, la decepción hacia otros e incluso hacia nosotros mismos. Cuando terminamos en un lugar en el que jamás creíamos que íbamos a terminar, cuando incluso no buscamos y pensamos que no merecemos esas circunstancias. Cuando hicimos todo bien y nos salió todo mal; cuando creíamos con todo nuestro ser, pero aun así no se dieron las cosas como creíamos que se iban a dar. Cuando estamos en una soledad tal que nadie nos podrá entender.

Llega un momento en que tenemos que subir solos al monte a buscar la provisión de Dios. Como Abraham, cuando tenía que subir al monte Moriah a sacrificar a su hijo, al hijo de la promesa, en quien tendría herencia, en quien estaba su esperanza y legado, del cual saldría una nación escogida y Dios le ordenó ir a sacrificarlo (Génesis 22:1-19).

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Es inimaginable sentir lo que pudo haber sentido Abraham desde que Dios le dio la orden hasta que le proveyó el carnero para que sustituya a su hijo. tres días después. Preparó su asno, mandó llamar a dos sirvientes, juntó provista para tres días y alzó a su hijo sobre el asno.

¿Qué conflictos más profundos habrá tenido esos días en su mente? ¿Cómo administró tanta tensión y confusión? Su mismo Dios, que aborrecía el sacrificio humano, pidió que lo haga. ¿Cómo puede ser eso? ¿Se contradice?, ¿no es un Dios coherente?, ¿qué dirá Sara (madre de Isaac y esposa de Abraham) después de que mate a su hijo? ¿Qué clase de padre mata a su amado hijo y qué clase de Dios pide que se haga tal cosa?

De seguro oraba, de seguro preguntaba a Dios qué estaba pasando, pero Dios no hablaba. La última orden fue días atrás: “Sacrificame a tu hijo”.

Podemos imaginarnos muchas cosas, lo que pensó, lo que habló con su hijo o con los criados, que no tenían ni idea de lo que iba a acontecer; lo que oraba, cómo se despidió de Sara (su mujer), las palabras que le dijo. De seguro, Sara le encomendó un cuidado especial del joven Isaac: “Abraham, cuida como a tu vida a nuestro hijo, sabes que es la promesa de Dios, sabes que en él está nuestra esperanza. Cuídale. Te amo”. ¿Cómo habrá tomado esas palabras? No solo mataría a su hijo, acarrearía un dolor insoportable a su esposa, su reputación se destruiría, todo por una voz que oyó, una fe. Él estaba absolutamente solo, solo con su fe.

Cuando llegan al pie del monte, le dice a sus criados que esperen ahí, que él subiría solo con el muchacho, y dijo: “Iremos, adoraremos y volveremos”. ¿Volveremos? ¿Por qué dijo eso? ¿Mintió o fue una declaración de fe? Sí, fue una declaración de fe, porque en medio de su confusión, dolor y angustia, él siguió creyendo a Dios.

La historia termina cuando Dios impide a Abraham concretar la orden (es importante aclarar que nunca fue la intención de Dios que él lo haga, solo lo estaba probando y lo halló aprobado). Dios le dio una salida y un destino glorioso a un hombre de fe que confió en Dios más allá de su lógica. Así también, podríamos pasar pruebas muy difíciles y pensar que Dios nos abandonó o incluso no existe, pero si perseveramos un poco más, de seguro, ahí cerca, frente a nuestros ojos, veremos la salida y su bendición.


Etiquetas: #fe#Dios

Dejanos tu comentario