DESDE MI MUNDO
- Por Mariano Nin
- columnista
A casi 20 mil kilómetros de Asunción, la República de China (Taiwán) emerge como la Perla del Asia. No solo por la belleza de su civilización, sino por el gran potencial que significa para el mundo su filosofía. “Alguna vez nos tendieron la mano”, dicen orgullosos, “es hora de retribuirle al mundo nuestro agradecimiento”.
Y no solo es retórica, Taiwán implementa proyectos de asistencia técnica a varios países en desarrollo. Desde las frutas a las orquídeas, muestran el esplendor de un pueblo inagotable.
Taiwán ocupa el 30% de su PIB a programas de asistencia y ayuda humanitaria a países en desarrollo, incluyendo estabilidad alimentaria a poblaciones vulnerables a través de una diversidad de proyectos, pero dentro de sus fronteras crece una industria gigantesca que mueve al mundo en todo el sentido de la palabra.
Las industrias de semiconductores se llevan el 90% de la producción mundial de chips avanzados, la tecnología que ayuda a hacer girar el planeta, desde armamento hasta entretenimiento, pasando por la salud y la vida cotidiana de todos los habitantes del mundo.
Una industria que nos ayuda a vivir y mejorar nuestra calidad de vida de formas insospechadas, pero siempre buenas y acertadas.
Aún bajo la amenaza del gigante asiático, ansioso de hacerse con su tecnología mediante insistentes intentos de frenar su democracia, Taiwán no se detiene y muestra al mundo su mejor cara como respuesta a los planes expansionistas del régimen comunista.
Ve con preocupación la sombra de China Continental, pero apuesta a la paz con crecimiento sostenible para hacer del mundo un lugar mejor. En Taiwán no todos son ricos. Hay pobres, pero no indigentes. El Estado les garantiza alimentación, salud y una vejez digna. Es parte de su cultura.
Están preocupados por la baja tasa de natalidad, que atribuyen al interés de los jóvenes por prepararse para los desafíos de la vida. Los hijos después, pero el problema crece. Los que están se sienten hijos de una patria soberana.
Para nuestro país, Taiwán siempre será un aliado imprescindible. Compartimos con el pueblo taiwanés los mismos principios y valores de honestidad, amabilidad y trabajo. Ellos nos ayudan a salir del subdesarrollo y nosotros extendemos los conocimientos a más gente que ayuda a otra gente creando una cadena que convierte al mundo paso a paso en el hogar seguro que tanto ansiamos.
Si solo dejamos escuchar nuestra voz, entonces habremos retribuido lo mucho que Taiwán cosechó en nuestro país… una retribución justa por un valor incalculable y duradero. Es la mejor ecuación en un mundo tan desigual como competitivo en el que los más grandes quieren acomodar las fichas a su conveniencia.
Y lo de China Continental lo sabemos todos: quiere sacar del tablero a Taiwán prometiendo quimeras que nunca se cumplirán. Lo saben algunos países centroamericanos que cambiaron oro por plumas y fueron invadidos por productos de dudosa calidad y precios bajos y quedaron sumidos en sendas crisis comerciales e industriales locales aplastadas por productos primero y mano de obra después.
El mundo debe mirar con cuidado a China comunista. A veces las invasiones silenciosas vienen disfrazadas de promesas. Dice el dicho: mejor prevenir que curar. Si compras barato al final sí o sí te sale caro. Son cosas de la vida. Pero esa... esa es otra historia.