• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Aunque es bien sabido, nunca será redundante recordar, especialmente para los recién llegados, que los artículos de opinión solo conllevan la responsabilidad de quienes lo firman. Legal y constitucionalmente. Hecha esta aclaración, diré que el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, siempre fue una persona ensuguy. De incorregible doblez. En el concepto de la paraguayología, para que nos entendamos mejor, es alguien que anda con el puñal bajo el poncho. Es del linaje de los Efialtes. Igual que su círculo más íntimo de corrompidos mediocres, abyectos y serviles al poder. El poder como un ascensor de última generación, y sin escala, para la superación económica. La patria se convierte así, parafraseando al gran poeta inglés Samuel Johnson, en el último refugio de los canallas. Y la política es solo un pretexto para el enriquecimiento de la manera más vil y ruin: escamoteando recursos al Estado, que debieran estar destinados a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad.

Mario Abdo Benítez nunca pudo superar la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner, cuando sus caprichos se cumplían con solo tronar sus dedos. Por eso vive enfermo de rencor. Y de inconductas. Apenas ganadas las elecciones generales del 22 de abril del 2018, retomó su discurso de agresión y hostilidad hacia sus propios correligionarios que le ayudaron a convertirse en presidente de la República. No hubo un solo acto oficial en que no aludiera directa o soslayadamente a sus adversarios internos de la Asociación Nacional Republicana (ANR). Llenó su gobierno con representantes de la oposición, con particular preferencia hacia los del Partido Democrático Progresista (PDP), liderado por los esposos Desirée Masi (actual senadora) y Rafael Filizzola (candidato a senador por la Concertación Nacional opositora). Uno de sus ex ministros (de Educación y Ciencias), Eduardo Petta, acaba de confesar que el mandatario “armó un gabinete contra Cartes (Horacio). Así fue montando una línea discursiva y una estrategia estructurada sobre las instituciones del Estado para intentar sacar de carrera a sus oponentes del movimiento Honor Colorado. Pretendían, él y sus operadores políticos más inmediatos, el camino allanado, sin “enemigos”, según sus propias definiciones, para asegurar el triunfo. Pero todos los procedimientos torcidos y el lenguaje inflamado de agresiones fracasaron. Y no tuvieron más remedio que enfrentarse en las elecciones internas del pasado 18 de diciembre, en que fueron derrotados por la soberana voluntad del pueblo republicano.

El mandatario, aparte del rencor y la soberbia, ha demostrado que no ha renunciado a su condición de mal perdedor. Durante un almuerzo político, realizado el miércoles 1 de febrero en Misiones como si aún estuviera en plena campaña, aseveró que “este soldado estará al servicio ante las amenazas y acechanzas a la democracia (…). Les demostraremos que nuestras convicciones no están a la venta y (que) este no es un movimiento que se mueve por intereses”. En menos de un mes se olvidó de su promesa de contribuir con su “silencio para la unidad de mi partido”. No es ninguna obligación que lo haga. Solo que viene a confirmar que no es un hombre de palabra. En la misma línea se ubicó el actual director de Yacyretá, Nicanor Duartes Frutos, el viernes 3 de febrero, cuando advirtió, refiriéndose a Santiago Peña, que “él no tendrá gobernabilidad ni tendrá la capacidad de gobernar para el pueblo sin el apoyo y el respaldo de los compañeros y compañeras de Fuerza Republicana”. Esa es la transcripción literal de su discurso. No las líneas que pasó a sus periodistas amigos. Como si ambos hubieran estado estudiando el mismo libreto (o que uno haya influenciado sobre el otro), instaron a mantenerse unidos para “generar equilibrio y hacer un control a la próxima gestión del gobierno y nuestras voces no se van a callar” (Abdo Benítez) y estar “vigilantes de la doctrina social del Partido Colorado” (Duarte Frutos). En el caso de este último, puntualmente, su administración no soportará una mínima auditoría de una supervisora escolar.

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El derecho a tomar posiciones es innegable a cualquier ciudadano. Pero esas posiciones tienen que estar fundamentadas con la coherencia. La doctrina social del coloradismo jamás se puso en práctica durante este gobierno. Porque, para ponerla en práctica, primero hay que conocerla. Y en los últimos casi cinco años solo hemos escuchado grandes consignas y rimbombantes proclamas, pero sin que ninguna de ellas aterrice al plano de las descripciones detalladas. Mucho menos en su ejecución práctica. Es más, varios de los integrantes de este gobierno han deshonrado las grandes luchas de los hombres más destacados de la Asociación Nacional Republicana. Hombres que dieron todo por su partido, sin pedir nada a cambio. Algunos hasta hipotecaron sus casas para comprar una imprenta para el partido y así pueda tener voz para defenderse de sus tradicionales y enconados adversarios. Hombres que dejaron el poder con un patrimonio que se correspondía con sus ingresos. Que sobresalieron en el campo de la cultura, en la organización de las clases obreras y en la reivindicación de los derechos civiles y políticos de las mujeres. Mirando estos antecedentes históricos, podríamos asegurar que las actuales autoridades gobernaron de espaldas al coloradismo.

Gane quien gane el próximo 30 de abril de este año, será imposible evitar una profunda auditoría en todos los organismos y entidades del Estado. Los aspirantes al sillón de López (Francisco Solano), en ese sentido, fueron muy claros: nos cargarán sobre sus espaldas la corrupción del presente. El fin de la impunidad será el mejor comienzo para el próximo presidente de la República. Buen provecho.

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