Una de las grandes tentaciones que todos nosotros tenemos en la vida es el deseo de poseer.

Queremos estar económicamente seguros, deseamos la comodidad, aspiramos por las cosas que nos dan placer, buscamos la diversión...

El gran problema es que este deseo de poseer no conoce un límite natural.

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Es un deseo insaciable. Cuanto más tengamos, más queremos tener. Y si dejamos las “riendas sueltas”, nunca estaremos satisfechos. Somos nosotros los que debemos aprender a limitarlo, pues cuanto más lo alimentamos tanto más nos debilitamos, y él va entrando en todas las áreas de nuestras vidas, y las va arruinando, hasta esclavizarnos completamente.

La codicia descompone la familia, la amistad, el ambiente de trabajo, el medioambiente, y hasta el destino de una nación y de la humanidad. La codicia despacito nos va dejando ciegos y destruye completamente nuestros valores. Personas buenas, pero envenenadas por la codicia, se vuelven capaces de traicionar a sus propios padres y hermanos, capaces de aprovecharse de la confianza de sus amigos, capaces de calumniar, de hacer alguna trampa, de robar, de sobornar y hasta de matar.

Todos nosotros estamos sujetos a esto, si no escuchamos la advertencia de Jesús, que dice: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia”. Llama la atención la expresión “con gran cuidado”. Para vencer la codicia se necesita realmente de un espíritu decidido, no basta solamente un buen propósito, aún más en nuestro tiempo, pues la sociedad de consumo muy interesada en nuestra codicia, la estimula de todos los modos, con propagandas, filmes, novelas, músicas...

¿Pero cómo conseguir vencerla? ¿Cómo establecer un límite a mi deseo de poseer?

Creo que pueden haber distintos caminos. ¡Existen personas que partiendo únicamente de una reflexión ético-filosófico consiguieron equilibrar sus vidas y atajar la codicia, y yo las admiro!

Pero yo creo, como cristiano, que la auténtica experiencia de Dios nos da esta capacidad y lucidez para “evitar con gran cuidado toda clase de codicia”. La pedagogía de Dios en el desierto, cuando enseñó a su pueblo que nadie podía acumular más de lo que les serviría para sus necesidades personales, me parece una buena propuesta para todos nosotros. Lo mismo, el desafió de Jesús a la caridad auténtica y sistemática, dar de lo que tenemos, repartir de lo que ganamos con el sudor de nuestra frente. La caridad es justamente lo contrario de la codicia y por eso es el más eficaz remedio para vencerla.

Jesucristo nos invita a descubrir la grandeza de nuestra vida en esta tierra. Nos invita a entender que la vida es mucho más que tener, que acumular, que preocuparse en defender sus posesiones.

Por eso él nos recuerda, “aunque uno tenga todo, no son sus pertenencias las que le darán la vida”.

El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

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