En la actualidad, estamos atravesando por un cambio cultural que avanza a pasos agigantados. Hemos integrado nuevas formas de vernos y respetarnos desde las diferencias. Sin embargo, hay veces que el fanatismo de determinados temas con los cuales iniciamos las conversaciones hace que, para entendernos, sea mejor no expresar nuestras opiniones. Pues en el pasado nos entendíamos hablando y hoy callando.

Abrir nuevos puentes es lo mejor que le ha sucedido a la humanidad, y lo que nos ha hecho evolucionar. No obstante, el ritmo con el cual ahora avanzamos nos imprime un vértigo al que no estamos acostumbrados. Y, en realidad, nos cuesta cambiar a la velocidad necesaria.

La tolerancia debe ir acompañada de los valores, y del respeto con el cual transmitimos nuestras ideas. Paraguay no puede ver empañado su futuro por la carencia de un acuerdo social de qué queremos ser como nación en los próximos 20 años. No podemos tener extraordinarias reservas de agua y sufrir por la sequía. Más aún cuando la tecnología hoy es capaz de resolver problemas que antes eran imposible imaginarlos. No podemos tener un bono demográfico único y posiblemente irrepetible y no tener opciones de formación y trabajo para esas personas. Las oportunidades no son eternas y no podemos desperdiciar lo que hoy tenemos.

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Como chileno que vive hace 26 años en Paraguay, me ha tocado ver cómo cambian estos dos países. La falta de visión de un pacto social ha generado una polarización que tiene en jaque a todo el modelo económico chileno. El que por décadas ha sido ponderado a nivel mundial. Y que en muchos casos no contemplaban el clima interno que vivía su población.

¿Qué tenemos que hacer para crecer? Lo más importante es asegurarle a la ciudadanía las posibilidades que tienen para desarrollarse libremente. Asimismo, un Estado presente que se haga cargo de las demandas inmediatas y que defina claramente el rumbo de sus políticas. Y, sobre todo, un país enfocado en los intereses comunes basados en las diferencias que nutren la identidad nacional.

Nuestros activos estratégicos –energía, más agua y bono demográfico– deben transformarse en verdaderas palancas para el desarrollo. Al respecto, siento que llevamos mucho tiempo exponiendo sobre estos temas y no hemos logrado llevarlos a la acción. Mientras tanto, otros intereses se apoderan de espacios que nublan la mirada al futuro. Pero estoy seguro de que el Paraguay puede y merece mucho más.

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