• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista político

El huevo de la serpiente es una expresión que se hizo popular a finales de la década de los 70 y que aún hoy se utiliza. Proviene del título de una película de Ingmar Bergman estrenada en 1977. Uno de los personajes, el Doctor Vergerus, dice: “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”. La película trascurre en los años 20 en Alemania, donde ya se intuía el auge de los totalitarismos nazis.

Lo paradójico es que a pesar de que todo el mundo era capaz de verlo, incluso con cierta simpatía, nadie previó las consecuencias finales. El doctor Vergerus se refiere a que se puede ver a través de la cáscara transparente del huevo de la serpiente la gestación de la pequeña culebrilla insignificante que llega a resultar graciosa e inspirar la compasión. Por eso, cuesta tanto destruirlo en esa fase e impedir su nacimiento. Pero una vez que eclosiona y sale del huevo, ya es demasiado tarde, el mal ya está hecho y nadie puede pararlo, y su poder de destrucción va creciendo.

Esto es lo que hemos visto a lo largo de la historia: se han incubado y dejado crecer, se han criado monstruos, que de pequeños resultaban simpáticos, graciosos y, atención a esto, servían a los intereses de los que los alimentaban; pero cuando han crecido se han vuelto incontrolables y en su contra. Esto mismo es lo que hemos visto la semana pasada cuando el ministro del Interior lanza una operación política de poquísima monta en un desesperado intento por retener su cargo, mediante unas declaraciones en medios afines al oficialismo sobre un caso totalmente aclarado.

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Su cambio estaba cantado, él ya estaba al tanto e incluso ya lo había conversado con funcionarios cercanos y un par de colegas del gabinete. Muy pocos, la gran mayoría no estaba al tanto de la operación que por su pobreza terminó comprometiendo a todo el Ejecutivo, por eso sigue generando hasta hoy no pocas molestias entre otros ministros. La paupérrima operación consistió en atacar al ex presidente Horacio Cartes, se trataba específicamente de lo que en el mundo del periodismo se conoce como refritar un caso que ya había sido aclarado y respondido en octubre del año pasado. Con este manotazo de ahogado logró aferrarse al último pedazo de madera que le quedaba.

Tan simple como esto: se posiciona como un anticartista rabioso y con eso le hace un jaque al rey, al mismísimo presidente de la República, para quien ahora será mucho más complejo concretar su cambio. Si lo hace luego de esta operación, y siguiendo la lógica que ronda en Palacio de López, podría dejar la percepción de que lo hace por las molestias que generó en Honor Colorado y de alguna manera sería “darle el gusto” y eso es inadmisible; de nuevo, según la lógica que rige en el Ejecutivo, con una carrera por las duras internas de diciembre que ya arrancó.

Poco importa que la población esté sufriendo por los altísimos niveles de inseguridad de la mano de esta administración, es una de las tres primeras preocupaciones que manifiestan los paraguayos en todas las investigaciones. Hoy, el que sale de su casa no tiene la más mínima certeza de que volverá vivo. Trabajar en mejorar la sensación de seguridad de los ciudadanos debería de ser una de las tareas principales de la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a. Y todos sabemos que las serpientes pueden generarnos muchas sensaciones, pero ninguna relacionada a la seguridad.

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