DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin

Era tarde, uno de esos días en que no sabés si hace frío o calor, como suele pasar en estos tiempos. Llegaba a casa después del trabajo.

Se me acercó entre las sombras y ni siquiera lo vi venir.

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La calle estaba vacía y la noche le ponía el toque tenebroso de esos días del presente-futuro que estamos viviendo.

La inseguridad sin dudas nos toca a todos.

Me habló a mis espaldas y me asustó. No tenía más de 20 años. Desaliñado, un poco ido y descuidado. “No tenés un dos mil”, me dijo, “la calle está dura y tengo hambre”…

No sé si me superó el miedo o me conmovió. Busqué en mis bolsillos y le di lo poco que tenía. Me respondió con una sonrisa fingida que percibí como una mueca de terror. Se fue sin mirar atrás, en medio del camino rebuscó en uno de los basureros de la cuadra, sacó una bolsa y se la llevó.

Me quede mirándolo. Un poco confundido, un poco aliviado.

Como él hay miles. Un ejército de jóvenes sin educación, que no pueden acceder a un trabajo y terminan en las calles, ajenos a una vida digna. Son esos niños a los que les robamos el futuro y la esperanza.

No tienen la culpa.

Estamos cosechando el fruto del abandono. Son el resultado de las políticas desacertadas en educación. Son el fruto de la corrupción, de las escuelas que caen y de los docentes que no pueden pasar un simple examen.

Si hoy no vemos el problema, nada va a cambiar.

No soy experto, pero pienso que el Gobierno debe apuntar a la educación ante todo, a los niños, al futuro. De otra manera, seguiremos creciendo en números. Seremos atractivos para empresas extranjeras que se enriquecen con la explotación de mano de obra paraguaya y el sufrimiento de la gente.

La pandemia solo acrecentó las diferencias. Solo algunos ricos más ricos y muchos, muchísimos pobres más pobres. Sin igualdad, estamos condenados al atraso. Sin políticas públicas que proyecten la educación hacia el futuro, vamos a seguir a los tumbos.

Mientras no suceda, una generación de chicos sin futuro crecerá silenciosa, escondida a la vista de todos, sorprendiéndonos cada tanto, recordándonos las brutales diferencias entre lo que aparentamos y lo que somos.

Pero claro, esa es otra historia.

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