- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
La humanidad se identifica a través de su sostén. Es un pilar determinante para vivir. Es su fuerza la que siempre empuja hacia el frente. Hay una relación estrecha con lo cotidiano dado que no para de asistir a cada instante. Con su enaltecedor cometido se hace presente en cada vida. Por ello su representación es subjetiva, profunda, única, especial, autónoma y superlativa. Lo es por su nivel cualitativo intenso. Por su alteza natural. Entonces al pertenecer a la esencia individual del ser su dación es incomparable. Además no puede cuantificarse con parámetro alguno. Del latín dignitas, cuya traducción expresa grandeza, es la cualidad de lo digno, es la dignidad.
Habilita a crecer. Esto implica saberse dispuesto por naturaleza a desarrollar lo que se lleva consigo. Es una forma de reconocerse a sí mismo, de sentirse responsable en el acto de decidir, de respetarse y valorarse. La amplitud de acciones impulsadas por este atributo tiene infinidades de manifestaciones personales. En el devenir de la existencia los trayectos enseñan en cada paso, así abren etapas, obras, ideas y permiten los procesos vivenciales que derivan de los mismos. Esa apertura hacia la prosperidad invoca un compromiso con uno mismo. Lo que implica asumir el ser a través de su tiempo y lo que su hacer ha materializado y actualmente realiza, por lo tanto es indispensable convocar a la integridad que lo puede sustentar. Y que le dará la suficiente firmeza para seguir hacia adelante.
Acredita el acceso a la libertad. A darle prioridad a los valores que garantizan al ser independiente, al discernimiento que elabora respuestas favorables para la vida. Es la usina permanente de las nobles acciones que fortalecen las ganas de avanzar, que fomenta la superación de los desafíos, que faculta la presencia de las satisfacciones que se sienten. De manera que la dignidad no conoce de imposiciones, tampoco de condicionamientos, vive responsablemente su innata misión y se dirige constantemente hacia los fines que retroalimentan su sentido.
Además concede respetuosamente la importancia debida a quienes le otorgan su atención. Sabe de gratitud y tiene la capacidad de almacenar los aprendizajes recibidos. Se eleva su inherente estirpe cuando socializa sus dotes y le otorga igualmente una valoración a quienes conviven en los entornos que frecuenta. Es el semillero ejemplar de las dignidades en sociedad que se multiplican por habitante, que continuamente se encuentran, se relacionan, se construyen y tienden a esmerarse aportando sus propias características. En ese confluir la humildad contrae los vínculos y acompaña permanentemente el sino fijado para ser transitado con dignidad.