EL PODER DE LA CONCIENCIA

Cuando se habla de la pandemia es una apuesta segura que el tema enfocado sea negativo. Y es que el covid-19 inventa maldades, una tras otra, como, por ejemplo, ahora el caso de los hongos negros que es una nueva propuesta de la enfermedad. Y si no es el bicho asesino el protagonista principal, sí lo son sus derivaciones, como el impulso que esta semana dio el presidente norteamericano Joe Biden para que sus sabuesos investiguen a profundidad el origen del virus, cosa que pone de muy mal humor al gobierno de Xi Jinping.

Sí, a causa del covid, las relaciones entre las potencias se tensan más, como si ya no bastasen la disputa por territorios en el océano Pacífico o las escaramuzas de sanciones económicas que se brindan muy amablemente entre sí, nuevamente una insinúa la culpabilidad de la otra buscando frenéticamente pruebas tangibles mientras que la otra pone cara de inocente y haciéndose de la ofendida, pero sin dejar que los expertos de la OMS escarben como se debe para desentrañar la verdad.

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Paralelamente a esos menesteres que se desarrollan a miles de kilómetros como si ocurrieran en otro planeta, el engranaje de hierro en Paraguay tritura vidas y economías, evidenciando aspectos sociales que hace mucho están presentes, pero que no suelen salir a la luz por su hediondez.

Esta semana, por ejemplo, la prensa se hizo eco de una denuncia, pero no cualquiera, sino una de las más viles y bajas de las que es capaz el ser humano: exigían dinero para entregar un cadáver para que los familiares pudieran darle cristiana sepultura. ¿Se puede caer más bajo?

La imaginería popular se nutre como dirían en “La guerra de las galaxias” en “el lado oscuro” decorando con mosaicos inconcebibles como este que, comparando con los robos y los negociados sucios de personas con poder, enfermas de avaricia y apañadas por las autoridades, hacen se vean apenas como travesuras de niños. También salen a luz las grotescas prebendas hechas con dinero público que se ocultan detrás de las cortinas del Palacio de López con la más alta dosis del “moopio che aikuaáta?”.

Pero esto de negarle sepultura a una persona y la posibilidad a sus familiares de despedirla dignamente es dantesco, es la ecuación perfecta de dolor e indignación del caldo que hierve en la marmita de la sociedad, que puede desbordar en cualquier momento.

Y sin embargo este caso es la punta del iceberg, puesto que tras esa primera denuncia, le siguieron otras de sobrefacturaciones en centros de salud privados, cuyos prepotentes capangas que regulan su juramento hipocrático a medida de la capacidad de pago del paciente intentan justificar lo injustificable, como si la gente fuera idiota.

Las sobrefacturaciones no son una novedad, tampoco las “letras pequeñas” en los contratos de medicina prepaga que ofrecen de todo, pero que a la hora de la verdad solo entregan excusas y tecnicismos, lo que obliga al cliente a permanecer sano aunque no lo esté.

Es momento de poner un alto a la cotización de la vida como si fuera un commoditie más en la Bolsa de Wall Street y entender que los sanatorios no son el brete de sanitación de un hato ni la gente ganado que debe proporcionar ganancias para cerrar el ejercicio fiscal.

Hoy la tómbola favorece al jugador que viste de negro y porta guadaña y el llanto de luto se reproduce en cada cuadra de la ciudad. Son más de tres mil contagiados por día y fallecidos cuyo velocímetro de empeña en superar los 100 km/h.

En estas condiciones, el pseudonegocio de la salud debe bajar un cambio y entender que la ruta no da para carreras. La Superintendencia de Salud debe redoblar esfuerzos y realizar auditorías jurídicas, médicas y contables; también los parlamentarios deben desempolvar su lupa y dejar de hacer la vista gorda.

El covid no respeta ni letras pequeñas ni curules, se divierte surfeando sobre el dolor y le es igual beber caña o whisky en estas prolongadas vacaciones. La cresta de la ola crece y es lo que le importa. Abajo están todos, desde el vacunado número uno y su familia hasta el que recoge latitas en Cateura.

Sus carcajadas de felicidad solo son audibles, a veces, en la profundidad de la noche, cuando las familias dejan de llorar a causa del cansancio y duermen evadiendo la realidad.

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