DE LA CABEZA

  • Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

Uno de los peores males (a mi criterio personal) poco discutidos y que están creando mucho daño en esta pandemia es la infodemia, esa maldita costumbre de crear, recrear y repetir “pseudonoticias” de incomprobable fuente y muchísimo más que dudosa procedencia y seriedad en contenido y fundamentos. Si bien esto ha existido siempre con el fin de confundir o dañar a alguien aun antes de que existiesen las redes sociales o las mensajerías instantáneas, es en estas donde encontraron el ambiente más propicio para nacer, crecer y multiplicarse. Y en la pandemia, con más gente asomada a esas redes y durante más tiempo, ha potenciado muchísimo estas fake news, acelerando y ampliando su difusión. En situaciones de tensión y preocupación como las actuales, las personas somos más susceptibles, hay más cosas que nos resultan amenazantes, estamos a la expectativa y nos volvemos más reactivos y más hipervigilantes, lo que hace que no diferenciemos la realidad de lo fantasioso, causando una falla en nuestra capacidad de procesar tanta noticia. Este sesgo de información no responde a una función cerebral sino más bien cultural: damos por sentado algo que no es correcto solamente porque se encuadra en nuestra forma de pensar o en lo que consideramos (o queremos) que sea real, sea o no cierto.

Esto sucede porque el cerebro es un gran ahorrador de energía (léase: es un enorme haragán) que hará todo lo posible por no gastar. Y como ya invirtió recursos en aprender algo y debe invertir más en desaprender y reaprender, entonces “acomoda” la información a los patrones que posee grabados, siéndole más “cómodo” adaptar lo que recibe a lo que aprendió. Y esto, como podemos apreciar, no es la verdad de las cosas, ya que el cerebro absorbe como una esponja informaciones que coinciden con la ideología e ignora la información contraria porque genera disonancia cognitiva y eso provoca malestar. O sea, es decirle al cerebro que está equivocado, y eso cuesta mucho. Es por esto que la única manera de luchar contra el sesgo de confirmación (y el resto de sesgos cognitivos) es ser consciente de su existencia y reflexionar de forma muy consciente y racional cuánto de verdad hay o puede haber en lo que nos dicen. Y así como hay personas hipercríticas o extremadamente desconfiadas que tienden a ponerlo todo en tela de juicio y no se fían de nada ni de nadie, aunque se sientan identificadas con ciertas ideas, hay otras que porque son muy abiertas, muy flexibles o quizá muy incultas, pecan de ingenuidad y es más fácil que sean víctimas de las fake news.

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Otro sesgo que debemos considerar a la hora de la verdad (nunca mejor dicha esta expresión) es lo que en neurociencia denominan la ilusión de conocimiento y control, el hecho de que uno necesita tener la sensación de que su vida está controlada y siempre buscar estrategias para sentir que se tiene el control. A esto se suma que todo el mundo piensa que sabe más de lo que realmente sabe, de modo que cuando en medio de la incertidumbre del coronavirus, por ejemplo, recibimos una información que pensamos que es privilegiada, somos proclives a creerla porque eso refuerza nuestra ilusión de conocimiento y nos hace pensar que tenemos el control sobre lo que está pasando. Esta es la explicación de la presencia de lo que yo llamo “todólogos de la pandemia” o “neoespecialistas en covid”.

Un sesgo más es el del refuerzo social, ese que logra que cuando compartimos algo y nuestros amigos o familiares se muestran de acuerdo, nos hace sentir valorados y nos proporciona un refuerzo brutal a manera de una dosis de dopamina, activando el mismo circuito cerebral que detallara tantas veces en esta columna, y que es el mismo que si practicáramos sexo o consumiéramos una droga, proporcionándonos placer, lo cual nos predispone a compartir informaciones y expandir inventos, los creamos o no. Y al final, si algo se repite y comparte mucho, más personas acabarán dándolo por cierto.

A este otro sesgo se suma el llamado efecto halo, otra tendencia derivada de la forma en que funciona el cerebro que nos impulsa a hacer extensiva la buena impresión que tenemos de una persona en un aspecto concreto a otros ámbitos de su vida, aunque no tengan nada que ver. Esto se da así: si el dato falso lo difunde una persona que es influyente, un deportista, un actor, un político, (por algo los llaman “influencers” o influenciadores) la tendencia del cerebro es pensar que, por el hecho de que ese individuo destaca en un ámbito, su opinión tiene un valor superior al que realmente tiene, lo cual confiere mayor credibilidad a las mentiras. Esto también se da en sentido contrario: por fruto del sesgo de refuerzo social, si uno se aferra a hipótesis o tesis con las que el resto no está de acuerdo, se produce una sensación desagradable, de carencia y rechazo, y se activan los circuitos cerebrales de la ansiedad.

Resulta impresionante cómo el cerebro puede ser confundido sobre todo en estos tiempos que corren. ¿Me acompañan a estar DE LA CABEZA la semana que viene hablando más acerca de este tema? Nos leemos el sábado que viene.

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