DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin

Hace unos cuantos meses las noticias desde Paraguay saltaban a la plana de casi todos los medios del mundo. La pandemia arrasaba en todos los países, pero no en el nuestro. En el nuestro la contención epidemiológica se ganaba fama mundial.

El 10 de marzo, un día antes de que la Organización Mundial de la Salud decretara la pandemia, Paraguay imponía una serie de restricciones. Horas después se decretó una de las cuarentenas más estrictas de la región.

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La estrategia diseñada por el entonces ministro de Salud, Julio Mazzoleni, y su equipo, nos ponía en una situación privilegiada, mientras el resto del mundo lloraba a sus muertos, excepto Uruguay, otro país que lograba contener el avance del mortal virus.

Nos cerrábamos con confianza para que el sistema de salud, que siempre venía a los tumbos, pudiese prepararse para una arremetida que, a juzgar por las experiencias que nos dejaba el avance del virus, era inevitable.

Pero no había dinero.

En países desarrollados como Italia, Alemania, Francia o España, habían colapsado las terapias intensivas. Las imágenes de médicos y enfermeras llorando o declarando que en ocasiones debían decidir quién vive o quién muere presagiaban un futuro desolador.

Poco a poco las noticias se fueron acercando casi con las mismas señales. América comenzaba a sufrir. En Perú había personas que morían en las calles y el oxígeno médico se vendía al precio del oro.

No había otra. Teníamos que endeudarnos con préstamos internacionales. Y así lo hicimos.

Mil seiscientos millones de dólares fue el monto tope de endeudamiento aprobado para que el gobierno del presidente Mario Abdo Benítez gestione la crisis sanitaria amparado en una “Ley de Emergencia”.

Pero algo salió mal.

Casi un año después el sistema de salud colapsó y se multiplicaron las dificultades ante el aumento descontrolado de contagios.

Entonces, el descontento se fue acumulando. El 3 de marzo el Ministerio de Salud informaba que se suspendían todas las cirugías programadas en los hospitales públicos para centrar todos los esfuerzos en la contención de la pandemia. Así, los países vecinos comenzaron las vacunaciones, pero no aquí. Incluso la esperanza se hizo esquiva.

Los hospitales cayeron. La falta de terapias agudizó y la carencia de medicamentos se hizo crítica. Y cuando al fin anunciaron la llegada de vacunas, la cantidad solo dio risa.

Entonces, una denuncia en una transmisión de Unicanal condenaba al Gobierno.

Frente al Ineram, hospital de referencia de covid-19, familiares de pacientes denunciaban, entre lágrimas y a los gritos, que debían comprar en las calles a precios millonarios los medicamentos baratos robados dentro mismo del sistema de salud.

Entonces, la bomba estalló.

El capitán que había llevado el barco por buen puerto, renunció acosado por la imprevisión y el mal manejo administrativo de la pandemia.

Eso no aplacó la ira. El efecto dominó dejó al descubierto una estructura viciada al interior del Gobierno y miles salieron a las calles.

Cinco días de protestas, algunos cambios y mucho hartazgo ponen al Presidente entre las cuerdas. Su futuro político está sellado, aunque logre sortear esta nueva crisis.

En unos días, las protestas van a terminar y entonces, como es lógico predecir, tendremos una nueva ola de contagios. Con nuevo o viejo presidente. Dicen que no duele la verdad, lo que no tiene es remedio. Como nosotros.

Patria querida… (léelo cantando) ya lo decía Roa Bastos, “el infortunio parece haberse enamorado de Paraguay”, pero esa… es otra historia.

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