Esta frase del evangelio de este domingo nos ofrece una nueva ocasión para meditar un poco más sobre el sentido de nuestra vida en este mundo. Todos sabemos, o mejor experimentamos en nuestro propio cuerpo, que nuestra vida terrena está muy marcada por las limitaciones.

¿Quién ya no soñó con grandes cosas para sí mismo? ¿Quién ya no se puso objetivos pensados que en ellos encontraría la felicidad? ¿Quién ya no hizo proyectos de conocer miles de lugares? ¿Quién ya no se sintió pequeño e impotente delante de algunas situaciones? ¿Quién ya no se miró al espejo sin ver algo que gustaría que fuera diferente? ¿Quién ya no tuvo que admitir que algunas cosas no consiguen hacer? ¿Quién ya no tuvo que quedarse sin decir todo lo que quería? ¿Quién ya no tuvo miedo delante de una enfermedad? ¿Quién ya no descubrió que después de la adolescencia los años pasan muy rápido?

Despacito nos damos cuenta que no todas las cosas están en nuestras manos; que la vida tiene su ritmo y sus peculiaridades. Nacemos en una situación determinada (un país, una familia, una cultura, una época, con características propias) que necesita ser abrazada y amada para no ser un peso más. Crecemos, soñamos, realizamos algunas cosas, nos frustramos con otras, y tenemos que luchar cada día con los nuevos desafíos. En algún momento también nos damos cuenta que más allá de toda agitación, la vida está pasando y.… sin duda, todos tenemos un fuerte instinto de defensa de la vida. Queremos conservarla, queremos aprovecharla, queremos prolongarla... Seguramente es para los que aman la vida que hoy Jesús dice: “Quien quiera salvar su propia vida la perderá, pero quien la pierde por mí, la salvará”.

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De hecho, todos quieren salvar su vida, pero cada día vemos que muchos están perdiéndola completamente. Jesús nos advierte que quien piensa que salvar la propia vida es pensar solo en sí mismo, se está engañando grandemente y lo que cree que está preservando está más bien destruyendo. Esto es, cuando una persona piensa solo en sus comodidades y hasta en sus lujos, sin importarse por los demás, esta persona se está descomponiendo. Cuando una persona solo sabe calcular lo que va a ganar con las otras, manipulándolas para sus propios logros, entonces se está arruinando. Cuando una persona se hace la ciega para no ver los problemas de los demás, porque no quiere tener preocupaciones ni estrés, entonces se está hundiendo. Cuando una persona tiene su tiempo de deportes, tiempo para divertirse, tiempo para compras, tiempo para eventos sociales, tiempo para tratamientos de belleza, tiempo para futilidades... pero no tiene tiempo para escuchar a nadie, no tiene tiempo para una obra de caridad, para participar en la Iglesia, para la familia, entonces su vida, aunque muy ocupada, se está vaciando completamente.

Es la pura verdad, mientras buscamos salvar nuestras vidas solo pensando en nosotros mismos, entorpecidos por el egoísmo, estamos solo cavando nuestra propia tumba. Al contrario, quien por pensar en los demás casi no tiene tiempo para sí mismo, este está creciendo de verdad. Quien busca estar siempre disponible para las necesidades de los demás, y siente placer en el servicio, está haciendo brillar sus cualidades. Quien no tiene miedo de amar y encuentra siempre un tiempito para cultivar la amistad, la fe, la vida comunitaria, este está llenándose de alegría y de paz. Quien sabe dar atención a los otros, sabe reconocer sus valores y le gusta elogiar lo que ellos hacen, este está conquistando defensores. Quien es capaz de renunciar alguna comodidad o algún privilegio, para estar al lado de alguien que lo necesita, este está mostrando que ya descubrió lo que en la vida es importante. Quien asumió el valor de la fidelidad, de la palabra dada, de la justicia, aunque muchas veces esto le exija esfuerzo y empeño y traiga algunos disfavores, este está construyendo su casa sobre la roca. Quien se encontró con Jesús y ya decidió ser feliz lavando los pies de los demás, este ya aprendió cuanto su vida es importante.

Seguramente viendo que nuestra vida está pasando y que estamos llenos de limitaciones, nos resta la pregunta, ¿qué estoy haciendo para preservar mi vida? ¿Estoy buscando protegerla con mi egoísmo, pensando solo en mí mismo? Jesús me avisa que si estoy en este camino me estoy destruyendo. O ¿estoy consumiendo mis fuerzas, mi inteligencia, mi tiempo para hacer a los demás felices? Si es así, Jesús me garantiza que estoy en el camino justo. Interpretando la frase de Jesús: “Quien quiera salvar su propia vida la perderá, pero quien la pierde por mí la salvará”, existe la bella frase popular: Quien no vive para servir, no sirve para vivir. ¡Que Dios nos ayude a estar en el camino de la vida!

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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