Por Aníbal Saucedo Rodas
Periodista, docente y político
En una sociedad donde el pensamiento propio es poco estimado y el arribismo precoz es bien remunerado no es rara la presencia de una generación, relativamente joven, que zozobra en medio de confusiones conceptuales y definiciones que no son intelectualmente procesadas. Así, las ideas ya no son las bisagras del debate y el debate mismo queda desterrado por un lenguaje cargado de insultos. Irónicamente, los sembradores del relativismo ideológico, “no importa el color del gato, sino que cace al ratón”, son los que más acuden a la descalificación del oponente por etiquetas ideológicas, reales o inventadas. Zurdo, por ejemplo, se volvió un argumento ad hominem. Tiene intenciones de decapitación política y aislamiento social. Consciente o inconscientemente se está justificando un pasado donde se fabricaban comunistas para amordazar la crítica de contestación al poder. Ser comunista tenía juicio sumario de muerte o destino de exilio.
Igual daño propician quienes, por oportunismo, se niegan a revisar el pasado y quienes, con ánimo de promocionar lo que no son, lo presentan, sin rigor y sin método, causando un tremendo perjuicio a la verdad histórica.
“La cultura, repetía el ilustre profesor Gerardo Fogel, es una tensión dialéctica permanente entre pasado, presente y futuro. Entre memoria, identidad y utopía”. En esa misma línea el renombrado pedagogo Paulo Freire afirmaba que es imprescindible conocer lo que fuimos, para saber lo que somos y lo que queremos ser. No se construye, por tanto, identidad desde la nada ni la democracia nace por generación espontánea.
Alfredo Stroessner no fue el único dictador o autoritario en nuestro recorrido político. Pero fue el último (y esperamos que lo siga siendo), y por la larga duración de su mandato el que más atrocidades cometió en contra del pueblo y de la cultura. Los exilios tampoco fueron inaugurados durante su gobierno. En una carta dirigida al director del diario Última Hora, 1986, por el historiador Alfredo M. Seiferheld (cuyo recorte tengo en mi poder) aclaraba que “muchos prominentes líderes colorados de entonces (década del 30 del siglo pasado) simpatizaban con el socialismo, valiéndoles la acusación de ‘comunistas’ y su deportación por el gobierno liberal de José. P. Guggiari”. Es, apenas, una muestra.
Stroessner fue un dictador con todas las letras. La opción planteada de que pudiera ser un “héroe”, tal como se pretendió en un programa de televisión de poca monta, es una ofensa a la memoria de miles de paraguayos y paraguayas que fueron torturados, desaparecidos y exiliados. Los nombres de todas esas víctimas están crudamente registrados en el Archivo del Terror.
La dictadura de Stroessner fue bien planificada. No empezó directamente en 1954. Sus intenciones autocráticas se hacen más evidentes entre 1958 y 1959. El 9 de febrero de 1958 Stroessner había sido reelecto para un segundo período. El 6 de marzo, en carta dirigida a la Junta de Gobierno (ya copada mayoritariamente por el estronismo), el Centro Colorado “Blas Garay” protesta por la desaparición del Comité Central de la Juventud Colorada, reclamando que “es inadmisible la aplicación de preceptos totalitarios en una nucleación de espíritu democrático”.
Ese mismo Centro, por resolución del 30 de mayo de 1959 y ya desde la clandestinidad (por la orden de detención en contra de sus miembros), se declara en “estado de emergencia en toda la República”, por los “graves acontecimientos en la noche del 29 del mes en curso y en la madrugada del día de hoy consistente en la nueva agresión policial al estudiantado concentrado en el Colegio Nacional de la Capital; la disolución de la Honorable Cámara de Representantes; el apresamiento de miembros de la Junta de Gobierno y Representantes Nacionales, así como de numerosos dirigentes estudiantiles colorados”.
Entre los “apresados violentamente” figuran Enrique Riera Figueredo, Miguel Ángel González Casabianca, Fulgencio Aldana, José Zacarías Arza, Osvaldo Chaves, Waldino Ramón Lovera, Luis Óscar Boettner y Mario Mallorquín.
La “Nota de los 17” representantes colorados, del 12 de marzo de 1959, fue el detonante para disolver la Cámara. En ella exigían, entre otros puntos, “el levantamiento del Estado de sitio; promulgación de una ley de amnistía amplia; y vigencia plena de las libertades de prensa, reunión y asociación”.
La carta demandaba, además, la convocatoria de todos los “partidos políticos democráticos” para una Asamblea Nacional Constituyente con el propósito de “reformar la Carta Política de 1940”. La idea de fondo era que un candidato civil representara a los colorados en la siguiente elección. Stroessner tenía otros objetivos. El exilio fue la respuesta. El 18 de marzo de 1960 la Junta de Gobierno los expulsa del partido. Este fue el desenlace de aquel famoso “Reencuentro partidario” del 27 de octubre de 1955. Así comenzó un nuevo y largo calvario para nuestro pueblo.