“El mundo está enfermo de violencia. Hay personas enganchadas a la violencia en cualquiera de sus formas. Y todavía nadie se ha preocupado de conseguir una cura”.

POR OLGA DIOS

olgadios@ gmail.com

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Hace unos meses les contaba de mi gran “descubrimiento” en lo que atañe al género policial: Car­men Mola, con “La novia gitana”; pero la segunda parte de la serie que tiene como protagonista a la inspectora Elena Blanco, “La Red Púrpura”, es simplemente el género llevado a lo más alto.

Voy a tratar de hablarles de este libro sin “espoilear” nada del pri­mero; pero bueno, hay cosas que son imposibles. Elena busca a su hijo Lucas, siempre. Hace ocho años, cuando tenía la misma edad, un extraño hombre con la cara picada de viruela lo tomó de la mano y se lo llevó, en el medio de la Plaza Mayor de Madrid. Desde enton­ces, Blanco vive en un departamento que da a la Plaza y cambia todos los días la cinta de la cámara de seguridad que graba cada ángulo de la misma mientras ella no puede controlar cada movi­miento en el lugar. Un día sabe que volverá a ver a ese hombre. No tiene otro hilo del que tirar.

Hasta que, por casualidad, inves­tigando al asesino de las novias gitanas, la super hacker sexage­naria de la Brigada, la imposible­mente “cool” “Mariajo”, en sus paseos por la dark web se topa con un sitio tenebroso. La espe­luznante “Red Púrpura”, donde, entre otras cosas, los usuarios pagan para ver violencia cruda. Nada de películas “snuff” fin­gidas. Violencia real. Gente siendo torturada lentamente, y por unos billetes más, también pueden apostar y decidir qué tortura se le infligirá a la víctima o cómo morirá. Lo peor del género humano, de ambos lados de la pantalla, la oferta y la demanda del “producto” que uno no quiere imaginar siquiera. También pueden ver a chicos pelear hasta la muerte. Y por supuesto, apostar cuál será el vencedor.

Para tratar de frenar su investigación, “cara picada” o “Dimas”; el maestro de ceremonias de ese brutal espectáculo, le manda un video personalizado. Lucas, su hijo secuestrado, es uno de esos chicos que luchan hasta la muerte, o que siguen ciegamente las órdenes de la Red y torturan en vivo a las víctimas. Se equivoca­ron. Desde ese momento, Elena no parará hasta encontrar hasta al último cabecilla de la Red Púrpura, para salvar la vida de sus víctimas; pero, sobre todo, porque tiene que encontrar a su hijo. No le importa en qué lo han convertido. Sueña que en algún lugar de su alma quede algo del niño inocente que le arrancaron de la mano esa tarde fatídica.

Un policial que no podés soltar; pero que de fantasía tiene muy poco. Sabemos que ese tipo de tráfico de personas existe; del más perverso y morboso. Sabemos que hay gente que lucra con la vida de inocentes, y gente que paga por, al menos, verlo, y si no, por ser parte de esa explotación y vejación. Gente que ve a los demás como simples objetos para engrosar sus cuentas bancarias o satisfacer sus perversiones. La oferta y la demanda del “negocio” más asque­roso del mundo: el de la violencia. Y por qué nos sorprende que prospere, si la violencia “socialmente aceptable”, la que puede ver un chico antes de empezar la escuela, la permitimos nosotros mis­mos, como adultos, padres, maestros, como líderes. Como socie­dad. Una sociedad tremendamente enferma. Por acción u omisión, hemos creado ese monstruo. Nosotros dejamos que se instale esa “noche” en el corazón humano.

“Rezaré por ti, que tienes la noche en el corazón, y, si quieres, creerás”

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