• Por Carlos Mariano Nin
  • Periodista 

Escucho Pedro Juan Caballero y enseguida pienso que algo malo pasó. Un ajuste de cuentas, un enfrentamiento entre narcos, un atentado a balazos o un gran cargamento de drogas.

Lo sé, no solo me pasa a mí, es algo que nos sucede a todos.

No es para menos. El bombardeo desde los medios y las redes de las imágenes de cuerpos inertes en lujosas camionetas, desbordadas de sangre y balas, son constantes. Sucede por la noche y a plena luz del día. En el centro o en un desolado paraje. Con gente cerca o sin testigos. Es lo que vemos a diario. Lo que escuchamos. Lo que nos dicen las noticias. Y no se detiene.

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Pedro Juan es como un gran desierto sin ley. O al menos eso nos hacen creer.

Esta semana Pedro Juan Caballero volvió a ser noticia. Se habla de que fue la peor matanza en los últimos años. No solo por la violencia, sino por la saña con la que actuaron los sicarios.

Seis personas fueron asesinadas a sangre fría. La mayoría jóvenes. Los cuerpos tenían entre cuatro y catorce balazos cada uno. Incluso fue rescatado un bebé, que logró sobrevivir. Los asesinos ni siquiera se bajaron del vehículo desde el que dispararon y las víctimas no tuvieron tiempo de escapar.

Inmediatamente las versiones corrieron como reguero de pólvora y los rumores se expandieron. Es el poder de la inmediatez sin filtro ni sensibilidad.

Unos fijaron sus miradas al grupo de Jarvis Pavão, y otros al clan del fallecido Jorge Rafaat. Pero solo son rumores, como otros cientos de crímenes, lo más probable es que nunca sepamos qué fue lo que sucedió.

Dicen que Pedro Juan Caballero se convirtió en la capital del narcotráfico en América Latina. En algún momento estimaciones oficiales aseguraban que anualmente se cosechan unas 45 mil toneladas de marihuana, aunque otros cifran en 70 mil las hectáreas productivas de la droga, convirtiendo a Paraguay en el principal productor de cannabis de la región.

Las características de Pedro Juan Caballero no solo permiten el cultivo de marihuana, sino que la hacen ideal para desarrollar un corredor de los estupefacientes más peligrosos y armamento. Sí, armamento.

El negocio es grande y los mercantes poderosos.

Y todo esto sin hablar a profundidad de las bandas brasileras que hicieron de Pedro Juan Caballero su bastión, el Primer Comando Capital y el Comando Vermelho, cuyos soldados imponen sus propias reglas a sangre y fuego. La corrupción hace el resto.

Y en el medio, una población prisionera de las mafias y abandonada por el Estado, sin chances ni opciones de salir de esta espiral de violencia que parece no tener salida.

Pero “la terraza del país” es más que muerte y destrucción. Tiene paisajes increíbles, y un crecimiento comercial que es envidia de otras ciudades.

Pero las cosas buenas casi nunca son noticia porque se embarran bajo el manto sucio de políticos deshonestos y una imparable lluvia de balas que dan esa impresión de “ciudad sin dios” convertida en una gran cárcel donde todos son víctimas y victimarios.

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