La Ley del Antiguo Testamento buscaba traducir lo que Moisés y el pueblo habían entendido sobre la voluntad de Dios. Aquella ley no nació del capricho o de deseos personales de algunos sacerdotes, sino de una recta conciencia que buscaba colocar en práctica la revelación de Dios a través de los eventos históricos. Eran normas necesarias para la vida común del pueblo de Dios. Allí estaban condensados los principios básicos que permitían a los judíos continuar en las sendas trazadas por Dios.

Sin embargo, en la plenitud de los tiempos, Dios, en su infinita bondad, envió a su propio Hijo al mundo para completar plenamente la revelación. Jesús es el propio Dios que se hizo carne. Todas sus acciones, sus palabras, sus actitudes, sus gestos… revelaban en su máxima pureza la propia voluntad de Dios, de la cual la ley antigua era solo un reflejo. Es por eso que él puede decir que no vino para abolir la ley, sino para llevarla a la plenitud.

De hecho, por ejemplo, después de Jesús el “no matarás” se tornó mucho más exigente. Él nos enseñó que matar al hermano no es solo quitarle la vida con un arma o un veneno, sino también calumniarlo, despreciarlo, humillarlo o hasta ignorarlo.

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En verdad, lo que Jesús desea realmente no es acrecentar con otras cláusulas las muchas prescripciones de la ley antigua. Jesús no vino para dictarnos más normas. Él vino para enseñarnos un nuevo modo de vivir basado en el amor.

La voluntad de Dios no es solo reprimir en mí la maldad para que yo no sea una amenaza a mi hermano, ni lo hiera o lo destruya. El sueño de Dios es que yo ame a mi hermano, pues así seré para él un custodio de su vida. Si yo amo a mi hermano, ciertamente no lo mataré, pero no solo esto, sino que estaré disponible para ayudarlo, para servirlo, para ser una presencia confortadora en su vida.

Quizás podríamos afirmar que la ley mosaica nos enseñaba a respetar a nuestros hermanos y esto ya es una gran cosa, pues muchas veces ni a esto estamos dispuestos. Sin embargo, Jesús no nos propone solo un respeto a ellos, él nos desafía a amarlos y a servirlos.

La propuesta de Jesús, sin duda alguna, no contradice lo que prescribe la ley antigua, sino que la lleva a una radicalidad mucho mayor. Jesús no vino para revocarla. Esto quiere decir que quien la cumple, no hace una obra mala. Sin embargo, para los que quieren de verdad asumir en su vida la voluntad de Dios en su plenitud, no basta solo con cumplir lo que en ella estaba prescrito; es necesario ir más allá de su letra y descubrir el misterio del amor.

Por otro lado, quien vive la propuesta de Jesús, aunque no esté fijado en la letra de la ley antigua, la estará cumpliendo en su plenitud. Quien tiene un amor grande por su hermano, sin duda alguna no infringe para nada lo que prescribe la ley.

No nos olvidemos que el cristianismo no es solo un conjunto de normas, como muchos piensan, sino que es el encuentro con una persona concreta que vivió hasta el extremo lo que proponía y fue un hombre pleno y feliz por eso. Por lo tanto, sin un encuentro personal y vivo con Jesucristo, que nos motive a vivir lo mismo, nuestra fe corre el riesgo de quedarse solo en cumplir ciertas reglas, reprimir o controlar maldades, pero sin conocer la belleza y la satisfacción de una vida consumida en el amor y en el servicio.


El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

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