EL PODER DE LA CONCIENCIA
Por Alex Noguera
Lic. en Comunicación
Hasta antes de la llegada de internet la gente encontraba información en libros y enciclopedias, no como ahora que a través de un teclado cualquiera tiene acceso a cientos de millones de datos en forma instantánea. Por entonces, al hablar de Julio no hacía falta agregar lo de César ni Cayo. Todos sabían quién era, a pesar de que nadie se tatuaba su rostro en la pierna.
Para los que saben de historia, el divino Cayo Julio César fue un político y militar romano que vivió hace más de 2.100 años. No lo vamos a recordar hoy por las victorias logradas en grandes y famosas batallas ni porque fue traicionado y muerto de 23 puñaladas cuando entraba al senado, ni por su frase: “La suerte está echada”, mientras cruzaba con su ejército el Rubicón, dando inicio a la guerra civil contra Pompeyo.
Sin embargo, para poder entrar en el tema de fondo, antes el bueno de Cayo Julio César nos va a ayudar con una de sus miles de anécdotas, que llegó a nosotros gracias a Plutarco.
No hay que escandalizarse, pero sí es necesario destacar que para seguir adelante es justo recordar que la sociedad romana tenía valores un poco “diferentes” a la occidental moderna, o sea la nuestra. Por ese entonces Cayo Julio estaba casado con Pompeya Sila, quien cierto día cometió el error de acudir a una “Saturnalia”, lo que hizo que el marido se enojara y le exigiera el divorcio.
Hay que explicar que como por aquella época no había ni fútbol, ni Netflix, ni discotecas, ni drogas ilegales, solo el circo, en ocasiones se organizaban fiestas privadas muy libertinas (Saturnalias) en las que las mujeres aristocráticas se daban algunos gustos... en exceso.
La sociedad romana estaba regida por matronas, por lo que las de más alto rango al enterarse sobre el escándalo del divorcio fueron a hablar con el esposo ofendido y le explicaron que si bien Pompeya había ido a la “reunión”, ella no había participado, por tanto la exigencia del divorcio era una exageración.
Tras escuchar la defensa de las amigas de su ex, Cayo Julio César plasmó una frase que cerró la discusión. Dijo: “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo”. No importaba que ella fuera mera espectadora y que no hubiera cometido ningún acto deshonesto.
Parece que este tipo de pensamiento quedó definitivamente en el pasado puesto que hoy somos testigos de escándalos mucho mayores que un desacuerdo conyugal.
Por ejemplo, hace unos días cierto ministro que maneja grandes obras y volúmenes de dinero regaló termos y equipos de mate por casi 26 millones y medio de guaraníes... mientras que su salario no llega a los 25 millones.
“La mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo” suena en la conciencia colectiva de la sociedad. El funcionario público –quien además con soberbia se arroga ética y moral intachables– tiene un salario privilegiado y ofende con su “generosidad” a aquellos menos favorecidos, aunque diga que él puede hacer de su sueldo lo que se le antoje... a pesar de que las cuentas de ganancias y gastos no le cierren.
La mujer del César por más que sea la mujer del César y sea honrada no puede organizar un pícnic con caviar en la Chacarita, aunque compre “honestamente” el caviar. No puede ir y comer delante de los que tienen hambre. Eso no se hace, menos si esta mujer es funcionaria pública y recibe su “sacrificado” salario de los contribuyentes.
A más de dos mil años de diferencia, el César que hoy gobierna en esta parte del mundo es testigo de los escándalos que le rodean y ni le importa quién es honrado y quién solo lo parece. Cada día huye de la realidad y acude a Saturnalias de inauguraciones para engrandecer su ego. Mientras, sus Pompeyas hacen negociados que se ventilan por la prensa y la gente pierde la paciencia.
“La mujer del César por más que sea la mujer del César y sea honrada no puede organizar un pícnic con caviar en la Chacarita, aunque compre “honestamente” el caviar. No puede ir y comer delante de los que tienen hambre. Eso no se hace, menos si esta mujer es funcionaria pública y recibe su “sacrificado” salario de los contribuyentes”.
Si en el título preguntábamos, ¿quiénes matan a los suicidas?, es porque debe haber una explicación ante creciente número de paraguayos que se autoeliminan. Hace un par de días, el subcomisario Édgar Marín, subjefe de Relaciones Públicas de la Policía Nacional, decía: “La vida es lo más preciado, pero muchas veces uno trata de entender y no sabe qué puede pasar por la cabeza de un joven”. No solo se refería a un joven, sino a seis personas que se quitaron la vida en dos días. ¡En dos días!
Dos hombres de 33 años y otro de 69, una mujer de 44 años, una joven de 24 y un adolescente de 14 años. Horas antes, una madre de 39 años mataba a su hija de 3 y también se suicidaba. Y dos días después otra persona se arrojaba de un puente y moría.
En el país hay demasiadas Pompeyas que enrostran sus Saturnalias y no son ni honradas ni se ocupan en parecerlo. En el Congreso, los “honorables” cobran sin merecerlo; ni hablar de cifras en el Poder Judicial y mucho menos en las entidades hidroeléctricas.
Los 23 cobardes puñales pudieron robarle la vida a Cayo Julio César, pero su frase sobrevive y nos recuerda que hoy cada vez hay más paraguayos que llegan a estados de desesperación extrema. Las cifras son evidentes. Con el covid quebrando familias, con funcionarios robando impunemente, con el César moderno yendo de inauguración a inauguración sin dar castigo ejemplar, con anuncios de que la vacuna “ya va a llegar” y las excusas por la demora se repiten, con propaganda de que la economía va a tener un “rebote”... hablan, roban y mienten.
Mientras, los hospitales están saturados, sin insumos y con el personal de blanco reventado; mientras los colegios siguen vacíos y la educación es apenas una palabra sin sentido; mientras los empleados siguen con incertidumbre y los desempleados tienen hambre. ¿Quiénes empujan a los suicidas? Son ellas las Pompeyas del Gobierno, las que aprietan el gatillo y no se dan por enteradas.