¿Que pensarías si te dijeran que tu comportamiento puede ser modificado con un clic? Hace 20 años, en el cuartel general de Google, se tomó una decisión que cambió el rumbo de la economía ¿Qué exactamente fue lo que ocurrió? Analizamos el impacto de lo que ciertos teóricos bautizan como Capitalismo de vigilancia.
Texto: Matías Irala
En la famosa novela de Aldous Huxley Un mundo feliz, los personajes viven drogados y felices, manipulados por un plan superior en el que la ciencia de vanguardia solo responde a todo un engranaje de control social. Ahora no tomamos “soma” —la droga que consumen las personas en la novela—, pero accedemos a un abanico infinito de aplicaciones, servicios gratuitos diseñados específicamente para darnos un efecto dopamínico y fuente actual del motor que sostiene el nuevo orden económico del mundo.
La filósofa y economista Shoshana Zuboff bautizó esta situación como Capitalismo de vigilancia. Según la teórica, hacia finales de los 90, la reconocida compañía Google se encontraba bajo presión por conservar el pedestal dominante que había posicionado su rentabilidad dentro del mercado de los buscadores. La principal preocupación radicaba en la posibilidad de perder ventaja si introducía un sistema de pago, considerando que su atractivo radicaba en la gratuidad del servicio. Por lo tanto, era necesario pensar en un nuevo mecanismo que sostenga su movimiento.
Una de las cualidades de los motores de búsqueda es que al rastrear información, automáticamente dejamos testimonio de nuestra actividad. Pero esto no ocurre solo dentro de la red. También lo hacemos de manera silenciosa con otras acciones como el uso de geolocalización en los celulares o una insignificante transacción comercial con la tarjeta en la tienda de la esquina. En ambos casos —a través de un formato alfanúmerico– nuestros datos ayudan a localizar nuestros movimientos.
¿Parece bastante descabellado, no? Pero lo cierto es que en la era analógica, la ciencia centraba sus esfuerzos en descubrir la realidad, sus cualidades lógicas y la compleja profundidad de su sistema. Con la aparición del Big data (gran volumen de datos almacenados), todo cambia.
La compañía retuvo la exclusiva de su descubrimiento hasta su salida a bolsa en el año 2004. Para ese momento, su modelo económico había crecido un 3500% en poco menos de tres años. Al convertirse en una empresa cotizada, su secreto salió a la luz. El prontuario de operaciones de la Googlemanía, se esparció por el ámbito empresarial, inspirando a otras startups y aplicaciones. De esta forma, los datos se convirtieron en el nuevo petróleo, consigna que se hizo muy popular en foros de debates sobre el caso.
Un pacto silencioso
Desde que el hombre apareció en la tierra, han existido ciertas estrategias de vigilancia. El filósofo francés Michel Foucault analizó el fenómeno del control social del mundo moderno, donde la democracia se funde con ciertas actitudes autoritarias para definir un nuevo tipo de sociedad, utilizando para ello los avances tecnológicos.
Cuarenta y cuatro años después de esta tesis que lanzó dentro de sus libros, nos encontramos irónicamente conformes con esa pérdida de intimidad de manera voluntaria, y como usuarios, entregamos nuestros datos personales como un despojo más de la rutina diaria. Si las compañías actualmente se interesan tanto por este hecho, es porque lo transforman en activos de vigilancia, bienes codiciados de los que se puede quitar rendimiento.
Si una compañía como Google se dedica a regalar sus productos a través de sus plataformas, lo hace para dinamizar la fuente de su negocio, el que tiene con los anunciantes. Cuánto más usuarios utilicen sus productos gratuitos, más valiosas serán sus predicciones, mayor cantidad, calidad y precio alcanzarán los anuncios.
Las redes sociales se asemejan al pacto literario de Fausto con Mefistóles, solo que esta vez no entregamos nuestra alma si no más bien nuestra intimidad a cambio de prácticas tecnológicas tan esenciales para la interacción social en la actualidad. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han sugiere que los humanos somos una terminal de corrientes de datos, el resultado de una operación algorítmica. Con este principio es fácil reflexionar en la posibilidad de que se pueda influir, controlar y dominar totalmente a las personas.
¿Te pasó alguna vez que luego de pasar frente a una tienda recibiste una notificación tentadora relacionada al lugar? ¿Compartiste con amigos tus antojos de pizza y al entrar a Instagram te asaltaron ofertas de pizzerías? Si esto te ocurrió, no es una simple consecuencia de tu conectividad, es el capitalismo vigilando tus intereses.