La investidura era la entrega simbólica del bien concedido por el señor feudal a su vasallo. Se hacía entregando tierra, luego una espada y por último un documento de reconocimiento feudal. Antiguamente, las investiduras eran acompañadas de ciertas señales exteriores o simbólicas para expresar la traslación que se hacía de la propiedad o posesión de una persona a otra. Estos símbolos eran fijos y determinados por las leyes o por el uso y a este efecto se servían de las mismas cosas entre casi todas las naciones. Por lo común tenían estas la mayor relación posible con las cosas de las cuales se quería hacer entrega. Así es que para la investidura de un campo se daba un terrón o pedazo de césped de unos cuatro dedos. Simbolismo puro.
Se confería también la investidura per festucam seu per baculum et virgam, es decir, por la entrega de un pequeño bastón (que es lo que sucede cuando asume un presidente de la República en Paraguay) llamado festuca. Se empleaba igualmente como un símbolo de tradición un cuchillo o una espada para indicar el poder que se confería o trasmitía al nuevo propietario de cambiar, destruir, cortar, variar y en una palabra, hacer en la nueva posesión todo cuanto juzgara a propósito o conveniente. En algunos casos se servían además de otros objetos para conferir ciertas investiduras, como poner un anillo en el dedo, entregar una moneda, una piedra u otra cosa. Más simbolismo.
Los soberanos solían conferir la investidura de una provincia o gobierno per vexillum, que era como se llamaba, es decir, entregando al agraciado una bandera. Los objetos que habían servido para conferir las investiduras se solían guardar con mucho cuidado y con el objeto de que no pudiesen servir para otros, se acostumbraba a inutilizarlos, cortándolos o partiéndolos por el medio. De vuelta el simbolismo.
La presidencia de la República es el cargo de mayor importancia al que puede aspirar un ciudadano paraguayo. Hemos tenido presidentes de todo tipo, de distinto peso, raza y pelaje. El cargo viene con beneficios que son múltiples, aquellos que se ven y ni hablar de los no se ven a simple vista. Obviamente, también viene con responsabilidades, una de ellas probablemente la de mayor relevancia es la investidura presidencial. Es el soberano, el pueblo, entregando el bastón de mando al que, en ese período deberá regir, administrar y sobre todo obrar y hablar por el soberano. Mario Abdo Benítez no ha honrado esa confianza que le conferimos los paraguayos al elegirlo.
En innumerables ocasiones ha demostrado que no está a la altura de las circunstancias teniendo reacciones más propias de un príncipe malcriado y apegado a los berrinches. De los que rompían sus juguetes por los cuales había llorado por días, total ya había conseguido que su papá se lo compre. Igual a lo que está sucediendo en este momento con nuestro país. “Uy, que miedo te tengo”, “moô piko che aikuaáta”, “¿me vas a echar?”, “me puedo atar un brazo y le puedo jugar moquete a él”, “ya no leo noticias, solo la Biblia”. Estas son apenas algunas frases que marcan a fuego al Presidente y lo muestran tal cual es: un presidente que será recordado por haber mandado al carajo su investidura.
Los soberanos solían conferir la investidura de una provincia o gobierno per vexillum, que era como se llamaba, es decir, entregando al agraciado una bandera.
Es el soberano, el pueblo, entregando el bastón de mando al que, en ese período deberá regir, administrar y sobre todo obrar y hablar por el soberano.