La llaman así, “La rabina del muro”, porque es la única. Sandra Kochman nació hace 50 años en Asunción y hoy se la puede encontrar en Jerusalén, coordinando las miles de ceremonias que tienen lugar en la parte igualitaria del Muro de los Lamentos, en la que hombres y mujeres comparten espacio.

“Mi familia en Asunción no era religiosa, aunque sí teníamos una vida activa en la comunidad judía, pero en todo Paraguay había apenas dos sinagogas, así que dedicarme a la vida religiosa no estaba entre mis planes de niñez”, cuenta Kochman.

Sandra es una gran aficionada al fútbol, gran fanática de Olimpia y de la Albirroja. Foto: Gentileza.

“De hecho, ser rabina en aquel entonces, y un poco ahora también, era como querer vivir en Marte”, cuenta la siempre sonriente Sandra. Ella estudió con sus hermanos en el Colegio Estado de Israel en Asunción y allí aprendieron hebreo, inglés y guaraní y entre sus planes estaba ejercer la docencia.

Pionera

“Siempre quise transmitir judaísmo, me gusta enseñar y en realidad, el rabino o rabina es más que nada un maestro, pero también sabía que las mujeres no tenían espacio en la sinagoga como autoridad”, explica ella.

Sin embargo, al terminar en 1988 la secundaria, una persona de la corriente conservadora del judaísmo (que es una de las tres grandes corrientes actuales, junto a la ortodoxa y a la reformista) que trata de manera igualitaria a hombres y mujeres e interpreta la ley judía acorde con los tiempos en que se vive, la invitó a ayudar en la sinagoga.

Lea también: Los clavos de la crucifixión de Jesús, ¿hallazgo histórico o truco publicitario?

“Me interesó mucho todo lo relacionado con el rito y me decidí a estudiar para enseñar estudios judíos. Y lo hice en Argentina”, recuerda. Sandra Kochman fue la tercera mujer rabina en graduarse en América Latina, en el 2000.

Sandra vive en la ciudad de Jerusalén, coordinando las ceremonias que tienen lugar en la parte igualitaria del Muro de los Lamentos. Foto: Gentileza.

¿Qué reacción hubo en la familia?

“Nadie de mi familia sabía qué implicaciones tenía. Cuando una se hace monja o cura se entiende que va a entrar a una vida de entrega, no va a tener hijos, es como más drástico. En el judaísmo no hay eso. Pero era chocante igualmente porque no es algo que hacen las mujeres. Mis padres siempre me apoyaron, pero no sabían si era bueno o no era bueno, porque era tan inusual”, recuerda.

Lea también: Isaac Rabin, el soldado de la paz

Una vez graduada, Sandra se tuvo que enfrentar a la dificultad de encontrar trabajo: “Ninguna comunidad latinoamericana me quería recibir como rabina y la agencia de colocación de la comunidad judía me sugería mandar el currículum de profesora sin mencionar que era rabina, porque decían, ‘eso daba miedo’.”

Kochman analiza ese miedo como “el sentimiento normal del ser humano frente a lo que no conoce, frente a lo nuevo. Tenían miedo de que lavara el cerebro a la congregación, que les metiera ideas feministas, tal vez y es que América del Sur sigue estando dominada por una cultura machista y tradicional y no aceptan a mujeres en cargos de liderazgo. Aun hoy a veces me invitan a dar charlas, pero me piden que no haga interpretaciones feministas”, explica.

Sandra vive en la ciudad de Jerusalén, coordinando las ceremonias que tienen lugar en la parte igualitaria del Muro de los Lamentos. Foto: Gentileza.

¿Y les hace caso?

“Claro que no. Mis clases están basadas en las fuentes bíblicas y hasta ahora la ortodoxia ha enseñado en blanco y negro; es decir, sin grises, con el “siempre” y el “nunca”. Pero yo trato de transmitir que hay muchas más opciones y que hay que interpretar más allá de lo que siempre nos enseñaron. Hay muchas maneras de ser judía. Nos enseñaron que la mujer está en casa, y que siempre fue así, y no nos dicen que hubo otras opciones y que no siempre fue así”, responde.

Lea también: Faltan pocos días para tener a OrCam en Paraguay

En el pasado, señala Sandra, “los sabios judíos decidieron liberar a las mujeres de ciertos preceptos religiosos, como ponerse filacterias y rezar a ciertas horas del día para que se ocuparan de la casa y de los hijos. Eso sucedió en Babilonia, cuando los judíos vivían en un lugar extraño y peligroso. Liberaron a la mujer de los preceptos religiosos para que sirviera al hombre. Tal vez era necesario en aquella época, pero hoy en día las cosas han cambiado y la religión se debe adaptar a los nuevos tiempos. De hecho, cada vez hay más mujeres ortodoxas feministas”.

Y la diferencia con tiempos anteriores es que las mujeres tienen acceso a todas las fuentes. “Por eso pueden responder en igualdad porque las fuentes las respaldan”, explica la rabina. “Antes no era así, si el hombre decía que las mujeres rebeldes eran un demonio y la mujer, que no leía ni podía aprender, no podría responderle y tenía que acatar. Ahora pueden venir con el texto bíblico y demostrar que eso no es toda la verdad”.

El Monte del Templo, con la parte más elevada del Muro de los Lamentos a la derecha y el fondo, el Monte de los Olivos, en la ciudad de Jerusalén. Foto: Juan Carlos Dos Santos.

La primera rabina de Brasil

“El primer lugar que me dio una oportunidad fue una comunidad judía de Río de Janeiro; sin embargo, por más abiertos que eran, me confesaron cuando terminó mi ciclo allí que les había sido muy difícil aceptar a una mujer. También les fue difícil aceptar que no fuera una señora conservadora, vieja y seria, sino que fuera alegre y que me encantara bailar y cantar”, algo muy característico en ella.

“Su anterior rabino era un señor moderno, sin barba y no vestido de negro, pero por algún motivo esperaban que yo sí fuera el estereotipo de mujer conservadora”, recuerda Sandra.

Kochman recuerda con cariño sus años en Brasil, la música, el idioma, y ahora en Jerusalén, la “Rabina del Muro”, coordina las más de 1.300 ceremonias que tienen lugar en la parte igualitaria del Muro en condiciones normales, antes del coronavirus, con familias venidas de todo el mundo, en las que madres y padres, abuelos y abuelas asisten juntos a los días importantes de sus hijos y nietos.

Le puede interesar: Netanyahu y Bin Zayed nominados al Nobel de la Paz


Una joven ingeniera agrónoma tras haber trabajado casi un año en un lugar, su puesto se vio afectado por la pandemia. Contó que estuvo un mes sin empleo y fue desesperante pero no se rindió y envió su currículum a todas partes hasta que logró conseguir un trabajo donde ahora se dedica netamente a su profesión. Para la joven, lo aprendido es que uno no tiene que dar las cosas por sentado ni quedarse estancado y seguir creciendo, que todo llega en su momento.


Dejanos tu comentario